Artículos

20.12.16

Venezuela: Un diseño autoritario detrás de la aparente locura monetaria

El empobrecimiento bajo control de un Estado policial conduce a la larga al sometimiento y la resignación, como prueban Cuba y la propia Venezuela, donde la resignación habitualmente le gana a la rebelión. El total control de los demás poderes del Estado por fuera del Legislativo que demostró el chavismo desde aquella derrota electoral en 2015, incluida la fidelidad de militares, servicios de inteligencia y guardias nacionales, pilares de la represión cada vez más cotidiana y capilar, dan pie a la viabilidad de la opción autoritaria. Se suma como factor coadyuvante la creciente expansión del autoritarismo en el mundo.
Por Pablo Díaz de Brito

Todo lo que viene haciendo Maduro, desde antes del fatal "billetazo" de 100 bolívares, incluido el penoso show porteño de su canciller, no parece tener una explicación racional. Puede ser, sí, una huida hacia adelante —otra más—, para cubrir el desastre socioeconómico de su régimen. Pero la economía sólo empeora con la incautación de los billetes y ahonda el enorme malestar social. Aunque fogonea las tesis paranoides y conspirativas propias del chavismo y espolea el orgullo nacional presuntamente herido en Buenos Aires. Otra hipótesis es que, más allá de la fuga hacia adelante y el patrioterismo, puede haber algo más razonado y de largo plazo. Y siniestro.

Porque parece cada vez más claro que Maduro y Cabello van encaminados a consolidar una dictadura según el modelo castrista. Incluso el efecto concreto e inmediato de la quita de los billetes, que es empobrecer aún más a la población, parece un eco de medidas casi idénticas tomadas por Castro y mucho más atrás por Lenin. El empobrecimiento bajo control de un Estado policial conduce a la larga al sometimiento y la resignación, como prueban Cuba y la propia Venezuela, donde la resignación habitualmente le gana a la rebelión. Ocurre que el poder adquisitivo es mucho más que consumismo alienante, como afirman los pueriles críticos "culturales" de la economía de mercado. El consumo es parte de la vida de un ciudadano que se percibe autónomo y que así como es exigente con los bienes y servicios del mercado y está habituado a reclamar cuando no se cumple lo prometido, también lo es en el terreno de los bienes públicos que proveen la política y la democracia.

En una de sus últimas cruzadas, allá por 2003, Fidel Castro hizo una campaña algo demencial para convencer a los cubanos de cambiar sus viejas ollas arroceras por otras nuevas, chinas, que había conseguido a bajo precio. Suena risible y grotesco, pero visto en la perspectiva de análisis que se propone aquí no lo es tanto: era la administración de la pobreza resignada, que Fidel manejaba a la perfección. Hoy vemos cómo otro pueblo, históricamente habituado a niveles de bienestar muy por encima de la media de Latinoamérica como fue Venezuela, va entrando en la lógica de la resignación, de la tarjeta de racionamiento, de la pauperización y la supervivencia, en algún modo buscada como mecanismo de control social por el Estado bolivariano-socialista, omnipresente y siempre amenazante. Esto vale más allá de la explosión de saqueos y protestas del fin de semana, que como toda explosión inorgánica seguramente pasará. Si el billetazo derivó en saqueos y muertes y obligó a Maduro a dar una parcial marcha atrás, también lo habilitó a militarizar aún más el país. Por ahora, la ola de protestas y saqueos parece una erupción que la oposición no está en condiciones de canalizar ni capitalizar. Y una vez pasada la erupción se habrá dado otro paso en la estrategia combinada de pauperización y dominación social.

No casualmente, entre los proyectos en carpeta para 2017 el chavismo tiene el de controlar las redes sociales, acusadas en el texto preparatorio de ser fuente de "peligrosidad social". Tal cual se hace en China, Irán, Turquía, Cuba y otras dictaduras. Si la oposición de la MUD no hubiera quedado muy golpeada por el fallido diálogo forzado por el Papa, las protestas y saqueos podrían ser una oportunidad para volver a protagonizar la exigencia de una salida democrática, aunque igualmente el asunto parece quedarle grande a la coalición opositora. Pese a todo en Venezuela hay aún brechas y canales de disenso más o menos organizados, como demostró la categórica derrota electoral chavista en las legislativas de 2015. Aunque por eso mismo será difícil que el chavismo acepte ir a las urnas por mucho tiempo, sea para elegir gobernadores —prueba que pasó de un plumazo para 2017—, sea para el revocatorio, ya sepultado. Cerró así todos los canales constitucionales que prevén el cambio de manos del poder político.

El total control de los demás poderes del Estado por fuera del Legislativo que demostró el chavismo desde aquella derrota electoral, incluida la fidelidad de militares, servicios de inteligencia y guardias nacionales, pilares de la represión cada vez más cotidiana y capilar, dan pie a la viabilidad de la opción autoritaria. Se suma como factor coadyuvante la creciente expansión del autoritarismo en el mundo. La democracia ya no es la opción descontada en todo proceso político como lo era hasta hace pocos años. El modelo exitoso de la Rusia de Putin, Nicaragua, Turquía y otras naciones traen la nueva opción autoritaria, cuando no francamente totalitaria. De nuevo: como la dirigencia chavista es de una incapacidad inconcebible, todo puede salirles mal. Claro que podría haber know how cubano.

Se cuenta que Fidel le insistía a Chávez en que cometía un error enorme al no eliminar las elecciones, reprimir y prohibir a todos los partidos, como había hecho él en Cuba. La influencia de la cúpula castrista en Caracas es conocida. Se dice también que Maduro y sus ministros volvieron de los funerales de Fidel impresionados por la demostración de control de las masas que hizo el castrismo. ¿Por ahí vamos, se habrán dicho Maduro y los suyos en el avión de regreso? Como sea, si hay un mínimo de racionalidad política en el régimen chavista, esa racionalidad no es democrática. Y detrás de la aparente locura monetaria estaría el camino siniestro que acá se señala.