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12.08.16

Fin de ciclo agitado en América latina

(La Nación) Al igual que en Brasil y Venezuela, también en la Argentina ha de ser la gente la que demuestre que las prácticas corruptas se terminaron para siempre, que la demagogia económica y el autoritarismo arbitrario quedaron atrás. La señal la debe dar un país entero.
Por Tomas Linn

(La Nación) El fin del ciclo llamado "populista" generó expectativas al comienzo y desconcierto después. Parecía que en forma clara y sencilla terminaba una era y comenzaba otra distinta y mejor. Sin embargo, no está resultando tan fácil.

En Venezuela, una mayoría abrumadora cambió la composición política del Parlamento, pero no modificó un ápice las conductas y los caprichos del régimen chavista presidido por Nicolás Maduro. La escasez de alimentos, medicamentos y otros productos básicos es una dramática realidad. Sigue habiendo presos políticos y el descontento se expresa no sólo en las urnas, sino también en la calle, aun a riesgo de enfrentar una dura represión. Maduro no cede y se endurece.

En Brasil, si bien no puede decirse que hubo un régimen populista, hubo sí un partido que, aliado a otros, gobernó por casi cuatro períodos en medio de una escandalosa corrupción. Para colmo, al igual que en el resto de la región, la bonanza llegó a su fin y la situación económica se tornó difícil. Un gobierno transitorio espera que se defina el controvertido juicio político contra Dilma Roussef, pero actúa como si se quedara para siempre. Varios de sus integrantes están contaminados por la misma corrupción pues fueron parte de ella hasta que resolvieron romper con Dilma. Por lo tanto, el entuerto político y la crisis económica persistirán por un tiempo más.

En la Argentina sí hubo un cambio. No fue rotundo, ya que el grupo político saliente retuvo una presencia importante de legisladores y el entrante debió pelear su triunfo recién en la segunda vuelta.

En Venezuela y Brasil, los respectivos gobiernos heredaron los desastres que ellos mismos crearon. En la Argentina, el gobierno saliente se encargó de cronometrar su legado para que estallara justo cuando asumía el siguiente gobierno. El presidente Mauricio Macri tomó medidas impopulares aunque inevitables (dada la debacle heredada) y con su discurso y gestualidad intenta transmitir optimismo y confianza.

Los argentinos discuten si las medidas de Macri debieron ser más o menos graduales en la medida en que perjudican a sectores postergados. Pero todos saben que el margen de maniobra es mínimo. Algunos que cuestionan esas decisiones pecan de demagogos. De haber estado ellos en el lugar de Macri, no hubieran hecho cosas muy diferentes.

La estrategia de Macri fue la de mantener la calma y mostrarse sereno. Con esa actitud intenta mostrar confianza para que los inversores vengan. Pero no garantiza que en siete meses obtenga resultados. Es que la prudencia en el mundo exterior no tiene tanto que ver con Macri, como sí con el desordenado y confuso fin del ciclo populista. El daño hecho es enorme.

Por un lado, la corrupción. En la Argentina sus montos y modalidad han sido asombrosos. Las investigaciones muestran que la corrupción afectó dinero destinado a importantes obras sociales. A los planes de vivienda de la fundación presidida por Hebe de Bonafini y a obras en la provincia de Jujuy. No hubo sensibilidad social alguna, sino un cinismo rampante. El "modelo" que se pretendía construir fue puro cuento. Lo que menos importaba eran los más desposeídos.

En Brasil surgen nuevos procesos y se dictan sentencias contra empresarios y políticos involucrados en una red tan increíble como interminable.

Venezuela escandaliza con lo ya sabido, pero aún falta destapar otras ollas. Cuando el presidente norteamericano Barack Obama congeló cuentas y propiedades de jerarcas oficiales venezolanos en Estados Unidos, sabía lo que hacía. Más allá de decirse anticapitalistas y antiimperialistas, esos jerarcas operan como genuinos capitalistas que confían en las bondades del imperio al llevar allí su dinero. Por algo la reacción chavista fue tan airada. La medida dolió.

Si el chavismo rehúsa irse y su irrupción, hace 15 años, se produjo tras la crisis del viejo bipartidismo venezolano, ¿qué futuro optimista verá un inversor que busca estabilidad y seriedad? Tampoco nada en Brasil garantiza una pronta solución.

Macri intenta normalizar la Argentina. Desde afuera se ve a un presidente que hace lo que corresponde, pero sin mayorías propias. Dentro de un año y medio se renovará parte del Parlamento, con resultado incierto. Apostar a que al terminar su período Macri sea reelegido parece por el momento temerario.

El horizonte que muestra la Argentina es muy corto. No así lo que se ve hacia atrás. Allí están las dos presidencias de Menem, con su corrupción y una política que al final no afianzó la economía como pretendía. A él siguió la crisis de 2001, la peor que se recuerde en mucho tiempo. Y luego vino el kirchnerismo, en ancas de una larga bonanza que no fue aprovechada. De la corrupción se sabe mucho. Pero además hubo políticas equivocadas, decisiones sin sentido, apuestas absurdas. El "modelo", quizá porque se apoyó en la corrupción, nunca tuvo asidero.

Con un pasado así, es difícil que en pocos meses vengan inversores para redinamizar el país, hacerlo productivo y generar genuinas fuentes de trabajo. Se tomarán su tiempo. Necesitan más certezas que las actuales. Quieren ver con más claridad un futuro despejado.

Y no será Macri quien, con su estilo, sus gestos, su sereno optimismo, arregle todo. Esto va más allá del Presidente.

Al igual que en Brasil y Venezuela, también en la Argentina ha de ser la gente la que demuestre que las prácticas corruptas se terminaron para siempre, que la demagogia económica y el autoritarismo arbitrario quedaron atrás. La señal la debe dar un país entero.

Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina)