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27.10.14

Brasil y Uruguay, elecciones que se argentinizan

(TN) Si pese a todo Dilma fue reelecta, fue porque el control de los recursos del estado por parte del PT y sus aliados es muy firme, le provee bases territoriales y electorales muy sólidas, una garantizada cosecha entre los votantes pobres de buena parte del país, y un apoyo igual de firme de los caciques distritales y locales de varias fuerzas conservadoras. Estos caciques dependen para su reproducción de que el PT siga sin racionalizar el sistema impositivo ni la asignación del gasto público, que en muchas zonas de Brasil son tan o más ineficientes y agobiantes para el resto de la economía que en Argentina.
Por Marcos Novaro

(TN) Vivimos un tiempo dominado por los híbridos: todo se combina y recombina. Así, los que estábamos acostumbrados a ver como polos opuestos tienden a tener cada vez más cosas en común entre sí, y terminan imponiéndose variantes cuyo género o carácter es difícil de identificar. Sucede en la música, en la literatura, y por supuesto en la política. Y en la política argentina más todavía: ¿quién es Massa, un transversal posperonista que propone restablecer el espíritu del primer kirchnerismo? ¿Y Macri, otro transversal posperonista pero uno que quiere reflotar la nueva política en que se inspiraba ya hace veinte años el Frepaso? Para no hablar de Scioli, un híbrido a la enésima potencia, el fruto de un experimento de recombinación de genes tan exhaustivo que ya es difícil saber si llegado el momento será capaz de desarrollar carácter alguno.

Hay quienes piensan que la política de otras latitudes es más seria, más organizada y sobre todo más fácil de catalogar, y a veces se pone de ejemplo a Brasil. Por ejemplo, respecto a las elecciones que acaban de tener lugar muchos han dicho que, a diferencia de la competencia local, allí sí se contrapusieron dos modelos, uno claramente de centroizquierda y otro de centroderecha, uno populista y redistributivo y otro proempresario y ajustador. Puede que algo de esto haya sucedido. Pero es curioso escuchar lo que piensan los propios brasileños de lo que les pasa: muchos de ellos creen que la política en Brasil se está pareciendo cada vez más a la argentina, y en particular creen que esto es así porque se ha tendido a conformar una sólida coalición de los populistas y los conservadores, un híbrido, con eje en el PT, que es muy difícil de desbancar.

Fernando Henrique Cardoso lo explicó con una fórmula muy elocuente: sostuvo recientemente que el PT está tratando de conformar un “subperonismo”, es decir, otro híbrido, en este caso uno en que se asociarían las tradiciones políticas de la izquierda brasileña con la realpolitik del gasto público, el hiperpragmatismo de aliarse con cualquiera y otros vicios habituales en la fuerza predominante argentina. Aunque convengamos que esa realpolitik del gasto no la inventamos nosotros, ni nosotros se la contaminamos a los buenos brasileños, pues ella ya estaba desde antes de que existiera el peronismo muy difundida en la política local del país vecino, igual que en muchos otros. Y del pragmatismo desaforado se podría decir otro tanto. Así que cabría concluir que al menos parte del argumento de Cardoso fue pura retórica electoral.

Esta mala costumbre de echarle la culpa a Argentina de las cosas objetables que pueden estar sucediendo en otros países de la región, y ponernos como el mal ejemplo que habría que evitar, se repitió y con mayor énfasis aun en el caso de Uruguay: allí el opositor Lacalle Pou directamente se dedicó a señalar que Tabaré tenía demasiados amigos en el gobierno de este lado del río, y elegirlo de nuevo presidente equivalía por tanto a algo así como renunciar a ser “la Suiza de América” para convertir al país en furgón de cola de la turba peronista. En este caso sí el argumento no pasó de ser una abierta chicana, así que no conviene prestarle demasiada atención, salvo para registrar una vez más lo mal que nos ven desde afuera, y volver con algo más de claridad al planteo de Cardoso: lo que realmente diferencia a Uruguay de Brasil es no sólo que su economía sigue creciendo y hay bastante acuerdo entre los distintos partidos respecto a los pilares de la política implementada en ese terreno en estos años, sino que la oposición no teme estar frente a un actor de pretensión hegemónica tan amenazante como el PT y su coalición, porque la implantación territorial de las coaliciones en competencia es más o menos pareja y el control del estado por parte del gobierno de turno no parece haber inclinado sensiblemente la cancha en su favor.

Las advertencias contra el “subperonismo” del PT apuntan precisamente a que esto sí habría sucedido o estaría sucediendo en Brasil. Y si es así, tras el triunfo de Dilma estaría un poco más cerca de consolidarse: el PT enfrentó una elección reñida, pero porque la sociedad brasileña se enfrentó en gran medida a ese aparato estatizado creado durante una década y media de vacas gordas; porque la prensa y el empresariado respaldaron abiertamente a Aecio Neves, quien hizo muy bien su trabajo como challenger y porque, como dijimos, la economía no crece desde hace un par de años, y viene creciendo menos de lo esperado desde hace por lo menos cuatro. Si pese a todo eso la presidente en ejercicio reeligió, fue porque el control de los recursos del estado por parte del PT y sus aliados es muy firme, le provee bases territoriales y electorales muy sólidas, una garantizada cosecha entre los votantes pobres de buena parte del país, y un apoyo igual de firme de los caciques distritales y locales de varias fuerzas conservadoras. Estos caciques dependen para su reproducción de que el PT siga sin racionalizar el sistema impositivo ni la asignación del gasto público, que en muchas zonas de Brasil son tan o más ineficientes y agobiantes para el resto de la economía que en Argentina. Ese es el motivo, o al menos uno de los motivos, por los que Brasil en los últimos años decepcionó a los inversores y analistas, creció muy por debajo de las expectativas.

¿Alcanza con ello para justificar la caracterización de Cardoso? Tal vez sea exagerada: en principio, un triunfo por 3 puntos y la derrota oficialista en muchas elecciones estaduales no parecen indicar que el PT esté camino a volverse un partido predominante, y pueden obligar a Dilma a negociar mucho más de lo que quisiera con esa casi mitad de la sociedad brasileña que no la apoya. Pero la presidente puede también hacer lo que muchos petistas esperan de ella, que es dedicar su segundo mandato a lograr que Lula consiga su tercero. Y entonces los problemas políticos y económicos de Brasil lo más probable es que se prolonguen o incluso se agraven. Si eso sucediera, también para la política argentina, donde no hay ni una sociedad pluralista y articulada capaz de resistir las presiones del estado, como en Brasil, ni un estado medianamente neutral, como en Uruguay, y ya tiene de por sí muchos inconvenientes para innovar, todos ellos bien a la vista en nuestros días, atender los desafíos del desarrollo y el fortalecimiento institucional será aún más complicado.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)