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19.07.13

Amodio y el MLN-T, entre la memoria y la historia

(El Observador) La versión de Amodio respecto de su ingreso a la guerrilla confirma lo que ya sabemos acerca de la forja del MLN-T. El foco guerrillero no se instaló para luchar contra una dictadura en ciernes, como se ha esmerado en contar la extendida leyenda, sino para impulsar una revolución socialista en Uruguay.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) El pasado jueves 11 de julio, bien temprano, leí la entrevista a Héctor Amodio Pérez. Como muchos de ustedes, esa misma noche, me instalé frente al televisor para escuchar directamente la voz de uno de los hombres que más polémica ha generado en la historia reciente de la izquierda uruguaya. Valió la pena. El testimonio me ayudó a confirmar algunas hipótesis acerca del MLN-T y me obligó a repasar algunas lecciones de José Rilla sobre “lugares de la memoria” y “usos políticos de la historia”.

La versión de Amodio respecto de su ingreso a la guerrilla confirma lo que ya sabemos acerca de la forja del MLN-T. El foco guerrillero no se instaló para luchar contra una dictadura en ciernes, como se ha esmerado en contar la extendida leyenda, sino para impulsar una revolución socialista en Uruguay. Confluyeron en esta tremenda decisión dos procesos: por un lado, en el ámbito doméstico, el fuerte desencanto con el camino electoral que experimentó una parte de la izquierda uruguaya después del fracaso en las elecciones de 1962; por el otro, en el plano internacional, el ejemplo de la revolución cubana, que pareció demostrar que bastaba tener las agallas de encender una chispa para incendiar, de una buena vez, toda la pradera.

El testimonio también confirma algunas hipótesis sobre el funcionamiento de la “orga”. En primer lugar que, desde el punto de vista de la relación entre valores fundacionales y constreñimientos funcionales, existió una fuerte tensión entre la fobia a la autoridad (uno de los rasgos distintivos de la matriz ideológica fundacional del MLN-T) y la práctica de la dirección vertical (un rasgo inherente de cualquier estructura militar). No querían parecerse a los comunistas. Por eso mismo, nacieron portando una genética aversión a los jefes. Sin embargo, terminaban teniéndolos.

En segundo lugar ratifiqué que, en el fondo, lo mejor que tuvieron como guerrilleros era lo que tenían de políticos: ingenio, “olfato”, capacidad de comunicación. En general, a pesar de errores tremendos, eran capaces de percibir la voz de la opinión pública. Pero, en términos militares, como se infiere del relato de Amodio, el MLN-T lindaba la indigencia: los criterios de seguridad no se respetaban, carecían de armas y balas, las bombas de fabricación artesanal no servían, etcétera.

En tercer lugar, la entrevista confirma la virulencia alcanzada por los conflictos internos dentro de la “tribu” tupamara. Aunque el jefe guerrillero desdibuja la distinción, muy instalada, entre “políticos” y “militaristas”, nos permite vislumbrar las fuertes discrepancias existentes dentro del aparato militar, por ejemplo, entre la estructura de Montevideo (donde la Columna 15 tenía un peso fundamental) y la del Interior (donde mandaba Sendic con el apoyo de Zabalza).

A muchos de los que prestamos atención a la voz de Amodio nos pasó lo mismo que a Gabriel Pereyra: encontramos poco creíble la versión que ofrece de cómo él y su compañera, Alicia Rey, lograron salir del país. Tampoco nos “cierra” la historia del olvido y ulterior desaparición de la bolsa con libras de Mailhos. La pregunta obvia, que numerosos dirigentes del MLN-T se hacen hace mucho tiempo, es si habrá una conexión directa entre ambos episodios, es decir, si se habrá negociado “libras” a cambio de libertad. De todos modos, el testimonio de Amodio ayuda a conocer algo más sobre el perfil político y psicológico de un dirigente fundamental, y a entender un poco más a fondo la compleja trama, multicausal como siempre, de la debacle de la “orga”.

La narración de Amodio interpela frontalmente la de otros referentes del MLN-T. Todas ellas ofrecen materia prima de enorme valor para los cientistas sociales, en general, e historiadores, en particular. Las fuentes orales constituyen una cantera formidable de datos e hipótesis para los investigadores. La memoria, como sabemos, no es la historia. Pero sin apelar a la memoria o, mejor dicho, a las diversas memorias de los más diferentes protagonistas, confiando solamente en documentos, es mucho más difícil reconstruir la historia.

Suele decirse que la memoria individual es selectiva e interesada. La memoria de las organizaciones políticas, como tan claramente explicara Rilla, también lo es. De hecho, los partidos construyen memorias (propias y ajenas) a medida de sus necesidades políticas del presente. Después de la dictadura, los tupamaros, con Eleuterio Fernández Huidobro a la cabeza, han sido verdaderos maestros en la construcción de mitos y leyendas funcionales a sus intereses. Pero no fueron los primeros ni serán los últimos en pugnar por “actualizar el pasado”.

La irrupción de Amodio, de todos modos, tiene un valor especial. No puedo dejar de interpretarla como una perla más del collar de eventos que van pautando el lento declive de la mitología tupamara. Cada vez que algunos de los principales referentes del MLN-T se agravian mutuamente, la leyenda se resquebraja. Cada vez que un gobernante tupamaro toma decisiones que chocan de frente, como si nada, contra su propia tradición, el hechizo se debilita. ¿Nos estaremos aproximando al fin de un extenso ciclo político? ¿Cae el telón sobre el “tupamarocentrismo”? Ojalá que sí. Hace muchas décadas, demasiadas para mi gusto, que la historia de este país los tiene como protagonistas.

Fuente: El Observador (Montevidedo, Uruguay)