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02.12.14

Operación «ladrones somos todos»

(TN) El problema para Cristina no fue nunca la inconsecuencia o la ignorancia de la cruda faceta crematística de su proyecto político, sino las desprolijidades en que ella, su hijo y sus socios parecen haber incurrido a la hora de administrar el tráfico entre lo que de ella se debe mostrar y lo que sólo hay que insinuar. Y no sólo por la torpeza de registrar miles de habitaciones vacías a nombre de empresas de Lázaro, sino por sumarlo a las fotos de familia.
Por Marcos Novaro

(TN) En las atolondradas denuncias del kirchnerismo contra Margarita Stolbizer por enriquecimiento ilícito y contra un buen número de empresarios y figuras públicas por tener cuentas no declaradas en Suiza hay bastante de chicana y manotazo de ahogado.

Pero hay también doctrina: el ladrón nos alienta a creer que todos son de su misma condición; mensaje que, en la cosmovisión k, posee un sentido ético mucho más amplio que el habitual y la mera justificación de la codicia de este o aquel funcionario.

Porque para el kirchnerismo la corrupción siempre tuvo antes que nada una función educativa y correctiva: ella pone las cosas en su lugar en la relación entre política y economía, demuestra que el poder político determina siempre la distribución de la riqueza y la propiedad, y que el liberalismo y el “gobierno de la ley” son sólo disfraces, mentiras de quienes ya se han llenado los bolsillos y no quieren que los demás los imiten.

LA CORRUPCIÓN SRVE PARA CORREGIR

Por eso, aunque los Kirchner se han ocupado de disimularla, no hicieron nunca mucho por taparla: la corrupción les sirvió para corregir lo que siempre consideraron una desviación moral y un error intelectual inaceptable, y para educar y formar en un sentido ético a la sociedad, a la economía y a la política del país. Y hay que decir que, al menos durante un buen tiempo y en alguna medida, lo lograron.

Es fácil comprobar que en las sociedades donde el respeto a la propiedad privada y la confianza en la competencia de mercado son bajos, la corrupción tiende a ser alta. Si está difundida la idea de que “toda propiedad es un robo” y de que “detrás de toda gran fortuna hay un gran embustero” entonces robar, al menos al erario público, puede no ser tan malo. 

Incluso puede justificarse en términos igualitarios y redistributivos, pues en el fondo es prolongar en provecho de los recién llegados al poder un proceso de apropiación y saqueo que brutalmente y hace tiempo iniciaron quienes hoy a están en la cúspide de la sociedad, y que luego de aprovecharse de él al máximo quieren negarle la oportunidad de un similar usufructo a los que vinieron después. Algo por demás egoísta y arbitrario, aunque se disfrace con la moralina anticorrupción del “respeto de la ley”.

POPULISTA Y ANTILIBERAL

Esta mentalidad populista y antiliberal ha sido difundida con esmero en Argentina por diversos partidos, pero en particular lo fue y lo sigue siendo por el peronista. En distintas variantes a lo largo de su historia.

Durante la primera época de Perón se la formuló y practicó en sintonía con una versión algo fascistoide de la doctrina social de la Iglesia.

Lo que se llevó bastante mal con los pocos rasgos auténticamente liberales y de mercado de las reformas en esos años implementadas. Y en los años de los Kirchner con el cuento de la nueva izquierda latinoamericana, el regreso de la política y el estado y la lucha contra los engaños neoliberales. Con lo que se descalificó lo poco bueno y se potenció todo lo malo de la fase anterior.

Ahora que están de salida y cada vez más acorralados, Cristina y los suyos recurren a esta ética menos disimuladamente y con cierta desesperación.

Aunque siguen sabiendo golpear donde duele. No fue para nada casual que la Presidenta reapareciera en público y para responder explícitamente a los avances de investigaciones judiciales locales e internacionales sobre el lavado de los dineros familiares en la reunión de la Cámara Argentina de la Construcción, rubro que se sabe predilecto por la elite oficial desde las primeras denuncias de Carrió contra De Vido y desde aquel mensaje de despedida lanzado por Lavagna cuando se supo expulsado del gobierno de Néstor.

Aunque señalar al juez Bonadío como un igual, porque no tendría en orden una empresa de la que es accionista, no le hizo un gran favor a la investidura presidencial, lo fundamental fue lo que no se dijo, pero se insinuó: que Lázaro (y a través suyo, la familia) no es sino un recién llegado al club de la “patria contratista”, la cual no tendría nada que reprocharle a las autoridades ya que en todos estos años han convivido con enorme provecho.

"PLATITA PARA HACER POLÍTICA"

Cristina suele hablar de estos asuntos de dinero, de todos modos, con el desprecio y la distancia de una intelectual. Lo que le ha sido de gran utilidad, pues le permite descargar en otros, antes en Néstor ahora en Máximo, los manejos empresarios de la familia.

Recordemos cuando se definió a sí misma como una exitosa abogada, de lo que muchos dudan, pero nada dijo de sus condiciones que nadie le discute, hotelera, rentista inmobiliaria, operadora financiera.

Recordemos también cómo, a poco de iniciarse el mandato de su marido, quiso justificar pero a la vez descargar en él la responsabilidad por el manejo de los dinerillos matrimoniales brindando una espectacular lección de “pragmatismo k”, según la cual Néstor la habría convencido al mudarse a Santa Cruz de que “para hacer política hace falta platita”

Cuando en verdad de lo que seguramente se informaron muy bien ambos, no sólo Néstor y no sólo entonces, fue que la más rápida vía para hacer dinero es exprimir en provecho propio las lagunas y demás limitaciones de la ley.

El problema para Cristina no fue nunca la inconsecuencia o la ignorancia de esta cruda faceta crematística de su proyecto político, sino las desprolijidades en que ella, su hijo  y sus socios parecen haber incurrido a la hora de administrar el tráfico entre lo que de ella se debe mostrar y lo que sólo hay que insinuar. Y no sólo por la torpeza de registrar miles de habitaciones vacías a nombre de empresas de Lázaro, sino por sumarlo a las fotos de familia.

Algo de lo que Néstor siempre se cuidó, igual que de mantener velada la trastienda santacruceña de su sistema de poder. Y que puede terminar siendo aún más dañino que haber puesto a Boudou de vice.

Aunque tal vez el paso del tiempo hubiera hecho igual su trabajo de haber sido menor la dosis de torpeza de los gobernantes. Porque el fondo del problema del modelo k es que nunca asumió la conveniencia de prepararse para dejar el poder.

No sólo negó por ilusorios el mercado, la competencia, el esfuerzo productivo y, finalmente, la propiedad privada. Sino que los reemplazó por otra ilusión, la muy patente de que sólo existe el poder político y él se puede reproducir ad infinitum si se está dispuesto a ejercerlo sin restricciones. 

Y también ha sido la prueba de su futilidad, de que todo lo que esmeradamente construyó lo moldeó de manera que corre el riesgo de derrumbarse como un castillo de naipes.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)