Artículos

28.06.16

Los traumas y los beneficios que trae la globalización

El cambio brusco que se dio en la región el último año podría dar una impresión equivocada de lo que sigue ocurriendo a escala planetaria. La cuestión de fondo está, como siempre, en los cambios que impone sin dar descanso la economía globalizada. Que no espera a que las sociedades le den su visto bueno, como todos los grandes fenómenos socioeconómicos y tecnológicos de la Historia: ocurre, avanza, casi como un fenómeno geológico.
Por Pablo Díaz de Brito

Desde el kirchnerismo en la Argentina de la primera década de los 2000, cuando los términos de intercambio más favorables en un siglo permitieron construir un proyecto hegemónico, hoy en ruinas, al impresionante terremoto del Brexit y, mucho más modestamente, a la Italia que vota en masa a una joven candidata por ser "antipolítica" y partidaria de la transparencia en una ciudad arrasada por la corrupción (Virginia Raggi en Roma); de la Venezuela destrozada por la política económica del chavismo al Brasil del poslulismo y la España de Podemos (que sigue lejos de dar el batacazo tan anunciado y ansiado por muchos medios) a los Estados Unidos de Donald Trump, típico populista de derecha que arrasa entre los ex trabajadores industriales que se han quedado sin futuro con su discurso proteccionista.

Todos estos casos y otros que podrían fácilmente sumarse, sea entre países emergentes como en el mundo desarrollado, hablan de una polarización política global. Vigente y en auge pese a que ya pasó el cenit del neopopulismo en América latina. El cambio brusco que se dio en la región el último año podría dar una impresión equivocada de lo que sigue ocurriendo a escala planetaria.

La cuestión de fondo está, como siempre, en los cambios que impone sin dar descanso la economía globalizada. Que no espera a que las sociedades le den su visto bueno, como todos los grandes fenómenos socioeconómicos y tecnológicos de la Historia: ocurre, avanza, casi como un fenómeno geológico.

Es al menos tan potente, la actual globalización como la primera, la de la segunda mitad del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial, que cambió el mundo para siempre. Y en paralelo con los fenómenos económicos se dan las migraciones, al igual que en aquella primera globalización, con las tensiones que estos movimientos de multitudes siempre desencadenan (el Brexit es en gran medida una reacción a la inmigración excesiva de los últimos años, que sobrecargó los sistemas de salud y educación públicas).

Nada muy diferente ocurre en "el continente", como llaman los británicos a Europa. Esta nueva globalización es percibida como causa de malestar y crisis en los —todavía— países centrales: Estados Unidos y Europa. Y por efecto de la centralidad que Occidente ocupa en la formación de la agenda informativa global, queda muy poco visible la otra cara de la globalización: esos muchos cientos de millones de asiáticos que han pasado de la supervivencia a niveles de vida de clase media en apenas una generación. Esto pasa en China, como es sabido, pero también en India, Filipinas, Indonesia, Tailandia, Vietnam, Singapur y muchas otras naciones asiáticas.

Este boom económico y social simplemente no está presente en el registro occidental y latinoamericano. Por acá solo se habla de "la crisis social que causa el capitalismo global", en el maniqueo estilo enunciativo de nuestros gurúes progresistas. Siempre indignados, siempre subidos al púlpito.

Ahora veamos un poco más de cerca estos focos de crisis.. En general, el caso europeo sufre la falta de competitividad de gran parte de sus naciones frente al nuevo escenario global. Solo compiten bien las naciones del Norte, que ya en los años 90 rediseñaron su modelo de Estado de Bienestar y se pusieron a elevar su productividad (Suecia, Holanda, Dinamarca, Reino Unido, Alemania). Francia, tal vez la más conservadora, pasa por la enésima ola de protestas contra otro intento de liberalizar -mínimamente- su rígido régimen laboral. Ya le pasó en el lejano 1995 a Alain Juppé, quien salió derrotado por los sindicatos y terminó su ascendente carrera política. En España, la crisis política actual deriva en forma directa del shock que causó en 2008 la crisis financiera internacional, que la golpeó durísimo. Resulta díficil sino imposible que el anticapitalismo de izquierda radical sea la solución a los problemas de competitividad que plantea la globalización capitalista. Pablo Iglesias ofrece un camino sin salida. Su escaso 21% del pasado domingo 26 de junio parece indicar que así lo ha entendido la gran mayoría de la sociedad.

En cuanto al país-continente que es Estados Unidos, el trumpismo es claramente una reacción populista y proteccionista motorizada por los sectores más dañados por la globalización. No en vano Trump logra cosechar votos a raudales en el "cinturón de óxido", la extensa región ex industrial del Este, y en las zonas mineras. Dos sectores económicos perdedores ante la dinámica de la globalización desde al menos los años 90. Trump, como todo populista, polariza a conciencia: un estudio del prestigioso Pew Research Center señala que como nunca desde 1992 los estadounidenses se miran con extrema desconfianza entre ellos según sea su encuadramiento político (demócratas vs republicanos).

El caso latinoamericano parece más complicado, porque la región fue ampliamente beneficiada por el resideño global de la economía que llegó con los primeros años del 2000. Está del lado de los beneficiados por el boom de materias primas promovido por Asia. Pero esta renta extraordinaria no se usó para hacer un exigente camino de mejora de los sistemas económicos y administrativos nacionales, sino que en general fue a alimentar políticas clientelares acompañadas por modelos proteccionistas de las industrias locales. El kirchnerismo es emblemático al respecto. El lulismo y Evo Morales no hicieron nada muy diferente. En lugar de buscar acumular capital y mejorar los sistemas clave (infraestructura, calificación laboral, educación, etc) simplemente se expandió el gasto público como instrumento para ganar voluntades e instalar un sistema político hegemónico, que las elecciones periódicas no pusieran en peligro. Una condición crítica del diseño populista que no alcanzó nunca el kirchnerismo pese a buscarla con todas sus fuerzas, que sí alcanzaron en cambio Chávez y Evo y que el lulismo nunca buscó, desmarcándose de sus aliados regionales.