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25.08.15

Fraude y tiros, avalados por la violencia verbal de Cristina

(TN) Hay quienes todavía creen que en algún momento Scioli se va a diferenciar de Cristina y va a satisfacer la expectativa de «normalización» del país que sectores empresarios, de la prensa y de la iglesia han depositado en él. Se lo esperaba para después de las PASO y ahora se lo esperará para después de octubre. Con la fe y la esperanza se puede hacer lo que se quiera. Pero tal vez convenga registrar cuál es la normalidad que conocen de toda la vida Scioli y el sciolismo.
Por Marcos Novaro

(TN) Comparados con el chavismo, el evismo y el primer peronismo, a los gobiernos de los Kirchner no cabría considerarlos particularmente violentos. En doce años no metieron preso a ningún opositor, aunque intentaron hacerlo con algunos empresarios de medios y otros disidentes. Tal vez no hayan mandado a matar a nadie. En fin, parecen en este aspecto bastante moderados, en comparación al menos con su grupo de referencia.

Pero se cansaron de insultar y denigrar a todo el mundo y de exaltarse a sí mismos y a sus actos por estar inspirados en fines incuestionable e infinitamente superiores a todas las alternativas. Con lo que crearon a su alrededor un ambiente muy favorable a la violencia. Hasta ahora principalmente violencia verbal, lo que se observa en la naturalización desde hace años del insulto y el escupitajo.

Pero a medida que la desesperación por retener el poder se incrementa, cada vez más también violencia física. Porque si es tan maravilloso el proyecto oficial y tan superior a todas las alternativas, se entiende que esté justificado hacer casi cualquier cosa con tal de asegurar su triunfo y continuidad.

El fraude es una manifestación de esta situación. Se viene practicando en los márgenes de un sistema electoral muy poco fiable (y que necesita de la movilización de miles de fiscales voluntarios como único recurso para que las prácticas fraudulentas no se generalicen), desde el retorno de la democracia en 1983.

Ya entonces se reclamaba un cambio de sistema, que nunca se implementó exclusivamente por las ventajas que ofrece el vigente para la cuasi permanente mayoría electoral e institucional.

Pero además de los defectos institucionales que lo hacen posible, hay que registrar la justificación moral que el fraude, como todo otro acto ilegal, necesita. El kirchnerismo se la proveyó con entusiasmo, revirtiendo tendencias previas que, además de acotarlo en la práctica, ponían al peronismo en aprietos morales a la hora de practicarlo.

Si en una elección se enfrenta el muy provechoso y naturalmente mayoritario proyecto "nacional y popular" a enemigos neoliberales, antidemocráticos, golpistas y antipatriotas, en suma "los gorilas" por naturaleza minoritarios, ¿qué sentido tiene contar con cuidadoy el debido respeto los votos de unos y otros? ¿Si desde el vamos aquel debe ser la mayoría y estos una ínfima y miserable minoría?

En este marco que ofrece el nacional-populismo, lo inmoral no es robar votos sino dejar de hacerlo y permitir que se cometa un auténtico fraude contra el pueblo y la patria, el que puede cometer una minoría que por alguna artimaña infame, de esas típicas liberales en que colaboran la prensa y el periodismo, pretenda disfrazarse de mayoría.

El tránsito que experimentamos en estos momentos de la violencia verbal a la fáctica se puede observar en los porcentajes y extensión del fraude en las últimas PASO: y parece que ahora también en la elección del gobernador de Tucumán.

Ya no es un problema marginal, no es sólo un mecanismo para dirimir elecciones parejas en algunos distritos remotos y aislados, puede incluso volcar una elección que la oposición hubiera ganado por un margen considerable. En este marco aunque se dice que Scioli necesita dos puntos para llegar a 40% o siete para llegar a 45%, la verdad es que no sabemos si llegó realmente a 38. Y difícilmente podamos estar seguros de que si le faltan los números necesarios en octubre, no vaya a conseguirlos por las malas.

Como si fuera poco, se suma el uso de las armas. Que tampoco era algo desconocido hasta ahora, pero era tambiénmarginal; y se está volviendo mucho más generalizado y gravitante. La muerte del militante radical en Jujuy no tiene importancia sólo por el rechazo a la violencia política que nos mantiene en pie como comunidad democrática desde 1983.

No impacta negativamente sólo por las mentiras que la presidente usó en su penúltima cadena nacional, con el aplauso de todo el espinel oficial, incluido el propio Scioli, para invertir roles entre víctimas y victimarios. Sino porque se produjo en la provincia que está más cerca de tener una elección reñida después de haber estado por décadas bajo una hegemonía electoral imbatible.

Jujuy es, como algunos municipios del conurbano bonaerense, y como Catamarca y Tucumán, caso este último donde también se repitieron actos violentos, tolerados al menos por las fuerzas de seguridad, uno de los territorios en los que más se está esforzando el pluralismo por renacer. Y es claro que eso no le interesa a quienes se consideran allí los legítimos dueños del poder y delos votos.

Fellner, su gobernador, y el resto del peronismo tradicional han tenido una relación tensa en estos años con Milagro Sala y el guevarismo apenas matizado de Tupac Amaru.

Pero saben que si los necesitan para retener el control de la provincia les conviene aceptar sus servicios, y siempre podrán justificarse diciendo que se los impuso Cristina. También porque entienden a su manera que el movimiento nacional no tiene por qué competir en pie de igualdad contra los demás partidos.

Ese peronismo tradicional puede haber intentado en el pasado hacer las paces con el liberalismo y el pluralismo político. Pero aprobó a medias sus respectivos exámenes. Y como además lo hizo de la mano de Menem y Duhalde, dos personajes que les da dolor de cabeza recordar, están más que conformes de volver a inspirarse en sus libros y sus experiencias de juventud,cuando se entronizaba al “Movimiento” y se denostaba al partidismo por burgués y antinacional.

Se entiende entonces que Fellner haya hecho causa común con laTupacenviando a sus jueces y fiscales amigos a tapar cualquier complicidad política en el crimen del militante radical. Y que Sciolihaya colaborado una vez más con Cristina acusando a los radicales, las víctimas del crimen, de querer usar miserablemente a un muerto. También el candidato oficialista necesita para ganar, y necesitará en caso de lograrlo y gobernar, a todas las alas del movimiento trabajando en su provecho. A eso es a lo que él llama “diálogo”, no a otra cosa.

Hay quienes todavía creen que en algún momento Scioli se va a diferenciar de Cristina y va a satisfacer la expectativa de “normalización” del país que sectores empresarios, de la prensa y de la iglesia han depositado en él. Se lo esperaba para después de las PASO y ahora se lo esperará para después de octubre. Con la fe y la esperanza se puede hacer lo que se quiera. Pero tal vez convenga registrar cuál es la normalidad que conocen de toda la vida Scioli y el sciolismo.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)