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11.10.14

Política exterior K: una radicalización improvisada y costosa a futuro

Cuando el kirchnerismo sea historia dentro de poco, Argentina seguirá pagando la pesada cuenta de sus disparates diplomáticos. China y Rusia deben frotarse las manos: cuanto más frágil es un país periférico, mas barato resulta cooptarlo para la propia esfera de influencia.
Por Pablo Díaz de Brito

En marzo pasado, Argentina votó en el Consejo de Seguridad de la ONU contra la anexión de Crimea por Rusia. Pocos días después llegó una llamada telefónica de Putin a Cristina Kirchner y todo cambió. Argentina entonces se abstuvo en la Asamblea General de la ONU sobre el caso y acentuó su relación con Rusia. Debe decirse que el argumento esgrimido por Argentina en su primer voto era coherente: Europa y Estados Unidos tenían un "doble standard" pues condenaban a Rusia por ocupar Crimea, pero Moscú usaba el mismo argumento poblacional en Crimea que aplica Gran Bretaña en Malvinas, con pleno apoyo europeo. Pero el posicionamiento de Argentina, con los países occidentales y sus aliados, no era coherente dentro del encuadramiento general de la política exterior K, tan hostil a esa ubicación.

Ahora bien, del nuevo default (30 de junio/30 de julio) para acá, o más bien de su pre-anuncio por obra del dictamen de la Corte de Estados Unidos, que el 16 de junio descartó tomar el caso "buitres" -una fecha bisagra en la historia política argentina- debe decirse que esa política exterior argentina claramente anti-occidental no solo se acentuó al extremo. Esto casi va de suyo con la confrontación entre un gobierno de enfoque tercermundista-populista y un juicio como el de los fondos de riesgo ante el tribunal de Griesa. En otras palabras, era casi físicamente inevitable que el kircnherismo actuara como actuó ante la decisión de la Corte estadounidense. Pero esto es válido hasta cierto punto, y este punto es el de la racionalidad de fondo que implica la conservación del sistema poltico-economico-institucional argentino.

Acá es donde el kirchnerismo, por boca de la presidenta y de su super-ministro Kicillof, empezó a derrapar hacia un franco irracionalismo declamativo, de costos aun por verse para el país. Cuando, según versiones coincidentes, entre Cristina y Kiciloff tumbaron el acuerdo privado para comprar la deuda en litigio judicial, todo derivó rápidamente hacia el consignismo más radical y a la vez más falto de un serio programa alternativo. Parece básico a estas alturas que el caso "buitres"-Griesa dio al mundo K en retirada el objeto fóbico ideal para autoexculparse de la monumental crisis económica que generó su pésima gestión, en especial desde 2011 para acá con el cepo cambiario y otras medidas igualmente "chavistas". Medidas que por estos dias se multiplicaron, para culminar con el cambio de guardia en el BCRA y el feriado cambiario extendido que propagandistas gubernamentales travestidos de "economistas" declaran como un "éxito" del nuevo presidente del BCRA, Alejandro Vanoli.

Todo cuadra en la nueva etapa radicalizada de la presidenta: desde las presentaciones fallidas en La Haya a las denuncias teatrales de Cristina en la Asamblea y el Consejo de Seguridad de la ONU con Obama a metros de distancia. Como le dijeron fuentes del Departamento de Estado a una corresponsal argentina, las denuncias de Cristina sobre que "si algo le pasa miren al Norte, no a Oriente" -y sus contradicciones sobre el Isis (primero denunció que la tenía amenazada, días después consideró a ese grupo terrorista como una invención hollywoodense)- no se pueden tomar en serio. Ni en Washington ni en Argentina. Pero como se trata de la jefa del Estado, hay que ver dónde dejan al país estas declaraciones y en general estos posicionamientos presidenciales tan estridentes. Y la verdad es que los garrotazos contra Estados Unidos, la animadversión infantil mostrada por la presidenta y sus seguidores en estas semanas, son de esas cosas que en Washington, pero también en Berlín, dejan bien asentadas, bien anotadas, más allá de la casi total falta de reacción oficial en esas capitales. En otras palabras, cuando el kirchnerismo sea historia dentro de poco, Argentina seguirá pagando la pesada cuenta de sus disparates diplomáticos. China y Rusia deben frotarse las manos: cuanto más frágil es un país periférico, mas barato resulta cooptarlo para la propia esfera de influencia.