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22.03.14

Larrañaga o la resignificación de la tradición wilsonista

(El Observador) Ferreira Aldunate estaba lejos de ser un dirigente al que se lo pudiera calificar de conservador, o de derecha. Pero pocos líderes políticos en Uruguay pusieron tanto empeño por evitar el crecimiento de la izquierda uruguaya.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Las campañas electorales son batallas discursivas. La semana pasada analicé las múltiples señales lanzadas por Pedro Bordaberry durante su viaje reciente. Me gustaría detenerme ahora en el lanzamiento de la campaña electoral de Jorge Larrañaga. El acto se celebró en un nuevo aniversario de la muerte de Wilson Ferreira Aldunate y en el lugar en que ese mismo dirigente, el 30 de noviembre de 1984, pronunció su legendario discurso ofreciendo “gobernabilidad” al presidente electo, Julio María Sanguinetti. El acto, de principio a fin, quiso ser un tributo a Wilson. Pero Larrañaga no ofreció “gobernabilidad” ni reivindicó su esfuerzo, muy visible entre 2010 y 2012, por colaborar con el gobierno del presidente José Mujica. Por el contrario, su discurso fue, en esencia, una crítica muy severa al Frente Amplio y una maciza convocatoria a poner fin al ciclo de mandatos frenteamplistas (“¡se acaba!”). Alguien podría argumentar que, al poner tanto énfasis en la crítica al FA, Larrañaga está rompiendo con la tradición wilsonista. No estoy de acuerdo. En verdad, se alejó de una manera concreta de interpretar esa tradición. Pero se acercó a otra forma, desde mi punto de vista, incluso mucho más creíble, de resignificar el wilsonismo.

Las tradiciones son narraciones institucionalizadas. Mucho más importante que lo que los políticos hacen es cómo intentan justificarlo frente a la opinión pública, y cómo lo interpretan y ponen a circular, de generación en generación, aquellos que los suceden. Ferreira Aldunate pasó a la posteridad, en esencia, como quien facilitó la “gobernabilidad” durante los primeros años de la restauración de la democracia. La visión del Wilson “altruista”, sacrificando su carrera política por los intereses generales, se ha terminado imponiendo. Cada vez que se menciona a Wilson se enfatiza en la “gobernabilidad”. Los propios wilsonistas son quienes más han insistido en esta imagen. Durante la segunda presidencia de Sanguinetti, por ejemplo, era muy frecuente que los dirigentes nacionalistas defendieran la coalición con los colorados precisamente en nombre de los gestos de Wilson a favor de la “gobernabilidad”.

Los constructores de esta extendida leyenda, desde luego, tienen dónde hacer pie: es evidente que el enorme gesto de Ferreira Aldunate (reconocer públicamente la legitimidad del gobierno electo a pesar de no haber podido participar en la elección por estar preso) tuvo un significado político profundo. No puede dudarse que, luego de estas palabras, fue mucho más fácil para el nuevo gobierno construir su autoridad. Tampoco cabe duda de que esta actitud contribuyó decisivamente a que se consolidara la democracia que venía renaciendo. Sin embargo, los fabricantes de la leyenda wilsonista de la gobernabilidad parecen haber olvidado –o prefieren soslayar– que, a lo largo de toda su vida política, antes y después de ese momento tan importante y tan recordado, Wilson fue un dirigente que se caracterizó por ejercer la oposición con muchísima más severidad que benevolencia.

Durante sus dos mandatos consecutivos como senador, Wilson fue un fiscal tremendo de los gobiernos colorados. Entre 1967 y 1971 fue feroz en su oposición al pachequismo (no vaciló en interpelar ministros). Desde 1972 a junio de 1973, aunque votó la declaración de Estado de Guerra Interno, y un poco más tarde, la Ley de Seguridad del Estado, fue igualmente implacable en su crítica al gobierno de Juan María Bordaberry y sus aliados (hasta el punto de calificar de “pacto chico” la coalición construida por el presidente en junio de 1972 para intentar obtener mayoría parlamentaria a la que se habían sumado otros sectores del Partido Nacional). Más tarde, Wilson también fue durísimo con el gobierno colorado de Sanguinetti. Es cierto que lo ayudó a resolver, llevando hasta las últimas consecuencias la promesa de “gobernabilidad” realizada en la explanada municipal, el gran entuerto de cómo manejar las denuncias de violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. Pero, en el trámite cotidiano del gobierno, impulsó una política que estuvo mucho más cerca de la intransigencia que de la paciencia.

Larrañaga, el sábado pasado, no habló de gobernabilidad y se dedicó a criticar al FA. Se alejó de una forma específica de interpretar la tradición wilsonista. Pero se acercó a otra. Tomó distancia de ese Wilson sonriente y bonachón, casi angelical, fabricado en el Partido Nacional después de su muerte, y se acercó al otro, al Wilson de dientes apretados, criticón, impaciente, intransigente, de otros momentos fundamentales de su carrera política. Se alejó del Wilson que, en circunstancias muy especiales, actuó como “rueda de auxilio” de los gobiernos colorados, y se acercó al otro, al Wilson que se salía de la vaina por ser presidente y por llevar al Partido Nacional al poder.

Ferreira Aldunate estaba lejos de ser un dirigente al que se lo pudiera calificar de conservador, o de derecha. Pero pocos líderes políticos en Uruguay pusieron tanto empeño por evitar el crecimiento de la izquierda uruguaya. A principios de la década de 1970 ayudó, desde el Senado, al gobierno de la época a enfrentar la izquierda armada. Pero se dedicó, durante toda la década y media siguiente, a competir contra la izquierda electoral articulada desde 1971 en el FA. En eso también, el discurso de Larrañaga del sábado pasado puede ser leído más como continuidad que como ruptura de la tradición wilsonista.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)