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04.11.13

Equilibrios y desequilibrios en la transición

(TN) Si el internismo en el gabinete se agudiza, lo hará también la búsqueda de autonomía de los líderes peronistas. En la convicción de que finalmente en el entorno presidencial se impondrá la línea dura, la opción por un candidato que asegure lealtad antes que éxito, más todavía después del fallo de la Corte y de constatarse que la imagen de Cristina sigue siendo relativamente alta pese a la pérdida de votos, el grueso del partido oficial seguramente se mantendrá expectante, pero no quieto: preferirá no comprometerse con nadie y mantener puentes tendidos con todas las partes.
Por Marcos Novaro

(TN) La economía no mejora ni mejorará en el futuro próximo, pero el Gobierno puede evitar que le estalle en las manos durante los próximos dos años, consiguiendo algo de dinero afuera y consumiendo lo que queda de reservas en el Central.

Sergio Massa y en general el pluralismo peronista avanzaron varios casilleros con las legislativas. Pero el kirchnerismo retiene un piso de votos y un mínimo control del territorio y del Congreso con los que podría sostener un candidato propio a la sucesión, si no para ganar, al menos para conservar parte del poder después de 2015.

Dado este panorama de relativo equilibrio político y económico, el foco de atención se vuelve naturalmente hacia factores capaces de desequilibrarlo. De esos factores dependerá que unos u otros se salgan con la suya: muy malas noticias del exterior o un nuevo error de política económica que empiojen del todo las variables macro, generando recesión y/o un pico inflacionario, un error estratégico en alguno de los bandos que vuelque al peronismo y a la sociedad masivamente a favor o en contra del gobierno, etcétera.

La lista de factores cuya intervención resulta potencialmente decisiva en alguno de estos terrenos es bien larga, y eso vuelve aun más inciertas las perspectivas: negociación con los holdouts (fondos buitre), precio y cantidades de las próximas cosechas, abusos manifiestos en la aplicación de la ley de medios, estallidos espontáneos o provocados de los reclamos sociales, etcétera. Pero hay uno que descuella tanto por su obviedad como por el misterio que lo rodea: la salud presidencial.

Los analistas en general coinciden en señalar que los problemas de salud de la Presidenta son bastante más serios que los reconocidos oficialmente, y que la evolución de su capacidad de trabajo es por tanto incierta y en cualquier caso será más lenta de lo inicialmente previsto (entre 3 y 4 meses según algunas versiones). El último parte oficial del 1° de noviembre postergó hasta mediados de mes, después de la realización de nuevos estudios, la decisión sobre el fin de la licencia, e insistió en los límites a la exposición a situaciones de estrés, con lo que se confirmaría que el problema más serio es cardíaco.

Si todo sigue manejándose como hasta aquí en el Ejecutivo, es de esperar que la debilidad de la presidenta encrespen el internismo y la desorientación de los funcionarios. Ya se lo pudo comprobar en el caso de Randazzo y su decisión “de motu propio” en la expropiación del Sarmiento, minimizando el rol de Boudou, y peor todavía, de Zannini. Puede interpretarse el caso Sabbatella irrumpiendo en Clarín como otra muestra de esta propensión: cada funcionario defendiendo su puesto y espacio político, usando al máximo la licencia de corso recibida, para protegerse de operaciones en su contra o para conservar capital político que invertir en su propio futuro. Y desentendiéndose de los conflictos y daños que pueda causar en el resto del gobierno.

Un recambio más o menos amplio del gabinete podría resolver en parte este problema. Pero también complicarlo más: el fondo de la cuestión es que sin sucesor o ministros con poder real, delegar y organizar un equipo va a ser muy difícil, sobre todo si en el propio oficialismo se asume que la gestión está de salida.

Y si el internismo en el gabinete se agudiza, lo hará también la búsqueda de autonomía de los líderes peronistas. En la convicción de que finalmente en el entorno presidencial se impondrá la línea dura, la opción por un candidato que asegure lealtad antes que éxito, más todavía después del fallo de la Corte y de constatarse que la imagen de Cristina sigue siendo relativamente alta pese a la pérdida de votos, el grueso del partido oficial seguramente se mantendrá expectante, pero no quieto: preferirá no comprometerse con nadie y mantener puentes tendidos con todas las partes.

Ya lo estamos viendo en el caso de los gobernadores, que se reunieron en San Juan para desmentir los festejos poselectorales liderados por Boudou, sin criticar a Massa e impidiendo que Capitanich criticara a Scioli, y reclamando además que se hagan “cambios”.

Algo parecido están preparándose para hacer los sindicalistas: aunque divididos, seguirán cultivando lazos con los distintos sectores del peronismo político y coincidiendo en que el gobierno tiene que cambiar algunas cosas. Por empezar, reconocer la inflación y por tanto la necesidad de una compensación de fin de año para los salarios.

Adviértase que para los dos espacios del peronismo la palabra “cambios” significa lo mismo: más plata.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)