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12.11.14

Cristina agotó su cuota de internaciones heroicas

(TN) ¿Por qué en la internación que Cristina padeció la semana pasada no hubo nadie acompañándola? ¿Se cansaron los militantes? ¿O ellos temieron que los votantes se estén cansando o ya se hayan cansado? En principio, lo que es seguro es que el dispositivo perdió eficacia y los kirchneristas lo saben. Como en muchos otros terrenos, el oficialismo sufre fatiga de materiales, un creciente deterioro de sus instrumentos de poder y marketing, que ya no está a tiempo ni tiene los recursos necesarios para reemplazar por otros.
Por Marcos Novaro

(TN) Entre los dispositivos de marketing que inventó o reinventó y potenció el kirchnerismo en estos años uno de los más llamativos y trajinados fue el de las “internaciones heroicas”. A través de ellas, Néstor primero y luego Cristina escenificaban el sacrificio personal del líder en aras de la causa nacional y popular. Sus seguidores, la devoción hacia ellos. Y más en general, el irrompible vínculo de amor y lealtad, real o pretendido, entre el pueblo y su jefe.

La ética del aguante proveía en esas ocasiones el cemento necesario para fraguar una relación apasionada y por tanto acrítica, incuestionable. Porque el aguante ofrece el punto de encuentro ideal entre sacrificio y devoción. Tenía aguante el líder, que llevaba al límite su estado de salud y ponía en riesgo su propia vida, y tenían aguante y “le hacían el aguante” los militantes, dándole a aquél fuerzas para seguir adelante. Un tema, como se sabe, con larga tradición en el peronismo desde la trágica enfermedad y muerte de Eva Perón.

Lo explicó con inesperada claridad Máximo Kirchner semanas atrás, en su hasta aquí único discurso público: según él, en octubre de 2010 los militantes kirchneristas habrían probado que para ellos no corre esa conocida máxima pejotista según la cual a los líderes se los sigue “hasta la puerta del cementerio” pero sólo hasta ahí. El hijo de la presidente dio a entender así que lo sucedido con la muerte de su padre, y por extensión lo que se puede esperar suceda con el final del mandato de Cristina, hay que interpretarlo en la clave emotiva y en los tiempos largos propios de los liderazgos perennes, como el de Evita, y no en los cortos y transaccionales de quienes sólo han llegado a ser funcionarios a término o fugaces jefes partidarios.

Pero si esto es así ¿por qué entonces en la internación que Cristina padeció la semana pasada no hubo nadie acompañándola? ¿Se cansaron los militantes? ¿O ellos temieron que los votantes se estén cansando o ya se hayan cansado? En principio, lo que es seguro es que el dispositivo perdió eficacia y los kirchneristas lo saben. Como en muchos otros terrenos, el oficialismo sufre fatiga de materiales, un creciente deterioro de sus instrumentos de poder y marketing, que ya no está a tiempo ni tiene los recursos necesarios para reemplazar por otros.

No hay que descartar que haya habido también algo de plan en “dejar sola” a Cristina: si la imagen de los leales militantes rodeando el sanatorio o la clínica (nunca el hospital público) en donde la Presidenta yace en cama ya no sirve, tal vez llegó la hora de apostar a que sirva una variante: la mandataria sufriendo sus dolencias casi en soledad, sobreactuando su debilidad para generar, si no una renacida devoción, al menos temor a lo que podría suceder si su salud se sigue deteriorando. Temor que, como es fácil advertir por otros muchos indicios, se ha vuelto el principal argumento en manos del gobierno: la opinión pública ya no espera que las cosas mejoren, ni siquiera sus fracciones más oficialistas, apenas ansía que dejen de empeorar, y con toda lógica se estima que una Cristina fuerte puede presentarse como condición para lograrlo.

EL SILENCIO OPOSITOR

Esta generalización del miedo a lo que se viene puede ayudar a entender también el porqué del silencio opositor ante la enésima internación de la Presidenta, y que los aspirantes a la sucesión no hayan reclamado como otras veces información más fidedigna sobre lo que le sucedía, el tratamiento que sigue, sobre quién está al mando en su ausencia, etc.

Ellos y sus partidos saben que no pueden ofrecer ninguna vía alterna para mejorar la situación, al menos no antes de diciembre de 2015, y ni siquiera están en condiciones de garantizar que el cambio que propugnan a partir de entonces vaya a ser fácil, rápido y sobre todo incruento, pues aun quienes prometen votarlos comparten el temor a que las cosas sean bastante complicadas y vayan para peor antes de poder mejorar. De allí que no les convenga agitar mucho las aguas con el vacío de poder, la ausencia de recambio, la desorientación o el inmovilismo que crecientemente afecta áreas críticas de la gestión de gobierno. Ni siquiera denostar a Boudou sirve ya para sumar adhesiones, dado que todos saben lo que el vicepresidente representa y nadie quiere que le recuerden que Cristina podría llegar a dejarnos en sus manos si las dolencias que la aquejan se agravaran.

Tal vez los más entusiastas de los opositores lo intenten, pero corren el riesgo de que los señalen ya no sólo como agoreros sino como promotores del caos y la sociedad atemorizada les dé la espalda. También puede que los más entusiastas oficialistas vuelvan a las calles y los actos en los próximos días para mostrar que su pasión militante está incólume. Pero los que cuentan en el campo oficial, Scioli, los demás jefes territoriales y los funcionarios que como Kicillof, Randazzo, Berni e incluso los camporistas más pragmáticos que están trabajando por hacerse un futuro más allá de la salud política y personal de la Presidenta, están cada vez más en otra.

Y cada día que pasa, por más esfuerzos que hace el núcleo oficial por evitar que el tiempo corra y se profundice el síndrome del pato cojo, más claro va quedando que aquellos, mientras siguen aplaudiendo y celebrando a Cristina, en lo que piensan es en cómo maniobrar en la transición para quedar lo mejor parados en la etapa que viene.

Ello dista de significar que abandonan el barco, pero para una líder que se acostumbró a ser la fuente de toda vida y esperanza para toda esa gente debe ser suficiente motivo de enojo y preocupación. Como para no tener ya ganas de ir a dar la cara al G-20. Ni de mantener con su sola palabra cotidianamente en pie la idea de que tras ella hay un gobierno en marcha. Ni de seguir sacando de la galera conejos para que parezca que las batallas inconclusas o ya perdidas aún están librándose. Porque ese es el otro dato que arroja el episodio: la fatiga de materiales está afectando cada vez más gravemente al motor y corazón del kirchnerismo: a la propia Presidenta.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)