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07.11.16

Si al Gobierno le va mal, ¿sobrevivirá la moderación?

(TN) Los peronistas se deskirchnerizaron a toda velocidad, y no disputan a Mauricio Macri casi ninguna de sus metas, sino que plantean que ellos las alcanzarían mucho más rápido y mejor, con menos costos sociales y mayor eficacia económica. ¿Son sinceros en esa conversión? Puede que no mucho, como no lo fueron cuando apoyaron las reformas de mercado de Carlos Menem, ni cuando respaldaron el nacionalpopulismo virulento de los Kirchner.
Por Marcos Novaro

(TN) Democracia y capitalismo a la vez inclusivos y competitivos son, después de décadas de desencuentros, metas compartidas por una amplia mayoría de los argentinos. Esas metas son hoy, además, tras soportar doce años de despropósitos acumulativos en ambos terrenos, entendidas en su complementariedad: comprendemos mejor que nunca antes que no vamos a conseguir una sin la otra, que necesitamos que los cambios progresivos y simultáneos en los dos campos, que se alimenten entre sí.

¿Puede alcanzar una gestión de Gobierno para poner al país en esa senda y consolidarla? Y ¿de qué dependería ese resultado?, ¿de que haya recuperación económica en los próximos meses y al oficialismo le vaya bien en las legislativas de 2017, o de cambios más profundos y tiempos mucho más largos? Detrás de toda la humareda y los avatares de la coyuntura creo que es esto lo que realmente deberíamos poder responder.

Para que los cambios que nos proponemos prosperen dependemos de que se vuelvan valiosos para todos los jugadores, dejen de ser metas deseables solo de una fuerza política y pasen a serlo de todas o al menos todas las gravitantes. Y llamativamente eso es algo que parece estar sucediendo más rápido de lo previsto: los peronistas se deskirchnerizaron a toda velocidad, y no disputan a Mauricio Macri casi ninguna de sus metas, sino que plantean que ellos las alcanzarían mucho más rápido y mejor, con menos costos sociales y mayor eficacia económica.

¿Son sinceros en esa conversión? Puede que no mucho, como no lo fueron cuando apoyaron las reformas de mercado de Carlos Menem, ni cuando respaldaron el nacionalpopulismo virulento de los Kirchner. Pero tal vez eso no importe tanto, y sea mucho más relevante que les resulte útil mantener en el tiempo esta simulación, hasta que se vuelva parte de sus hábitos políticos permanentes, como sucedió, después de 1983, con el rechazo a la violencia.

¿Y de qué depende que este proceso se consolide? En esencia, de que la moderación y la cooperación sigan siendo redituables, y contengan las tendencias opuestas a la confrontación y la polarización.

La buena noticia es que no hay una sola vía para que esta hipótesis se verifique. Hay por lo menos dos.

La más obvia es que el oficialismo tenga éxito, y los opositores que se consoliden como aspirantes a reemplazarlo sean los que disputen con él darle continuidad y profundidad al cambio iniciado, no frustrarlo. Es decir, que la competencia hacia el centro que hoy ya es predominante sea la vía privilegiada para acceder al poder, y consolide el curso reformista.

Imaginemos que 2017 se inicia con una más o menos sensible recuperación económica, que permite al gobierno pasar de la estabilización a un programa más ambicioso de reformas, y sortear medianamente bien las elecciones de medio término. Y que simultáneamente en el peronismo, tanto dentro como fuera del PJ, se conforman dos polos relativamente moderados, que terminan de aislar al kirchnerismo residual, y continúan disputándose el rol de “los opositores que quieren que al gobierno le vaya bien, pero si los dejaran harían mejor que él el trabajo”. Que es, palabras más palabras menos, lo que hoy dice Sergio Massa, pero también lo que dicen Juan Manuel Urtubey, Diego Bossio y Miguel Ángel Pichetto. Se consolidarían entonces las tendencias que en esta transición son más novedosas y productivas, con un oficialismo con chances de aspirar a la reelección presidencial e incentivos para avanzar con los cambios institucionales y económicos, y una oposición con chances de aspirar a la alternancia, forzada a buscar a la vez la unidad y la cooperación con el gobierno de turno para lograrlo.

El círculo virtuoso entre cambios políticos y económicos podría así realimentarse y consolidarse. Y el juego de suma positiva entre actores, tanto políticos como sectoriales, extenderse a nuevos terrenos. Sería lo mejor que podemos conseguir, aunque necesitaremos años de todos modos para que un capitalismo competitivo y abierto se complemente sólidamente con una democracia responsable e inclusiva.

Pero esta no es la única posibilidad. También puede que el Gobierno falle en lograr la recuperación prometida, ella se siga demorando o resulte insuficiente para que Cambiemos renueve su respaldo social, y entonces el peronismo vuelva a ocupar el centro de la escena. La perspectiva de su regreso al poder en 2019 se puede dar de todos modos en un contexto en que las divisiones serán muy marcadas al mismo tiempo que también lo serán las presiones para competir hacia el centro, mostrarse moderados y mantener canales de cooperación con el gobierno. Es decir, el peronismo habrá reemplazado a Cambiemos como protagonista central de la nueva etapa, pero para reproducir en su interior las lógicas que Cambiemos ha logrado imprimirle a la actual situación.

Claro que las cosas pueden salir mucho peor que esto. Y la confrontación y polarización alimentarse entre sí, a la vez en la política y la economía. Pero las chances están al menos de momento a favor de la democracia y el capitalismo argentinos.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)