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27.10.16

Jorge Batlle Ibáñez (1927 - 2016)

Deja un sólido legado en el que no es menor su pasión por el país, su entrega siempre transitada por el sendero de la libertad, su oposición a los totalitarismos, su convicción, su autonomía de pensamiento, su raigambre republicana y su valentía personal.
Por Hugo Machín Fajardo

Cayó en su ley a los 89 años. Tan preocupado por su país, en octubre de 1972, cuando vaticinó ante cámaras de TV que las fuerzas armadas uruguayas avanzaban sobre el poder político, hecho que le significó una detención inconstitucional de dos meses en una unidad militar, donde fue interrogado por militares y tupamaros.

Un desmayo sufrido durante una visita política a Tacuarembó, que culminó en su muerte el lunes 24, cierra un ciclo comenzado en 1868, cuando su bisabuelo, Lorenzo Batlle fue electo presidente del Uruguay.

La saga batllista se integra con José Batlle y Ordóñez, su tío abuelo dos veces presidente uruguayo a principios del Siglo XX; y Luis Batlle Berres, su padre, presidente oriental en el medio siglo pasado.

Forjó su carrea intelectual y política en el estudio sistemático de la economía y la historia de su país y del mundo, lo que unido a una memoria prodigiosa, le permitió casi siempre deslumbrar con sus razonamientos y proyecciones.

La “Revolución en libertad” de su campaña electoral en 1971, con el símbolo publicitario de una margarita cuando la intolerancia ultra, cualquiera fuera su signo, campeaba en el país; o su propuesta de vender el oro –“entre el capital jóvenes y el capital oro, me quedo con el capital jóvenes”- de varios años después, no llegó a las mayorías ciudadanas, pero siempre demostró su capacidad de anticiparse, aunque a veces, desembocara en el error. ¿Y quién no?

Protagonizó la vida política uruguaya desde 1958, cuando ingresó por primera vez a la Cámara de Diputados; cuando se candidateó cinco veces a la presidencia hasta llegar a ella en 2000, en segunda vuelta en que sumó los votos de los blancos, tradicionales adversarios desde 1836.

Acusado de ser un “comunista chapa 15” por el dirigente ruralista de extrema derecha Benito Nardone (Chicotazo), confidente de la CIA, como lo prueba documentación desclasificada; fue el líder de la Lista 15 fundada por su padre. A la muerte de este, reorientó el batllismo hacia una concepción liberal y antiestatista, a contravía del Uruguay tradicional.

Julio M. Sanguinetti, Zelmar Michelini, Hugo Batalla, Manuel Flores Mora, Luis Hierro Gambardella, Alba Roballo, Héctor Grauert, Eduardo Paz Aguirre, Glauco Segovia, fueron algunos de sus dirigidos.

Artífice de la actual constitución uruguaya vigente desde 1967 y de la reforma constitucional de 1995, que introdujo la candidatura única por partido, la segunda vuelta, y la separación de elecciones nacionales y departamentales, entre otras modificaciones.

Se le imputó haberse favorecido de una devaluación generada en 1968 durante el gobierno del colorado Jorge Pacheco Areco. No se comprobó nada, aunque quizás pudo haberse beneficiado algún otro gobernante de esa época. Su probidad republicana durante el ejercicio del poder jamás fue puesta en entredicho.

Dirigió radio Ariel y el diario Acción, clausurado por la dictadura en 1973. En ese período nunca dejó de actuar políticamente desafiando las restricciones y proscripciones de los militares. Integró el triunvirato que orientó durante doce años al Partido Colorado hasta la reapertura democrática. Varias veces fue detenido en sus recorridas por el territorio nacional donde conocía vida y familia de sus correligionarios. Fue un heredero de los “gauchidoctores” descritos por Zum Felde.

En julio de 1980, en una entrevista que le realiza la emisora más escuchada del Uruguay, CX 20 Radio Montecarlo, convocó a votar por No en el plebiscito de noviembre de ese año, mediante el cual la dictadura modificaba aspectos sustanciales de la constitución uruguaya y aspiraba a perpetuarse en el poder. Su decisión fue clave para terminar de convencer a quienes dentro de los partidos Colorado y Nacional pensaban que votando por Sí, podrían “meterse dentro del monstruo” y trabajar por la democracia desde adentro.

El régimen no le perdonó su contribución al triunfo del No (por 57,2 % a 42,8 %), y durante las negociaciones para una reapertura democrática entabladas entre dirigentes políticos y militares, el hoy detenido Gregorio Goyo Álvarez especialmente le proscribió para las elecciones constreñidas que hubo en 1982. Batlle no cejó en su militancia por la libertad y fue un apoyo clave para Sanguinetti, de su sector, a la postre primer presidente de la democracia recuperada.

Como Presidente de la República (2000 - 2005), creó la Comisión para la Paz con múltiple representación ciudadana, y si bien no se pudo sellar con el pasado reciente, propició “el estado del alma” en sus conciudadanos que en el plebiscito de 2009 reafirmaron lo que la ciudadanía había votado en 1989 respecto a las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura uruguaya (1973-1985).

Su preocupación por los derechos humanos le llevó a solicitar la visita a Cuba de una misión de la ONU, lo que motivó la respuesta injuriosa de Fidel Castro y la consecuente ruptura de relaciones de Cuba y Uruguay entre 2002 y 2005.

No tuvo suerte durante su gobierno. Pese a buenas orientaciones que modificaron la operativa portuaria y del principal aeropuerto del país, así como lograr que los finlandeses optaran por las tierras forestables uruguayas, en lugar de las argentinas; la aftosa importada precisamente del vecino, más la devaluación brasileña de 1999 y la severa crisis argentina de 2001, lo crucificaron.

Todo se sumó: descenso del producto bruto interno, desempleo, emigración, desencanto sobre lo anunciado respecto a los derechos humanos, dieron como resultado la votación más baja en la historia de su partido que en 2004 obtuvo apenas el 10,6 % del electorado. Finalizaba la saga de los Batlle en Uruguay, aunque él siguió en la contienda política, desde 2011 vía Facebook, o como fuera, hasta el desmayo sufrido el viernes 14 pasado que le provocó un gravísimo traumatismo craneano y su deceso diez días después, uno antes de cumplir sus 89 años.

Vinculado a la Argentina, compartió de pequeño el exilio bonaerense de su padre Luis y su madre argentina, Matilde Ibáñez. Se casó por primera vez a fines de los cincuenta con Noemí Lamuraglia, una argentina exiliada en Uruguay durante el peronismo.

En junio de 2002, una declaración propia de su estilo de “cantar la justa”, en ese caso referida a los políticos argentinos -cuando la ciudadanía de ese país les pedía “que se vayan todos”-, le obligó a cruzar el charco y de presidente a presidente, frente a Eduardo Duhalde, con lágrimas en los ojos, pedir disculpas a la sociedad argentina.

Capitaneó en 2002, a mitad de su mandato, junto a su ministro Alejandro Atchugarry, el cambio de rumbo que llevaba el país hacia el “default” y en acuerdo partidario -no exento de pedidos de renuncia y de operaciones desestabilizadoras de inteligencia hasta ahora nunca develadas- logró doblarle el brazo al FMI y sortear la crisis económica más dura vivida por Uruguay desde 1830.

La reprogramación de canje voluntario de la deuda pública uruguaya acordada con los acreedores a 10 años (hasta 2013), fue rigurosamente cumplida por el gobierno frenteamplista que le sucedió a partir de 2005, al que le entregó la economía saneada y en proceso de reactivación gracias a la bonanza internacional. El préstamo millonario de la administración Bush (h), de US$ 1.500 millones fue clave para detener la corrida bancaria.

Batlle explicó y defendió su línea de acción en Washington D.C. y en la Plaza Independencia montevideana, ante grupos de ciudadanos legítimamente angustiados por el oscuro panorama que enfrentaba el país. Siempre dio la cara.

Deja un sólido legado en el que no es menor su pasión por el país, su entrega siempre transitada por el sendero de la libertad, su oposición a los totalitarismos, su convicción, su autonomía de pensamiento, su raigambre republicana y su valentía personal.

Duelo nacional

La grandeza republicana del presente uruguayo puede medirse en el decreto de duelo nacional dispuesto por el Poder Ejecutivo de Uruguay. A la muerte de Néstor Kirchner (2011), responsable del corte de puentes durante años entre Argentina y Uruguay; y de Hugo Chávez (2013), financista solapado de campañas electorales populistas en el Cono Sur y gestor de negocios poco claros con ciertos uruguayos, cuando no mal pagador a productores orientales, en ambos casos, el entonces presidente José Pepe Mujica decretó tres días de duelo nacional. La desaparición física de Batlle, mereció un día en opinión del presidente Tabaré Vázquez.