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12.06.14

Presidenciales en Uruguay: Dos desafíos para la campaña de la oposición

(El Observador) Colorados y blancos, blancos y colorados, votan casi siempre juntos en el Parlamento. Es notorio que, sin perjuicio de sus diferencias históricas, tienen posiciones similares en los temas más importantes. Pero, al mismo tiempo, compiten intensamente entre sí. Me pregunto si no deberían hacer un esfuerzo más visible durante la campaña electoral para transmitirle a la ciudadanía que, llegado el caso, pueden gobernar juntos y gobernar bien.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) La semana pasada argumenté que la elección del domingo 1º de junio abrió un nuevo escenario: el Frente Amplio puede perder. Para minimizar la probabilidad de la derrota, sostuve, el partido de gobierno debe atender la demanda de renovación que circula por la sociedad (“menos restauración, más innovación”). Me gustaría detenerme ahora, para rendir homenaje a la simetría, a revisar qué factores podrían incrementar las chances de la oposición. Es obvio que, para desplazar al FA, la oposición debería poder demostrarle a la mayoría de los electores que puede gobernar mejor. Para ello, a su vez, tendría que poder resolver dos desafíos complicados.

El primero de ellos refiere, otra vez, al delicado asunto del balance óptimo entre aprobación y crítica de la gestión del gobierno. Me parece claro que para maximizar la probabilidad de vencer al FA la oposición debe atreverse a darle volumen al parlante de la crítica. Cuanto más énfasis ponga la campaña del partido del oficialismo en defender sus logros y formular nuevas promesas, más importante será para la oposición cuestionar lo hecho durante estos 10 años y confrontar con las nuevas propuestas frenteamplistas.

Estoy obligado a ser muy cuidadoso en este punto porque el “positivismo” demostró funcionar mejor de lo que yo esperaba en la competencia entre Jorge Larrañaga y Luis Lacalle Pou. Pero, así como el FA debe ser capaz de ir más allá del “vamos bien” para prometer nuevas realizaciones, la oposición debe ser capaz de explicar por qué la ciudadanía debería apostar a ella. Dicho de otra manera, de aquí en adelante, para la oposición pasa a ser fundamental argumentar con toda claridad cuáles son los cambios que se propone hacer y por qué.

Tabaré Vázquez ya asimiló que con el “vamos bien” no alcanza (sepultó ese eslogan el 1º de junio de noche). Asimismo, también registró que la ciudadanía reclama más espacio para los líderes en ascenso y, en consecuencia, le abrió la puerta de la vicepresidencia a Sendic. Me pregunto si Luis Lacalle Pou, hoy por hoy su principal retador, tendrá en mente incrementar el volumen de las críticas al gobierno. El candidato del FA corre el riesgo de repetirse a sí mismo. ¿Tropezará el del PN con esa misma piedra? El “positivismo” rindió durante la elección de junio. No necesariamente funciona de la misma manera para las de octubre y noviembre.

Si el razonamiento anterior es correcto, también por esto es conveniente para los blancos que Jorge Larrañaga se incorpore a la fórmula presidencial. Así como Sendic es “aire fresco” en la oferta frenteamplista, Larrañaga asegura un incremento en el volumen de la confrontación con el gobierno en la propuesta política nacionalista.

El segundo gran desafío es el de cómo mostrar que pueden ofrecer tanta o más gobernabilidad que el FA. Considero que este punto es todavía más importante que el anterior. Al electorado no se le escapa que dentro de la coalición de izquierda existen diferencias ideológicas importantes. Tampoco que abundan las rivalidades personales. Es público y notorio que las diferencias internas obligan a negociaciones permanentes entre las fracciones. Sin embargo, también es evidente que el FA, a la larga, termina decidiendo. Se podrá cuestionar si las decisiones adoptadas han sido correctas o no. Pero la izquierda gobernante se las ingenió para zanjar sus discrepancias internas y asegurar la gobernabilidad.

Los partidos de oposición, en este sentido, tienen una historia más complicada. En algunos momentos, por ejemplo durante la segunda presidencia de Julio María Sanguinetti, lograron gobernar juntos y resolver sus diferencias sin estridencias. En otros momentos, como durante el mandato de Jorge Batlle, la coalición entre ellos chirrió hasta que se rompió. Juntos, con o sin coalición, lograron adoptar decisiones muy difíciles, desde el primer al último día de ese mandato. Pero sospecho que, con o sin coalición, la competencia entre ellos fue tan intensa que una parte importante de la ciudadanía puede albergar dudas razonables acerca de hasta qué punto podrían entenderse si les tocara volver a gobernar.

Colorados y blancos, blancos y colorados, votan casi siempre juntos en el Parlamento. Es notorio que, sin perjuicio de sus diferencias históricas, tienen posiciones similares en los temas más importantes. Pero, al mismo tiempo, compiten intensamente entre sí. Durante todos estos años hemos visto a dirigentes de ambos partidos confrontar entre sí (podría mencionar numerosos episodios de este tipo entre los senadores Bordaberry y Larrañaga). Me pregunto (vuelvo a preguntarme) si no deberían hacer un esfuerzo más visible durante la campaña electoral para transmitirle a la ciudadanía que, llegado el caso, pueden gobernar juntos y gobernar bien.

Suele decirse que alcanzaría con que firmen un pacto en noviembre, antes del balotaje. Dudo mucho. La última vez que se comprometieron a gobernar juntos y gobernar bien fue el 9 de noviembre de 1999 cuando los candidatos a la Presidencia de ambos partidos, Jorge Batlle y Luis Alberto Lacalle, firmaron un compromiso programático. La coalición, sin embargo, se rompió en octubre de 2002, promediando el mandato y en medio de una crisis económica sin precedentes.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)