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01.06.15

Fútbol y corrupción en América Latina

(Infolatam) Se equivocarían, pese a todo, los presidentes latinoamericanos, si no toman cartas en el asunto. El clamor social contra la corrupción es cada vez más potente y en lo relativo al fútbol podría convertirse en un torrente incontenible. Lo que se ve en muchas partes son clubes quebrados y dirigentes enriquecidos. Por eso los gobiernos deben deben intervenir.
Por Carlos Malamud

(Infolatam) La semana pasada el presidente de la Junta Directiva de Transparencia Internacional, el peruano José Ugaz, apuntaba que la corrupción está “normalizada” en América Latina y que sus diversas sociedades la asumen como “una forma de vivir”. Esos mismos días, a partir de las denuncias que afectaron directamente a la cúpula de la FIFA, supimos claramente lo que quería decir Ugaz cuando señalaba que la corrupción era algo normal, algo con lo que muchos latinoamericanos han aprendido a convivir.

Ya no se trata sólo de que haya políticos o sindicalistas corruptos, algo propio de la cotidianeidad de muchos países, como bien reflejan los medios de comunicación. En estas mismas páginas de Infolatam Rogelio Núñez señalaba días atrás que la corrupción está centrando el debate político en América Latina, de forma simultánea al cambio que se estaría produciendo en sus sociedades. Ahora bien, las denuncias contra numerosos dirigentes del fútbol latinoamericano y caribeño confirman lo extendido y peligroso de una enfermedad que puede estar presente en los más diversos aspectos de la realidad y que exige a gobiernos y sociedades medidas urgentes para erradicarla.

La mayor parte de los imputados y detenidos por orden de Loretta Lynch, la fiscal general de EEUU, son altos dirigentes del fútbol de América Latina y el Caribe. Entre ellos están el presidente de la Confederación de Fútbol de América del Norte, Centroamérica y el Caribe (Concacaf) y vicepresidente de la FIFA, el caimanés Jeffrey Webb, el uruguayo Eugenio Figueredo, vicepresidente saliente de FIFA y expresidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), los jefes de las federaciones de Venezuela, Rafael Esquivel, y Costa Rica, Eduardo Li. En la misma lista aparecen el nicaragüense Julio Rocha y el brasileño José María Martín. La justicia de EE.UU. también pidió la extradición del paraguayo Nicolas Leoz, presidente de la Conmebol entre 1986 y 2013.

Tras el escándalo fueron muchos los políticos que se rasgaron las vestiduras. Rafael Correa, presidente de Ecuador, denunció que “es algo terrible y extremadamente penoso porque los siete detenidos son de América Latina y el Caribe; es una vergüenza para la región”. Por su parte, Dilma Rousseff dijo que lo ocurrido “servirá para ayudar al fútbol brasileño”. Incluso Evo Morales fue todavía más lejos y solicitó que el tema sea oficialmente discutido en la Cumbre UE Celac a celebrarse el 10 y 11 de junio.

Sin embargo, la gran duda que surge ante tales manifestaciones es por qué los mandatarios latinoamericanos no ayudaron antes y debieron esperar a que interviniera la justicia de EEUU para manifestarse sobre un problema que viene de lejos y tiene raíces profundas en casi todos los países de la región. Prácticamente ninguno de ellos debió haberse sorprendido por lo acontecido, si tenemos en cuenta que el brasileño presidió la FIFA entre 1974 y 1998, una prolongada gestión no exenta de múltiples escándalos. João Havelange

Los lazos entre fútbol y política son muy fuertes. Quienes más se benefician del status quo, como el gobierno argentino y “Fútbol para todos”, han intentado hasta ahora moverse bajo la máxima de “vive y deja vivir”. En Argentina las “barras bravas” son utilizadas como fuerza de choque en múltiples contiendas políticas y, sin llegar a esos extremos, en otras partes del continente encontramos maridajes de lo más extraños.

En muchas federaciones latinoamericanas el impacto de las transiciones a la democracia fue mínimo o inexistente y en bastantes de ellas la tendencia a la reelección indefinida es un hábito envidiado por algunos presidentes regionales. Numerosos dirigentes del fútbol latinoamericano comenzaron sus carreras bendecidos o fueron ungidos directamente por las dictaduras militares, aunque muchos murieron recientemente o están a punto de jubilarse.

El argentino Julio Grondona, fallecido hace algo menos de un año, asumió su cargo, por primera vez en 1979, y se mantuvo en él hasta su muerte. En los 12 años de kirchnerismo no hubo grandes esfuerzos para limpiar los establos. Algo similar se puede decir de otros dirigentes con vínculos con sus propios dictadores. Basta ver la trayectoria del brasileño José María Martín, cuyo nombre adornaba hasta apenas ayer la fachada de la Federación Brasileña de Fútbol, o la del paraguayo Nicolás Leoz.

Otro alto cargo futbolístico que viene de la época oscura de la política burguesa es el venezolano Rafael Esquivel, que llegó a la presidencia de su Federación en 1987 y se mantuvo en ella tras 10 reelecciones consecutivas. Los tan poderosos gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro o fueron totalmente incapaces de removerlo de su puesto, algo poco creíble en Venezuela, o fueron cómplices de una situación que les resultaba sumamente beneficiosa. Ningún gobierno del ALBA ni de Mercosur, ni ningún secretario general de Unasur (antiguo o moderno) fueron capaces de mencionar el tema de la corrupción en el fútbol, ni de incluirlo en la agenda de ninguna de las múltiples cumbres regionales o subregionales.

El fútbol en su potente asociación con la televisión mueve cantidades millonarias de dinero en todo el planeta. Sus seguidores, que se pueden contar por miles de millones, son una fuerza social incomparable. Son muchos, por tanto, quienes quieren instrumentalizar un deporte que se ha convertido en “pasión de multitudes”.

Se equivocarían, pese a todo, los presidentes latinoamericanos, si no toman cartas en el asunto. El clamor social contra la corrupción es cada vez más potente y en lo relativo al fútbol podría convertirse en un torrente incontenible. Lo que se ve en muchas partes son clubes quebrados y dirigentes enriquecidos. Por eso los gobiernos deben deben intervenir. Pero si lo hacen para tomar medidas en esta dirección probablemente les sea exigido enfrentar otros problemas similares. ¡Bendito fútbol si es capaz de ello!

Fuente: Infolatam (Madrid, España)