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26.03.15

El golpe del 76

(Diario Río Negro) La posibilidad de elaborar una narrativa plural sobre el pasado reciente dependerá, entre otras cosas, de nuestra voluntad para superar un discurso monocorde, unilateral, cerrado sobre sí mismo, donde las etiquetas de buenos y malos son repartidas sin matices ni claroscuros.
Por Antonio Camou

(Diario Río Negro) La propaganda oficial, machacada en los entretiempos de "Fútbol para Todos", no deja lugar a ninguna duda: el golpe cívico-militar perpetrado el 24 de marzo de 1976 fue ejecutado para imponer un modelo económico neoliberal, desindustrializador y excluyente de las grandes mayorías populares. La frase se repite con ademán de verdad autoevidente y es compartida por amplias capas del campo progresista.
 
Pero la sencilla ecuación esconde un problema: que el plan económico de Martínez de Hoz -hablando mal y pronto- haya sido neoliberal, desindustrializador y excluyente de las grandes mayorías populares no significa que el golpe fue dado "para" imponerlo.
 
Por el contrario, esta interpretación "economicista" del autodenominado "Proceso de Reorganización Nacional" ha sido severamente cuestionada a lo largo de los años por la investigación académica y el análisis de diversos especialistas. Al menos desde las pioneras indagaciones de Adolfo Canitrot, hasta las más actuales y destacadas contribuciones de historiadores, sociólogos y politólogos, hay cierta zona de convergencia que echa por tierra con aquella lectura mecánica en clave de base y superestructura: el golpe fue dado más por razones políticas que económicas. En todo caso, el plan económico inicial de la dictadura (porque hubo varios y de distinto signo) fue solamente un medio -y no un fin- subordinado a un objetivo estratégico de disciplinamiento social en el marco de la "lucha contra la subversión".
 
Ahora bien, si esto es más o menos así, ¿por qué el aparato comunicacional oficial se empecina en propalar la versión economicista? ¿Qué hay debajo o detrás de esa recurrente porfía? Se nos aparecen varias respuestas posibles, pero sospecho que la razón fundamental estriba en quitarle densidad política al análisis del golpe como un momento al interior de una espiral de radicalización y violencia alimentada desde distintos sectores de la sociedad y con diferentes grados de responsabilidad. La versión económica del golpe des-politiza porque des-responsabiliza el papel de los actores, sus proyectos, sus estrategias y sus decisiones. Al cargar la explicación sobre los hombros de las fuerzas económicas se instrumentaliza el espacio propio de la política, limitada a ser una continuación de la lucha económica por otros medios. Desplazar el eje, en cambio, de la pugna económica a la confrontación política llevaría al oficialismo a revisar los pies de barro del mañoso
relato que lo trajo hasta aquí.
 
Sin rebajar un ápice la responsabilidad militar por los crímenes de lesa humanidad y sin tampoco olvidar la obvia verdad según la cual severas violaciones a los derechos humanos habían comenzado antes del golpe (con la aprobación tácita o explícita del propio Perón), el relato oficial nunca quiso encontrarle un lugar al papel que su propio partido y el desquiciado gobierno isabelino jugaron en aquellos años; tampoco buscó matizar las responsabilidades de la dirigencia política de distintas fuerzas ni revisar el papel de las cúpulas empresariales, sindicales y eclesiales y menos aún se molestó en evaluar el impacto de tantos alegatos intelectuales contrarios al sistema democrático de partidos, que en mucho contribuyeron a potenciar el clima de intolerancia política. Finalmente, pero no en último lugar, se negó de plano a incorporar la incuestionable responsabilidad que el mesianismo sectario de la izquierda armada tuvo a la hora de jaquear un gobierno constitucional.
 
Si la llamada "teoría de los dos demonios" constituyó en su momento una simplificación tranquilizadora y falaz, todavía estamos a la búsqueda de visiones más comprensivas, que respeten causalidades múltiples y que hagan justicia a responsabilidades diferenciadas. Como ha señalado el filósofo Reinhart Koselleck, "insistir en las diferencias es la mejor manera de contribuir a la paz y a la memoria común, puesto que la memoria está dividida. Y... aceptar que la memoria está dividida es mejor que inventarse una memoria única, de una sola pieza".
 
La posibilidad de elaborar una narrativa plural sobre el pasado reciente dependerá, entre otras cosas, de nuestra voluntad para superar un discurso monocorde, unilateral, cerrado sobre sí mismo, donde las etiquetas de buenos y malos son repartidas sin matices ni claroscuros. Todos sabemos que la historia ha sido un poco más compleja.

Fuente: Diario de Río Negro (Pcia. Río Negro, Argentina)