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29.04.16

La impronta del hombre clave que encabezó la transición a la nueva democracia chilena

(Política & Economía) Fue Patricio Aylwin quien tuvo la difícil tarea de encabezar el primer gobierno democrático pos Pinochet, pero con Pinochet omnipresente. El país tenía que dar los primeros pasos hacia la normalización democrática, en medio de aquellas tensiones que eran alimentadas en gran medida por la figura del propio Pinochet, quien siguió aferrado al poder como comandante en jefe del Ejército y como senador vitalicio, a partir del 11 de marzo de 1990.
Por Hugo Traslaviña

(Política & Economía) El paso repentino pero inexorable de la dictadura a la democracia, en 1990, fue también uno de los momentos más críticos -de tensión social y política- que ha vivido Chile a lo largo de su historia, sólo comparable con el periodo previo y los años posteriores al golpe de Estado de septiembre de 1973. En 1990 el país sufría una profunda división entre una mayoría de ciudadanos que se jugó por el retorno pacífico a la democracia y una minoría que seguía apoyando al dictador Augusto Pinochet. Pero ésta no era una minoría desamparada, porque estaba altamente imbricada y comprometida con el poder militar, económico y empresarial. Además, mantenía un fuerte resentimiento, luego de haber sido derrotada en dos oportunidades sucesivas en las urnas: primero en el plebiscito de 1988 y luego en la elección presidencial de 1989, en que salió electo Patricio Aylwin.

La misión de gobernar en medio de una “democracia protegida” fue titánica para el Presidente Aylwin, quien falleció el 19 de abril pasado. Aparte del enorme poder militar que aún detentaba Pinochet, Patricio Aylwin tuvo que gobernar en un espacio político restringido y riesgoso. Primero, con una constitución política implantada por Pinochet en 1980 y que incluía una serie de enclaves autoritarios, tales como la inamovilidad de los altos mandos de las fuerzas armadas, la participación de éstos en el Consejo de Seguridad Nacional, la parcializada e interesada conformación del Tribunal Constitucional y la existencia de los senadores designados y vitalicios, que le permitieron a la derecha y a Pinochet impedir que se aprobaran leyes que no representaran sus intereses.

Era un momento político delicado que no hubiese resistido cambios radicales en el plano económico ni venganzas personales en el plano político, so riesgo de volver a enfurecer a la guardia pretoriana que mantenía su nostalgia por la dictadura.

Así por ejemplo, cuando desde el poder legislativo se informó de una investigación para determinar responsabilidades por el pago de unos US$ 3 millones (de la época) a uno de los hijos del general Pinochet, éste no dudo en lanzar un par de amenazas golpistas, mediante el llamado “ejercicio de enlace” y luego el “boinazo”, operaciones que implicaron el acuartelamiento de los uniformados y también la moderación del gobierno en los intentos para poner en el banquillo a los responsables de ese millonario desvío de recursos fiscales. ¿Resultados de esta expoliación fiscal? Ninguno de los autores fue procesado ni pagó algún tipo de sanción judicial.

Pragmatismo empresarial

Aunque reticente en lo político y desconfiada en lo económico, al comienzo del gobierno de Aylwin la derecha empresarial se mantuvo expectante y más temprano que tarde bajó la guardia. Rápidamente advirtió que no habría un cambio revolucionario ni una vuelta de tortilla en el modelo económico de mercado. La señal más evidente de esta moderación la dio el equipo económico que entonces lideró el ministro de Hacienda, Alejandro Foxley, cuando tomó la decisión de archivar el informe realizado por Corfo, donde se detallaba la gigantesca expoliación de empresas del Estado que fueron traspasadas (privatizadas) a amigos, familiares y partidarios de la dictadura, en la mayoría de los casos con pagos irrisorios. Sobre este tema no hubo marcha atrás porque el objetivo estratégico del gobierno de Aylwin fue enviar una señal potente de que en el nuevo Chile democrático se respetaría la propiedad privada y que ésta sería el principal motor del crecimiento.

En cierto modo el primer gobierno de la Concertación de Partidos por la Democracia, que encabezó Patricio Aylwin, fue una suerte de concubinato político entre un dictador que mantuvo el poder real que el mismo se había encargado de construir y que sintetizó en el concepto de “democracia protegida”, y un Presidente elegido democráticamente, cuyo principal sustento era la dignidad de representar a una mayoría ciudadana que solo tenía el poder del voto.

Si bien los partidarios de la dictadura habían sido derrotados en el plano político, durante la mayor parte del gobierno del Presidente Aylwin hicieron sentir su poder basado en el control militar de su líder y en el poder económico y empresarial de sus partidarios que había logrado florecer durante la dictadura.

En la renaciente democracia del Chile de 1990, los grandes empresarios junto con los altos mandos de las fuerzas armadas y parte del aparato represivo que lentamente comenzaba a desarticularse, fueron tenaces opositores al gobierno de Patricio Aylwin. Tanto más, incluso, que los líderes de los partidos políticos de la derecha que también apoyaron a Pinochet: la Unión Demócrata Independiente (UDI) y Renovación Nacional.

Atributos personales

En tales circunstancias y hoy con la distancia histórica para formular juicios más fundamentados, es posible afirmar que los atributos personales y políticos que presentaba Patricio Aylwin, fueron los más adecuados para enfrentar el momento crítico que se vivía en los días previos y posteriores al inicio de su gobierno, en marzo de 1990. Entre otros, se precisaba de un mandatario con vasta experiencia política, vocación de servicio público y sólida formación académica; abierto al diálogo, tolerante, moderado, ecuánime, sencillo, honesto y directo; sin más ambiciones personales que lograr un pasar digno y tranquilo para él y su familia. En resumen, un auténtico representante de la clase media chilena, conservador en sus tradiciones y a la vez promotor de cambios y de reformas que condujeran gradualmente al desarrollo social y al bienestar de los ciudadanos.

Aylwin fue un político aferrado a sus ideas socialcristianas, democrático y dialogante. El mejor ejemplo de su propensión al diálogo lo dio en los días previos al golpe militar del 11 de septiembre de 1973, cuando accedió a conversar con el Presidente Salvador Allende, en un último intento para evitar no un simple golpe de Estado, sino una guerra civil, como lo temían él y otros dirigentes opositores a Allende. En aquellas horas aciagas que antecedieron al golpe, Aylwin estaba esperando que Allende hiciera un llamado a plebiscito, para por esta vía dirimir la profunda disputa política que dividía al país. Sin embargo, el golpe encabezado por Augusto Pinochet abortó esta salida.

Es un hecho que Patricio Aylwin fue un duro opositor al gobierno de Salvador Allende y que una vez consumado el golpe lo avaló y lo justificó. Sin embargo, al poco poco tiempo se desencantó del régimen militar, como la mayor parte de sus camaradas de la Democracia Cristiana, debido a los excesos del aparato represor contra las ex autoridades, dirigentes y militantes de los partidos que integraron la Unidad Popular, e incluso contra ciudadanos inocentes. A esto se sumaron los siguientes hechos: primero, que la Junta de Gobierno que encabezó Pinochet nunca llamó a los altos dirigentes de la Democracia Cristiana para colaborar con el régimen de facto (incluyendo al ex Presidente Eduardo Frei); segundo, que desde el comienzo el dictador solo buscó el apoyo en la derecha más intransigente y probadamente anti comunista; y por último, que el dictador optó por aferrarse al poder, sin dar ninguna señal de querer reiniciar el proceso democrático, llamando a elecciones.

En estas circunstancias y como buen animal político, Aylwin se pasó a la oposición y en la primera mitad de la década del ’80 retomó un fuerte protagonismo como líder de su partido, en la semiclandestinidad; como integrante del Grupo de los 24, para estudiar y proponer una nueva constitución para Chile; y finalmente como cofundador de la Alianza para la Democracia, conglomerado de partidos opositores que antecedió a la Concertación de Partidos por la Democracia, la federación de 17 partidos y movimientos de centroizquierda que le permitió ser ungido como Presidente de Chile.

Grandes objetivos

La gran meta de Aylwin fue la normalización democrática y frente a tamaño objetivo no dudó en transar con sus adversarios políticos. Así lo hizo con los de derecha -no pocos de ellos extremos, que simpatizaban con el fascismo- instándolos al diálogo y a la negociación. Mientras tanto, a los de extrema izquierda (incluyendo a los que asesinaron al senador de la UDI, Jaime Guzmán), aplicó el rigor policial hasta lograr desarmarlos y los canales judiciales para controlarlos.

Con este anclaje en el centro político y fuerte apego al orden institucional, no es raro observar hoy, al cabo de más de dos décadas del gobierno de Aylwin, que sus más severos críticos se mantienen en los dos extremos políticos: extrema derecha y extrema izquierda.

Aun con el reducido y controlado espacio de poder, el gobierno de Aylwin se las ingenió para garantizar el tránsito hacia la normalidad democrática, echando las bases para la pacificación de las antípodas políticas y para la reconciliación cívico-militar. Lo hizo respetando y haciendo respetar las instituciones, aunque él no estuviera de acuerdo con muchas de éstas; negociando y dialogando con la oposición pinochetista, dentro y fuera del parlamento, con el fin de hacer aprobar algunas reformas clave, como la tributaria y la laboral. Respecto de esta última, lo más importante fue la restitución de una serie de derechos para permitir la actividad sindical (entre otros, el fuero de los dirigentes), la reforma al Código del Trabajo con un enfoque de equidad y el reconocimiento legal de las centrales sindicales.

También hizo ajustes para impulsar el crecimiento económico, la inversión y la reinserción económica y política de Chile con el resto del mundo. De este modo, en el corto periodo de gobierno del Presidente Aylwin, la economía creció a un promedio del 7,7% en los cuatro años; bajó el desempleo a 6,5% y la inflación por primera vez cayó de manera abrupta de 27,3% en 1989 a cerca de un dígito anual en 1993. Y quizás, lo más importante de todo: redujo la pobreza de cerca del 40% al 27% de la población. En los gobiernos siguientes de la Concertación, la pobreza abierta bajó al 14% y de este modo, el eslogan de “crecimiento con equidad”, acuñado en el gobierno de Aylwin, fue tomando fuerza en los años posteriores.

Informe Rettig

En el plano de los derechos humanos, lo más relevante del gobierno de Aylwin fue el trabajo de la Comisión Rettig, que hizo el primer catastro de víctimas, atrocidades y victimarios que estuvieron involucrados en actos u operaciones destinadas a hacer desaparecer, torturar, asesinar, exiliar, relegar y privar de libertad a miles de personas de manera arbitraria e ilegítima. Para los sobrevivientes y los familiares de las víctimas, el gobierno dispuso de medidas reparatorias, tanto económicas como civiles, contribuyendo por esta vía al largo proceso de reconciliación ciudadana, que se prolongaría por al menos un par de decenios en el país.

A pesar de estos logros, el Presidente Aylwin fue criticado por su estilo moderado y conciliador, entre otras cosas porque en apariencia parecía un político frágil. Pero en el fondo era firme en sus principios y convicciones, contrario a la demagogia y al discurso fácil que suelen desplegar ciertos políticos para ganar adeptos o desviar la atención. Patricio Aylwin fue un hombre práctico y sincero en su actuar, de modo que no se le puede tildar de inconsecuente. Su frase más célebre, de que haría justicia “en la medida de lo posible”, lo vindica como un político realista, lo mismo que otras declaraciones famosas, como cuando calificó a los mineros de Chuquicamata como “privilegiados”, respecto de otros trabajadores chilenos, por los sueldos que ganan; o esa otra cuando dijo que “el mercado es cruel”, para graficar las iniquidades que este crea cuando el Estado lo deja actuar solo.

Frases más, frases menos, los resultados avalan a Aylwin como un gran estadista y de este modo sobresale en el común de los políticos que han surgido en el país, sobre todo en los últimos años.

Por lo tanto, habiendo sido testigo y protagonista relevante de más de medio siglo de convulsiones políticas que partieron antes de que Salvador Allende llegara al poder y que amenazaban con proyectarse más allá de 1990, Patricio Aylwin fue el hombre preciso para encabezar el proceso de transición a la democracia.

En el momento de su despedida, el balance sobre la trayectoria política de Patricio Aylwin resulta favorable para Chile y surge como un ejemplo notable entre las experiencias de transición de la dictadura a la democracia a nivel internacional.

Fuente: Política & Economía (Santiago, Chile)