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24.09.15

Democracia, partidos y ciencia política

(El Observador) La potencia de los partidos tiene mucho que ver con la persistencia de la democracia uruguaya. Pero tiene, para nuestra profesión, un corolario complicado, muy desafiante: la fuerza de los partidos y el ardor de la competencia política dificultan la empresa de construir un saber con pretensiones de objetividad, neutralidad, y apartidarismo. Por eso mismo, cuanto más poderosa sea la fuerza de atracción gravitacional de los partidos, más empecinada tendrá que ser la vocación por la «intemperie».
Por Adolfo Garcé

(El Observador) La fortaleza y arraigo de los partidos habría dejado poco espacio para la consolidación de una mirada "despartidizada", con pretensión de objetividad y neutralidad, sobre la política uruguaya.

Un desafortunado editorial de El País, publicado el sábado pasado, nos obliga a volver sobre el viejo asunto de la relación entre la ciencia política y los partidos en Uruguay. Al final de ese texto, luego de diversos errores y otras tantas exageraciones, se dice: “Estos son nuestros politólogos y para todas estas cosas sirven. Téngalo presente cuando sepa de algunos de sus pretendidos análisis científicos que describen la vida política del país con pose de imparcial”. No me interesa polemizar. En cambio, creo que vale la pena compartir algunas reflexiones tratando de poner este tipo de juicios en un contexto más amplio que los haga más fácilmente inteligibles.

La ciencia política uruguaya, desde luego, viene de muy lejos (la Historia Política y el Derecho Constitucional, por ejemplo, constituyen antecedentes insoslayables). Tiene, en la obra de Carlos Real de Azúa y Aldo Solari, en los sesentas, pilares conceptuales extraordinarios que todavía nos inspiran. Sin embargo, recién cuajó institucionalmente después de la dictadura. La creación del Instituto de Ciencia Política, en ese entonces en la Facultad de Derecho, por un lado, y el despegue de las empresas especializadas en estudios de opinión pública (como Equipos), por el otro, fueron hitos fundacionales decisivos.

Este rapidísimo repaso pone de manifiesto dos asuntos de especial interés para el debate actual acerca de la “partidización” de la ciencia política nacional. En primer lugar, existe un fuerte contraste entre la longevidad de los partidos (colorados y blancos hunden sus raíces en la primera mitad del siglo XIX) y la novedad de la ciencia política. Como se ha dicho, es muy probable que exista un nexo entre ambos fenómenos. La fortaleza y arraigo de los partidos habría dejado poco espacio para la consolidación de una mirada “despartidizada”, con pretensión de objetividad y neutralidad, sobre la política uruguaya. En segundo lugar, la ciencia política uruguaya empezó a asomarse en los años de agonía de la democracia (los sesenta), y terminó de nacer en el contexto de la restauración (los ochenta). Esta es, seguramente, una de las razones por las cuales nuestra disciplina está tan comprometida con la libertad política y tan preocupada por descubrir a tiempo y ayudar a reparar grietas y fisuras en nuestras instituciones democráticas.

La fortaleza institucional y arraigo social de los partidos no sólo ayuda a entender por qué el nacimiento de la ciencia política uruguaya fue tardío. Además, ofrece una pista analítica para poner en perspectiva los debates actuales sobre la “partidización”. Por un lado, a políticos y ciudadanos les sigue costando demasiado creer en la intención de “objetividad” de los politólogos, muy especialmente de aquellos que incursionamos en los medios. Se desconfía, muy a menudo, de las interpretaciones realizadas. Pero, además, y con mucha frecuencia, también se suele atribuir “sesgos” o “intenciones políticas” a la información elaborada por los expertos desde sus instituciones. Por el otro, a los politólogos, a su vez, se les hace difícil mantener distancia respecto a los partidos. Los partidos presionan, demandan, seducen. El ejemplo más notorio de la enorme atracción gravitacional de los partidos es el del pasaje de muchos colegas de la actividad académica a la competencia electoral (dicho sea de paso, este proceso no es muy distinto del ocurrido con otros profesionales de las ciencias sociales como los economistas, verificado décadas atrás). Insisto: nada de lo dicho debe ser leído como un juicio de valor. No estoy cuestionando ni a los partidos que sospechan de la “objetividad” de los politólogos, ni a los colegas que dan el paso hacia la política partidaria (entre otras cosas, porque si esto fortalece a los partidos, favorece a la democracia). Apenas pretendo presentar hechos, registrar tendencias, mostrar procesos históricos fácilmente verificables.

Por supuesto, me gustaría que políticos y ciudadanos nos concedieran más seguido que podemos, de verdad, analizar los procesos políticos con libertad y sin dejarnos ganar por prejuicios y simpatías políticas. La formación universitaria apunta a educarnos en el respeto hacia la evidencia empírica, y contribuye a prevenirnos contra el dogmatismo teórico y el fanatismo político. También me gustaría que los politólogos fuéramos capaces de cultivar el diálogo con los partidos pero manteniendo, al mismo tiempo, una distancia prudente. Siempre recuerdo que Carlos Real de Azúa, con su ingenio tan especial, se definía a sí mismo como “políticamente poco confiable”. Sé que esto es difícil. Existen factores estructurales e históricos que conspiran contra esta alternativa. Pero prefiero que los politólogos seamos “políticamente poco confiables” a que nos vayamos alineando con sectores, partidos o bloques políticos.

La potencia de los partidos tiene mucho que ver con la persistencia de la democracia uruguaya. Pero tiene, para nuestra profesión, un corolario complicado, muy desafiante: la fuerza de los partidos y el ardor de la competencia política dificultan la empresa de construir un saber con pretensiones de objetividad, neutralidad, y apartidarismo. Por eso mismo, cuanto más poderosa sea la fuerza de atracción gravitacional de los partidos, más empecinada tendrá que ser la vocación por la “intemperie”.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)