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09.10.13

Conflicto Uruguay - Argentina por UPM: Nacionalismo versus medioambiente

(El Observador) Cada vez que desde Argentina se denuncian los costos ambientales de UPM se vuelve más difícil en Uruguay analizar racionalmente esta dimensión clave del problema. El nacionalismo opera como restricción discursiva al avance del debate sobre los costos ambientales del crecimiento económico, en general, y de las actividades extractivas, en particular.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) La decisión del presidente José Mujica de autorizar parcialmente el aumento de producción de celulosa solicitado por UPM desató una nueva crisis diplomática con Argentina, que amaga con volver a recurrir al Tribunal de La Haya. La asamblea de Gualeguaychú, por su lado, ha retomado sus movilizaciones y la amenaza de los cortes del puente internacional ha vuelto a planear sobre los pobladores del lugar.

Pero el recrudecimiento del conflicto tiene un costo adicional especialmente relevante sobre el que quisiera detenerme. Cada vez que desde Argentina se denuncian los costos ambientales de UPM se vuelve más difícil en Uruguay analizar racionalmente esta dimensión clave del problema. El nacionalismo opera como restricción discursiva al avance del debate sobre los costos ambientales del crecimiento económico, en general, y de las actividades extractivas, en particular.

La lógica de este proceso es tan sencilla como demoledora. Los uruguayos, lamentablemente, tenemos demasiado buenas razones para no confiar en la veracidad de las versiones sobre el impacto ambiental de UPM, que llegan desde Argentina. Sabemos bien que las instituciones políticas de la vecina orilla, tanto las formales como las informales, en la medida en que concentran el poder, minimizan el costo de la manipulación política de la información por parte de los gobernantes. Esta convicción facilita que tendamos a quitar importancia a cada denuncia sobre el impacto de la actividad de UPM sobre el ecosistema del río Uruguay. Al fin de cuentas si, como todos sabemos, son capaces de “dibujar” los datos sobre inflación, ¿por qué no habrían de desvirtuar los de contaminación?

Por eso mismo tendemos a pensar que cada queja o reclamo del lado argentino es una exageración, una burla o, lisa y llanamente, otro chantaje. Esta percepción activa automáticamente el reflejo nacionalista. Argumentar que “UPM no contamina” pasa a ser “causa nacional” y un auténtico “asunto de Estado”. Cuando esto ocurre, tiende a volverse demasiado costoso dentro de Uruguay generar y divulgar información y argumentos acerca del costo ambiental de la producción de celulosa. El que critica (el que duda, el que se pregunta –en voz baja, por las dudas– si valen la pena tantas hectáreas plantadas con eucaliptus, tanto humo por blanco que sea, tanto fósforo y tanta agua caliente vertida al río)… es argentino y, para colmo de males, kirchnerista.

Aun así, hay quienes se atreven, aquí en Uruguay, desde el sistema universitario o desde organizaciones ecologistas de la sociedad civil, a levantar la voz para intentar abrir una brecha en la muralla del nacionalismo, apuntando a mejorar la calidad del debate público sobre la producción de celulosa y sus costos. Lamentablemente, no se les da suficiente crédito: suelen ser tratados como fanáticos, como si fueran la reencarnación misma del movimiento ludista. Esto es muy preocupante. La segregación automática de los argumentos contrarios al modelo celulósico conspira contra el necesario fortalecimiento de la conciencia ambiental en Uruguay.

Lo escribí hace un tiempo y quiero repetirlo ahora: los uruguayos discutimos, por suerte, mucho y muy bien sobre economía pero, lamentablemente, demasiado poco y mal sobre ecología. No es un defecto menor. El intenso proceso de desarrollo económico que estamos viviendo desde el final de la crisis de 2002 tiene costos ambientales serios. Deberíamos ser capaces de advertirlos más rápidamente y de discutirlos con más seriedad. Permítanme ilustrar este punto.

Aunque no genera tanto empleo directo como se manejó en un principio, en términos económicos la actividad del complejo forestal-celulósico es de una importancia extraordinaria, por su participación en el total de la inversión extranjera en el país, y por su contribución al PIB y las exportaciones. Pero, al mismo tiempo, nadie puede ignorar que todo el ciclo productivo de la celulosa está lejos de ser inocuo en términos ambientales. Otro tanto podría decirse de la producción de soja. Por un lado, está en la base de la extraordinaria transformación que ha vivido el campo uruguayo durante la última década. Por el otro, además de afectar seriamente la calidad de los suelos impacta, agroquímicos mediante, en la calidad del agua, como hemos empezado a comprender durante los primeros meses de este año. La megaminería, que se viene a toda velocidad, dará un poderoso impulso adicional a la actividad económica y generará abundantes (y muy bienvenidos) recursos fiscales. Pero, inexorablemente, está llamada a tener un alto costo en términos de medioambiente.

Los mejores países son los que saben que el crecimiento económico no puede lograrse a cualquier precio. Por eso mismo es alentador comprobar que la Dinama ha fortalecido durante los años su capacidad técnica y que nuestros partidos políticos han empezado a jerarquizar la “agenda verde” en sus plataformas electorales. Ojalá que este proceso no se vea frenado por los vaivenes del conflicto en torno a UPM con Argentina. No podemos permitir que los arrebatos de pasión nacionalista nos jueguen una mala pasada y nublen nuestra capacidad para calibrar, sin exagerar, pero sin hacernos trampas, los costos ambientales del crecimiento económico acelerado.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)