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11.12.13

Saqueos, a 30 años de la democracia

(TN) Elecciones mediante, han quedado bien a la luz las relaciones de causalidad directas e indirectas que existen entre distintas muestras de malestar social, incluidos los saqueos, y la frustración colectiva con las promesas incumplidas todos estos años. Podría decirse, en suma, que con el estallido de esta nueva ola de saqueos, el populismo kirchnerista finalmente está cosechando lo que sembró, tanto en términos simbólicos como materiales, y que ya no tiene forma de disimularlo.
Por Marcos Novaro

(TN) Han circulado todo tipo de explicaciones sobre los recientes saqueos. Lo que no es de sorprender dado que se trata obviamente de fenómenos complejos y multicausales. Como siempre, intervino el deterioro económico y el descontento con la política, la ausencia o impotencia por una razón u otra de las fuerzas de seguridad, y la chispa que, solícitas, suelen acercar fuerzas políticas descontentas, organizaciones delictivas o una combinación de éstas y aquéllas.

Pero hay un rasgo específico de estos acontecimientos al que no se ha prestado hasta aquí suficiente atención: los saqueos estallaron en esta ocasión no porque se hayan venido aplicando insensibles políticas de ajuste, porque se haya dejado a amplias masas empobrecidas libradas a la suerte de los mercados, ni porque una elite política y económica conservadora se haya negado a reconocer durante demasiado tiempo las demandas de esas masas.

El contexto podría decirse que es por completo el opuesto: estallan cuando un gobierno que reniega de los mercados acaba de cumplir 10 años en funciones, y ha logrado mal o bien reducir al mínimo el desempleo y aumentar significativamente el gasto social, cuando se lanzan iniciativas desesperadas para evitar un nuevo ajuste de los mercados y para mantener en pie una amplia gama de alicientes al consumo, y cuando las elites económicas y conservadoras son denostadas desde el estado como minorías egoístas cuyos intereses deben subordinarse a los del mayor número.

¿Por qué, entonces, si el contexto político es al menos en apariencia y en las intenciones tan proclive a atender sus demandas, amplios sectores populares reaccionan como lo hacen, desoyendo todas esas promesas y no pocos logros, y recurriendo a un expediente tan riesgoso como el saqueo para satisfacer sus intereses?

La explicación a la que recurrió el gobierno un año atrás cuando hechos como éstos estallaron por primera vez en la década ganada, en Bariloche, zonas del Conurbano y algunas otras ciudades, fue que las políticas populistas todavía no se habían aplicado suficientemente a fondo, que medios de comunicación y políticos reaccionarios estaban moviendo los hilos de gente incauta de los barrios carenciados para perjudicar al gobierno nacional y popular, y que nada de esto tenía punto de comparación con lo sucedido en 2001, cuando sí se había justificado saquear, porque el neoliberalismo estaba en el poder y empobreciendo a la sociedad.

Pero ha pasado mucha agua bajo el puente en el último año y esos argumentos han perdido buena parte de su credibilidad. Por algo casi ni se insiste en ellos desde los despachos oficiales, y se habla sólo de las mafias del narcotráfico y la irresponsabilidad de las policías provinciales.

Esa pérdida de credibilidad se debe en gran medida a que, elecciones mediante, han quedado bien a la luz las relaciones de causalidad directas e indirectas que existen entre distintas muestras de malestar social, incluidos los saqueos, y la frustración colectiva con las promesas incumplidas todos estos años. Podría decirse, en suma, que con el estallido de esta nueva ola de saqueos en Córdoba y otras provincias, el populismo kirchnerista finalmente está cosechando lo que sembró, tanto en términos simbólicos como materiales, y que ya no tiene forma de disimularlo.

En primer lugar, en términos estrictamente materiales, porque ha sido por completo incapaz de brindar una vida medianamente digna a amplias masas postergadas, a las que prometió incluir en el mercado de trabajo y el consumo, y lo que les proveyó, en el mejor de los casos, han sido servicios de cada vez peor calidad, muchas veces bastante más caros que los que reciben sectores medios y altos, planes sociales que los condenan a una penosa subsistencia y una crónica dependencia, encima todo el tiempo amenazada por la inflación, y para los más afortunados, empleos informales o en el sector público de baja remuneración y escasa utilidad social.

En segundo lugar, en términos simbólicos, porque el principio de igualdad que el populismo kirchnerista promovió durante sus administraciones contiene rasgos de prebendarismo y revanchismo social tales que determinan, por un lado, que se reproduzcan en forma agravada e intolerable las desigualdades sociales que dice querer combatir, y por otro, que se justifique el ejercicio de una violencia “reparadora”, tanto contra las elites económicas como contra quienes están apenas un poco por encima de la línea de la pobreza, todos ellos denostados como culpables de las penurias que se padecen.

Durante la revolución rusa Lenin acuñó una fórmula que sintetiza magistralmente este uso perverso y destructivo del igualitarismo social propio del populismo radicalizado: “saquear a los saqueadores”. Saqueos ya había antes de que la revolución estallara, por cierto. Pero como sucede hoy en Venezuela donde el saqueo es organizado directamente desde el estado, el problema pasa a otro plano completamente distinto cuando el poder político instrumentaliza el odio y el resentimiento.

La única diferencia entre el caso argentino y esos otros ejemplos de populismos virulentos parece ser que aquí serán los propios responsables de estos males los que tendrán que lidiar con el monstruo desatado. Y eso simplemente porque fracasaron en echarle la culpa a otros, al resto de la dirigencia política, a los empresarios y comerciantes egoístas, a la prensa burguesa y antipopular, en suma, a los que tienen lo que el resto de los argentinos quieren y el gobierno no ha podido darles, así que hay que ir a arrebatarlo.

En este sentido, festejar los 30 años de democracia con la sombra ominosa de los saqueos dando vuelta no es muy estimulante que digamos. Pero convengamos en que es gracias a la subsistencia del pluralismo democrático que todavía tenemos alguna chance de que el odio no nos domine y podamos reflexionar respecto a cómo asignar racionalmente responsabilidades por lo que nos sucede, por qué somos una sociedad cada vez más desigual, por qué el desarrollo y la inclusión nos son tan esquivos.
 
Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)