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23.02.15

Dos dimensiones del legado de Mujica

(El Observador) En Uruguay no gobiernan las personas sino los partidos. Por eso Mujica no logró dejar una huella tan profunda como hubiera querido en materia en las políticas públicas. Pero su pasaje por la Presidencia dejó un legado intenso y perdurable en el plano simbólico.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) En general, cuando se hace el balance de un gobierno, se pasa lista a la “obra” concretada, contrastando “realizaciones” con promesas electorales. En el caso de la presidencia de José Mujica esto no alcanza. Al balance de la obra material, concreta, tangible, hay que agregar otro, más sutil, centrado en lo que su gobierno dejó en un plano distinto, intangible, inmaterial, simbólico.

Promesas y realidades

Mujica llegó a la presidencia portando dos promesas contradictorias respecto a la política económica. Ganó la primaria del Frente Amplio prometiendo un “giro a la izquierda”. Pero se convirtió en presidente comprometiéndose ante la opinión pública a permitir que los astoristas siguieran gobernando la economía.

Desde la Presidencia intentó compatibilizar ambas promesas. Por un lado, otorgó al astorismo el control del MEF y del BCU. Por el otro, permitió que desde el MIEM y la OPP se libraran batallas para llevar adelante políticas alineadas con el “giro a la izquierda”. Ambos bandos cosecharon victorias y derrotas. Una de las más importantes del astorismo fue la aprobación de la ley de Participación Público-Privada (18.786). Una de las más relevantes de la coalición interna rival fue la elaboración de planes industriales sectoriales.

Ambos bandos también recibieron golpes fuertes: los astoristas sufrieron el cierre de PLUNA (y padecieron el trámite judicial ulterior); los neodesarrollistas tuvieron el trago amargo del fracaso del ICIR.

Mujica redobló la apuesta del FA por la igualdad. Durante su mandato se continuaron las principales políticas sociales del MIDES y se empezaron a sentar las bases del Sistema Nacional de Cuidados. Pero tanto la política de vivienda como la educativa adquirieron una centralidad especial. Desde el punto de vista de los resultados, la más efectiva de ellas fue la política de vivienda.

Aunque lanzó el Plan Juntos desde Presidencia, el mayor éxito lo obtuvo gracias a la puesta en funcionamiento de la ANV y BHU. La ley de Promoción de la Vivienda de Interés Social (2011) dio un estímulo poderoso a la construcción de complejos habitacionales. La reforma educativa avanzó mucho menos. Mujica fue el principal responsable de la instalación de este tema en el centro de la agenda pública. También logró construir una coalición multipartidaria en torno a objetivos y medidas concretas. Pero, después, logró escasos avances efectivos entre los que se destaca la creación de la UTEC.

Mujica, especialmente durante su primer año de gobierno, puso un fuerte énfasis en la modernización del Estado. Luego de varios años de debates y negociaciones con COFE, en agosto de 2013 obtuvo la aprobación de la ley del nuevo Estatuto del Funcionario Público (19121). Esta norma combina la lógica weberiana con mecanismos inspirados en la Nueva Gerencia Pública: por un lado, establece que los funcionarios ingresan y ascienden por concurso; por el otro, que el candidato ganador del concurso para el nivel de dirección deba suscribir un contrato enunciando compromisos de gestión. Aunque este cambio normativo es un paso adelante, resultó ser bastante menos de lo que muchos esperaban.

El presidente logró dejar su huella en la política exterior. Vázquez, durante su mandato, se había ido enfrentando cada vez más abiertamente con el Mercosur, en general, y con la administración Kirchner, en particular. José Mujica, en cambio, puso un fuerte énfasis en la importancia estratégica de la región y de Argentina. En consecuencia con esta visión geopolítica, dedicó mucha energía a fortalecer el vínculo de Uruguay con los países vecinos. Su perseverancia rindió menos frutos de lo esperado. El enfrentamiento por la fábrica de celulosa con Argentina se desactivó rápidamente. Pero, con el paso del tiempo, los conflictos se intensificaron nuevamente. Mientras tanto, las relaciones con países tan enfrentados entre sí como Venezuela y EEUU siguieron siendo excelentes. Sobre el final de su mandato, Mujica incorporó otras iniciativas polémicas como el asilo a los presos de Guantánamo o la política de fomento a la inmigración de familias sirias.

En torno a los Derechos Humanos se generaron las controversias más intensas de su presidencia. Los primeros dos años estuvieron signados por el debate en torno a la Ley de Caducidad. Mujica enfrentó fuertes presiones internas (desde el FA) y externas (el pronunciamiento del CIDH de la OEA en torno al caso Gelman) en medio de no menos severas restricciones institucionales (la ratificación de la Caducidad en abril de 1989 y el fracaso de la “papeleta rosada” en 2009). Finalmente, el Parlamento aprobó una ley que restituyó la “pretensión punitiva” del Estado (18.831). Aunque fueron encontrados los restos de Julio Castro (diciembre 2011) y Ricardo Blanco (marzo 2012), la actuación del ministro Eleuterio Fernández Huidobro fue severamente cuestionada por sectores del FA y por ONGs como SERPAJ.

Lo más transgresor de la presidencia de Mujica llegó, de todos modos, en los tres últimos años de su mandato. El matrimonio igualitario, la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo y las acciones afirmativas hacia los afrodescendientes, entre otras medidas, generaron un fuerte impacto en la opinión pública nacional e internacional. La liberalización de la producción y comercialización de cannabis tiene un vínculo complejo con la agenda de “nuevos derechos”. Por un lado, para algunos funcionarios del entorno del Presidente y para muchos de los legisladores del FA, se enlaza naturalmente con esta nueva agenda en la medida en que amplía el margen de autonomía individual. Por el otro, curiosamente, las nuevas normas sobre cannabis no se pueden entender sin la obsesión del gobierno de Mujica por atenuar la sensación de inseguridad que campea en la opinión pública.

Palabras y símbolos 

He dicho otras veces que en Uruguay no gobiernan las personas sino los partidos. Por eso Mujica no logró dejar una huella tan profunda como hubiera querido en materia en las políticas públicas. Pero su pasaje por la Presidencia dejó un legado intenso y perdurable en el plano simbólico.

En primer lugar, Mujica se convirtió en un símbolo inesperado y rotundo del valor de la democracia electoral. Guerrillero derrotado en su juventud, terminó siendo el factor clave en la construcción de un movimiento electoral extraordinario que lo depositó en la Presidencia. Logró obtener, buscando votos, la influencia política que ni él ni sus compañeros habían logrado tener medio siglo empuñando las armas.

En segundo lugar, Mujica es un símbolo elocuente del gobernante que no se coloca por encima de los demás ciudadanos ni olvida que es, en esencia, un representante. Desde el primer día hizo lo gestos visibles orientados a desacralizar el poder y rompiendo cualquier resabio elitista. Como dijera Gerardo Caetano en el excelente libro de Mauricio Rabuffetti, “será recordado como quien, de alguna manera, (…) reafirmó aquello tan identitario de que naides es más que naides”.(1)

En tercer lugar, Mujica representa al político que, al consagrarse a la vida pública, rechaza la acumulación de bienes materiales. Mujica dedicó mucho tiempo y buenos discursos dentro y fuera del país a cuestionar el consumismo de las sociedades contemporáneas. Pero hizo más que hablar. Predicó con el ejemplo, tan llamativo e infrecuente, de su propia austeridad. Esto le valió, como es sabido, un intenso reconocimiento internacional.

Desde luego, estos tres valores (compromiso democrático, igualitarismo radical, despojo material) no son excepcionales en la política uruguaya. Pero Mujica logró llevarlos hasta el extremo y convertirlos en una dimensión distintiva de la “marca país”.

Luces y sombras

En lo económico, aunque el PIB per cápita siguió creciendo a buen ritmo, el gobierno de Mujica no pudo cumplir la promesa electoral de mantener la tasa promedio del período anterior. Además, dejó el déficit fiscal más importante en décadas. En lo social, a pesar del enorme esfuerzo realizado en materia de políticas sociales, el país sigue padeciendo una fractura social muy visible. La desigualdad del ingreso en Uruguay es baja cuando se la compara con el resto de América Latina, pero sigue siendo alta cuando se la contrasta con Europa. El fracaso de la educación pública no hace más que volver más profundas las divisiones sociales existentes. En lo institucional, aunque es obvio el abismo entre el “Comandante Facundo” y el presidente Mujica, su gobierno tomó decisiones polémicas, que han sido denunciadas por la oposición como violaciones a la Constitución.

El “país de primera” prometido en la campaña de 2009 todavía no se concretó. Uruguay sigue dependiendo demasiado de la exportación de productos con bajos niveles de valor agregado. El desarrollo futuro está amenazado por las fallas del sistema educativo y el rezago de la infraestructura. Pero, durante estos años, el prestigio de Uruguay en el mundo creció sensiblemente. La candidatura de Luis Almagro, Canciller de Mujica, a la Secretaría General de la OEA, y el amplio respaldo recientemente obtenido por Uruguay para integrar el Consejo de Seguridad de la ONU, son claros testimonios del respeto atesorado por el país durante los últimos tiempos gracias a la imagen de Mujica. 

(1) Rabuffetti, Mauricio. José Mujica. La revolución tranquila. Aguilar, Montevideo, 2014.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)