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23.09.16

Una oportunidad para el Mercosur

(La Nación) Hace rato que Mercosur dejó de ser aquel saludable sueño de un acuerdo de libre comercio y libre tránsito entre cuatro naciones al sur del mundo. Ahora además dejó de ser el club de presidentes amigos en el que se había transformado. Uruguay, renuente a cuestionar a Venezuela, parece entender al fin, ante la intransigencia de los otros tres, que si cede aunque sea un poco el Mercosur todavía tiene una oportunidad.
Por Tomas Linn

(La Nación) Mauricio Macri inició su presidencia con pie firme respecto de Venezuela y del régimen chavista. Con el tiempo atenuó, aunque no demasiado, su postura. Tanta firmeza sorprendió porque en la región se mantenían algunos resabios de cómo manejar la política regional.

Eso está cambiando. En forma desordenada y a veces desconcertante, pero está cambiando. La crisis en el Mercosur respecto de quién debe cubrir la presidencia pro tempore del organismo es muestra de ello. Tres de sus socios no quieren que Venezuela ocupe ese cargo y tal vez que ni siquiera siga siendo socio. Un cuarto, Uruguay, tan sólo dice que le corresponde hacerlo. Venezuela con insultos, prepotencia y golpes bajos, lo reclama como suyo.

Pero Uruguay empezó a ceder. Con estilo diplomático: mantiene la retórica, pero en los hechos acompaña la estrategia de los otros tres. Así se vio en Nueva York, cuando los cancilleres de la Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay (que coincidieron al participar en la Asamblea General de la ONU) se reunieron para dirigir el Mercosur en forma colegiada y con prescindencia de la Venezuela chavista. Confirmaron además su interés en negociar un tratado con Europa y de intentar abrir su hasta ahora bien cerradas y protegidas puertas.

La respuesta parece tardía aunque necesaria para salvar a un organismo que funcionaba mal. El Mercosur tenía serios problemas desde hace tiempo. No cumplía sus funciones de origen, las de abrir las puertas comerciales entre sus socios. Su evolución en los últimos años derivó en algo politizado y contaminado de la misma lógica de la Unasur, que intentó ser una OEA chavista, desprendida de lo que algunos veían como la peligrosa influencia imperial de los norteamericanos.

Por esa razón a Unasur más que ser un organismo que reúne a estados representados en todas sus instituciones, le importa los presidentes. Y ni siquiera los de turno, sino esos que fueron compinches entre sí. Un club de amigos. Una pandilla de buenos muchachos (y algunas chicas). Tanto fue así que cuando Néstor Kirchner dejó la presidencia argentina, lo propusieron como secretario general del organismo. Era una forma de seguir teniéndolo entre ellos.

Por ese mismo camino, el Mercosur se fue transformando en algo similar, pese a tener una estructura más compleja.

En consecuencia, cuando un país enfrentaba una crisis interna, un conflicto entre poderes, una tensión entre las partes, lo que se evaluaba no era en cuánto se afectaba el Estado de Derecho, sino a la persona del presidente. Había que defender al amigo. Que Evo Morales, aún en el llano, hubiera presionado al congreso boliviano para remover a dos presidentes en un mismo período, había estado dentro del juego democrático. Pero cuando el Congreso paraguayo le hizo juicio político al presidente Fernando Lugo, se lo condenó por golpista, no por estar ante una complicada crisis canalizada por vías constitucionales. La prioridad era defender al amigo y Paraguay fue suspendido del Mercosur. Como su Parlamento nunca había aprobado el ingreso de Venezuela, éste ahora pudo entrar. Por la ventana, como un amigo más. Y no uno cualquiera.

El problema para Unasur y el Mercosur es que los amigos se han ido yendo. Ya no está Cristina, sino Macri. Ya no está Dilma, sino Temer. Maduro la está pasando mal. La lógica del club de amigos empieza a desaparecer. Y entonces aparecen estos líos.

Los nuevos se animan a cuestionar al régimen chavista. El secretario general de la OEA, que había sido canciller de un gobierno de izquierda en Uruguay, afirma que no se acomoda a la carta democrática de dicho organismo. Para el Mercosur las dudas arrancan en el origen del problema: su tramposo ingreso basado en un criterio político y no jurídico, como justificó el entonces presidente Mujica al dejarse presionar por sus colegas argentina y brasileña.

El presidente Maduro y su ministra Delcy Rodríguez insultan, ofenden y prepotean a quienes en realidad deben convencer. Paraguay, que nunca quiso que Venezuela ingresara, se puso intransigente. Si a Paraguay se lo suspendió por mucho menos, ¿por qué no se hace lo mismo con Venezuela? ¿Qué sentido tiene negarle la presidencia temporaria pero mantenerlo adentro?

La suspensión de Paraguay y el ingreso forzado de Venezuela en 2012 produjeron una perniciosa inflexión en el Mercosur. Las cosas no venían bien, pero el hecho modificó su naturaleza misma y los efectos de aquella decisión continúan hasta hoy. Sólo que ahora empieza a ser lícito cuestionar a una Venezuela que no respeta las libertades ni el Estado de Derecho y tiene numerosos presos políticos.

Hace rato que Mercosur dejó de ser aquel saludable sueño de un acuerdo de libre comercio y libre tránsito entre cuatro naciones al sur del mundo. Ahora además dejó de ser el club de presidentes amigos en el que se había transformado. Uruguay, renuente a cuestionar a Venezuela, parece entender al fin, ante la intransigencia de los otros tres, que si cede aunque sea un poco el Mercosur todavía tiene una oportunidad. Muy pequeña y muy escurridiza, pero oportunidad al fin.

Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina)