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06.10.14

Cinismo más que delirio en el discurso presidencial

(TN) El kirchnerismo nos ha venido educando desde hace años en el oficio de no creerle. No es la primera vez que utiliza un discurso explosivo y polarizador. Y no porque se proponga iniciar una revolución chavista ni porque crea efectivamente que tiene delante enemigos desafiantes que pretenden destituirlo. Sino para acorralar y dividir a los mucho más moderados y débiles adversarios que efectivamente lo enfrentan.
Por Marcos Novaro

(TN) La salida de Juan Carlos Fábrega del Banco Central, envuelta en diatribas presidenciales más delirantes que nunca sobre conspiraciones financieras, mediáticas y judiciales internacionales, y hasta planes norteamericanos para eliminarla y destruir su glorioso “modelo”, disparó justificada alarma en analistas, opositores y actores sectoriales. Pero atención: Cristina Kirchner no se cree sus delirios y tampoco es que se entregó de pies y manos a aquellos en los que sí creen Axel Kicillof y La Cámpora, así que conviene no exagerar y sobre todo no entrar en pánico.

Tampoco es para hacer como Daniel Scioli, que sigue repitiendo incólume el mantra de que “todo se va a arreglar”. Y probablemente lo seguirá haciendo si finalmente los cristinistas en vez de consagrarlo como su candidato lo ataran a una pira en Plaza de Mayo. Pero es importante en estos momentos destacar que hay una diferencia importante entre el cinismo y la locura: lo que la Presidenta ha demostrado en estos días es, ante todo, que está dispuesta a usar el miedo y la mentira en todas sus formas para tratar de salir airosa del brete en que sus propias decisiones de gobierno la han metido; eso es muy malo y habla muy mal no sólo de su gobierno, sino del partido que lo sostiene, de nuestro sistema político y la cultura cívica de nuestra ciudadanía; pero las cosas serían mucho peores si se creyera lo que dice.

Afortunadamente, además, el kirchnerismo nos ha venido educando desde hace años en el oficio de no creerle. No es la primera vez que utiliza un discurso explosivo y polarizador. Y no porque se proponga iniciar una revolución chavista ni porque crea efectivamente que tiene delante enemigos desafiantes que pretenden destituirlo. Sino para acorralar y dividir a los mucho más moderados y débiles adversarios que efectivamente lo enfrentan. Y empujarlos a cometer errores, a escandalizarse y lanzar advertencias sobre colapsos y conflictos inminentes. Para que él pueda velar el hecho de que los problemas que surgen son debidos a sus malas decisiones. Y pueda sobre todo mostrarse capaz de calmar los temores sociales, haciendo pasar las decisiones que efectivamente adopta, abusivas pero muchas veces menos radicales que las pronosticadas, como “no tan graves” y finalmente “tolerables”.

Esto es lo que la gestión recién estrenada de Alejandro Vanoli en el Banco Central está tratando de dejar sentado: que salvo algunas financieras que hayan cometido abusos, nadie tiene nada que temer, porque no habrá ni devaluación ni expropiaciones. Puede de todos modos que no haya que esperar demasiado para que empiece a dar manotazos, y algunos de ellos sean bastante más graves que los de su predecesor, en el intento de frenar con medios policíacos las tendencias ya irrefrenables a la fuga del peso y la caída de la actividad, la inversión y el consumo. Pero puede también que ayude a Kicillof a buscar un acuerdo externo para financiar la salida. Que finalmente es lo único que al gobierno le importa. Y le permitiría seguir siendo al mismo tiempo “el rebelde” y “el que arregla las cosas”.

Corrección, no lo único. Lo otro que le importa es asegurarse que una lista de fieles kirchneristas pueda convertir en cargos a ejercer desde diciembre de 2015 la popularidad remanente de la presidente. Como están las cosas, tiene más chances de conseguirlo que semanas atrás. Ante todo porque Scioli aparece más dispuesto que nunca a callar cualquier disidencia y acomodarse al curso de polarización oficial.

En las últimas semanas no sólo avaló la ley de abastecimiento, la de “pago soberano de la deuda” y la escalada externa, sino que se fotografió con Kicillof y compartió varios actos con lo más granado del cristinismo.

La idea de usar el PJ para diferenciarse y resistir la nominación de todos los demás candidatos, incluido el vicepresidente, por parte de Cristina dicen que va a retomarla y ponerla en práctica entre fin de año y comienzos de 2015. Pero si de aquí a esa fecha el Gobierno nacional logra encontrar la forma de endurecer del todo su esquema polarizador es muy difícil que el gobernador bonaerense tenga finalmente la oportunidad de estrenar su rebeldía.

Una vía por la cual el kirchnerismo duro podría neutralizar cualquier juego autónomo en el peronismo sería lanzar un abarcativo plan de estabilización, combate de la especulación, la inflación y la recesión antes de que se inicie la campaña presidencial. ¿Quién podría entonces evitar en el PJ que la campaña se plantee inicie bajo el signo de la oposición entre el gobierno nacional y sus enemigos buitres? ¿Quién objetaría que en esas circunstancias la presidente nomine a Kicillof para un importante cargo electivo y se nomine a sí misma para algún otro, y que a la cola se prendan todos los camporistas en las listas de legisladores nacionales? Habría que tomar más en serio eso que dijo en su momento Larroque, que la candidatura presidencial no es algo que los desvele: si ellos no pueden competir con chances por ella, la cuestión es lograr que importe lo menos posible.