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17.10.13

El peón es el rey

(El Observador) Es, precisamente, durante las campañas electorales que el ciudadano alcanza, aunque a menudo no sea consciente de ello, la cota máxima de su poder político. Cuando, como en Uruguay, la competencia política es muy intensa (entre los partidos pero también dentro de ellos), los líderes no pueden darse el lujo de ponerse caprichosos. Están obligados, si quieren sobrevivir políticamente, a tomar muy en cuenta el humor de los electores, a sintonizar cuidadosamente con sus preferencias, y a comprender tanto sus frustraciones como sus expectativas.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) El duelo ya empezó. Constanza Moreira perdió la paciencia y levantó el tono. Tabaré Vázquez, metódico como siempre, volvió a hacer las cuentas y se curó en salud. Raúl Sendic, finalmente, mostró las cartas y cambió la túnica de ANCAP por las pilchas de precandidato. Luis Lacalle Pou, bajando la guardia por un segundo, habló de suspender las excavaciones en los cuarteles. Jorge Larrañaga, sin vacilar, revoleó el poncho de los derechos humanos y lo obligó a recular. Pedro Bordaberry reclamó que el gobierno divulgue el informe del Comité Científico de la CARU sobre el impacto de UPM para “aventar todo tipo de dudas en la materia”. Pablo Mieres, mirando a los ojos al canciller Timmerman, escribió: “Nos vemos en La Haya”.

Truco y retruco. Falta un año para la elección nacional y los principales dirigentes de los partidos, como es natural, ya están en plena actividad. Los seguiremos viendo y escuchando, cada vez más seguido, pronunciándose sobre los principales temas del país. Ellos parecen ser los principales actores de la campaña electoral. No es así. El verdadero protagonista de los tiempos electorales es el ciudadano.

Es, precisamente, durante las campañas electorales que el ciudadano alcanza, aunque a menudo no sea consciente de ello, la cota máxima de su poder político. Cuando, como en Uruguay, la competencia política es muy intensa (entre los partidos pero también dentro de ellos), los líderes no pueden darse el lujo de ponerse caprichosos. Están obligados, si quieren sobrevivir políticamente, a tomar muy en cuenta el humor de los electores, a sintonizar cuidadosamente con sus preferencias, y a comprender tanto sus frustraciones como sus expectativas.

Ningún partido puede pretender hacer una campaña exitosa sin proponerse escuchar con toda atención la voz del ciudadano. Pero con esto no basta. Toda campaña exige una plataforma electoral. Y la propia ciudadanía exige que el catálogo de promesas y propuestas programáticas de los partidos tengan sustento técnico. De ahí que uno de los mayores desafíos que enfrentan los políticos en los tiempos electorales sea el de construir un puente entre las demandas de los electores y sus propias convicciones, entre los saberes de los ciudadanos y los de los expertos que, invariablemente, son convocados a participar en la elaboración de las plataformas electorales y programas de gobierno.

Por ejemplo, la ciudadanía viene exigiendo, con absoluta claridad, soluciones audaces en materia de seguridad ciudadana y de educación. Ningún partido puede soslayar pronunciarse con precisión sobre estos asuntos, e incorporarlos en los respectivos procesos de elaboración programática. Lo que falta saber, e iremos descubriendo a lo largo de la campaña, es cuáles serán, concretamente, las propuestas que cada uno de los partidos terminará formulando en estos asuntos fundamentales. Esto me conduce a un punto clave, en el que el sistema de partidos uruguayo está en deuda: los debates entre candidatos.

Para que el peón efectivamente sea el rey, para que el ciudadano pueda elegir con el máximo de información, es de la mayor importancia que los candidatos abandonen la patética tradición de tomar la decisión de contrastar sus propuestas, cara a cara, en vivo y en directo, con las de los demás, en función de lo que digan las sondeos de opinión pública. La mayor responsabilidad, también en este sentido, recae sobre Tabaré Vázquez. ¿Otra vez, como a lo largo de la campaña electoral que lo llevó a la Presidencia por primera vez, se atreverá a agraviar a los electores negándose a debatir con otros candidatos? Constanza Moreira, en filas frenteamplistas, no ha reclamado debatir con él (“debaten personas con ideas diferentes”, dijo), pero sí aceptaría “tener una conversación” sobre “prospectos de izquierda”. ¿Aceptará Vázquez sentarse a conversar en público con su inesperada desafiante?

Gracias a la magia poderosa de la competencia política, durante las campañas electorales los ciudadanos consiguen incrementar notoriamente su poder político. De todos modos esto, aunque fundamental, no debería conformarnos. Es preciso seguir explorando prácticas políticas innovadoras y mecanismos institucionales novedosos que permitan que la voz de la ciudadanía se escuche más y mejor durante el resto del tiempo. La democracia no puede ser, solamente, lo que ya sabemos que es: el mejor mecanismo para elegir élites y autorizarlas para tomar decisiones en nombre de toda la ciudadanía. Es preciso generar nuevas instancias de participación ciudadana y de deliberación pública.

Hace muchos años, en El contrato social, Rousseau escribió que “el gobierno ejerce un continuo esfuerzo contra la soberanía”. “El pueblo inglés –decía– piensa que es libre y se engaña. Lo es solamente durante la elección de los miembros del Parlamento: tan pronto como estos son elegidos, vuelve a ser esclavo, no es nada”. No hace falta llevar la crítica de la representación tan lejos para admitir que queda mucho camino por recorrer para lograr que también en nuestra democracia, una de las mejores de la región, el ciudadano tenga un mayor control sobre las decisiones y políticas de los sucesivos gobiernos.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)