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28.05.13

Perpetuarse en el poder siempre tiende una trampa

(Clarín) La cooperación intertemporal es un juego que la política argentina deberá aprender desde su abc, porque le da sostenibilidad a las políticas correctas y permite proteger las políticas públicas de los avatares de la competencia partidaria (o intrapartidaria). En esta ardua tarea deberían emplearse los muchos recursos políticos con que cuenta la Presidencia. Los muy criticados poderes de legislar (decretos, vetos, etc.), habitualmente son utilizados para gobernar unilateralmente, pero pueden ser empleados integrativamente, induciendo la cooperación.
Por Vicente Palermo

(Clarín) En no pocas ocasiones nuestros presidentes dispusieron de dos activos inapreciables para la formulación de políticas de gobierno: un respaldo electoral sustantivo y un horizonte temporal más o menos extenso (no expuestos a problemas apremiantes). Fueron por ejemplo el caso de Menem en 1991, y el de Kirchner en 2005. Respaldo popular y tiempo confieren grados de libertad para decidir rumbos. ¿Qué ha sucedido hasta ahora con presidentes que se encontraron en esta conjunción tan favorable de circunstancias? Como no es raro que tuvieran a sus espaldas un cataclismo político y/o económico, se presentaron a sí mismos (modestia aparte) como refundacionales: con ellos, la patria dejaba atrás las tinieblas del pasado, para ser refundada ­operación discursiva que remitía al pasado asimismo a toda la dirigencia política (y de todo tipo), incluso del propio partido. Esta misión refundadora autoconferida tenía a veces más que una pizca de salvacionismo pero tenía siempre la pretensión de rehacer de arriba abajo la nación ­acostumbrados a esto, no nos parece soberbia que se aspire a tanto, y mientras las cosas van bien, nuestro Presidente puede jugar su juego. Se siente un coloso, y comienza a acaparar poderes, entendiendo que para gobernar debe disponer de capacidades decisorias descomunales. En un juego de suma cero, esta acumulación no empodera a nadie y despoja a todos, como la mala hierba.

En este marco su gestión económica suele adquirir una marcada impronta cortoplacista: se fogonea la locomotora confiando en que no faltará carbón y en que la caldera no reventará; mientras, se extiende el alcance del aparato estatal engrosando su tejido adiposo, desenvolviendo ávidamente con medios legales e ilegales el capitalismo de amigos. Por fin, diferentes iniciativas de fuerte carga simbólica procuran crear un ambiente general caracterizado por la confrontación para mantener exaltadas a las fuerzas propias y dificultar que los tibios crucen la frontera.

Y no es que gobiernos de este tipo carezcan de propósitos de largo plazo.

Perpetuarse en el poder junto a su séquito es el objetivo al que se subordina cada paso (paradójicamente, suelen ser incapaces de solucionar el problema de la sucesión), condimentado por la convicción de que es posible moldear el país a voluntad.

Pero este ciclo siempre se cierra mal; mal para el elenco gobernante y mal para el país. Los griegos llamaban hybris a la desmesura de quienes detentan el poder; en la autoconfianza ilimitada está la semilla de esta desmesura. Pero la hybris es seguida de la némesis, la venganza de los dioses.

Entonces cunde el desconcierto de la legión de bienintencionados y el ciclo llega a su desenlace: a veces una crisis, pero dependiendo de las vicisitudes del contexto económico externo, puede tratarse apenas de una deriva, del Gobierno y del país, deriva que mantendrá a la Argentina muy lejos de los puertos de la prosperidad y de la justicia social.

¿Se puede sortear esta trampa? ¿Podemos hacer que la capacidad virtual de un Presidente con activos de respaldo y tiempo se traduzca en un verdadero cambio de rumbo, sostenible por sucesivas gestiones gubernamentales, como la índole de los problemas argentinos lo exige? Si un nuevo Presidente se encontrara con aquella conjunción favorable, no está obligado a reiterar el ciclo. Pero precisará elaborar su gestión sobre la base de materiales políticos muy diferentes. Con modestia y sobriedad, deberá apartarse del discurso refundacional e inscribir su gobierno en distintos aspectos meritorios de gestiones anteriores (todas los tienen).

Será la base de un esfuerzo titánico por alargar los tiempos de la política, y de las políticas. El feroz cortoplacismo y la errancia de la política y de las políticas públicas en Argentina se sostienen en una radical falta de confianza generalizada. Es habitual oír el mantra de las "políticas de Estado", pero ¿cómo pueden erigirse si nadie está dispuesto a la indispensable cooperación porque nadie confía en nadie? La cooperación intertemporal es un juego que la política argentina deberá aprender desde su abc, porque le da sostenibilidad a las políticas correctas y permite proteger las políticas públicas de los avatares de la competencia partidaria (o intrapartidaria). En esta ardua tarea deberían emplearse los muchos recursos políticos con que cuenta la Presidencia. Los muy criticados poderes de legislar (decretos, vetos, etc.), habitualmente son utilizados para gobernar unilateralmente, pero pueden ser empleados integrativamente, induciendo la cooperación. Técnicamente, se trata de la voluntad política a contrapelo de los incentivos. Difícil, pero no imposible si un liderazgo de calidad y conciente de que estará minando las bases de la Presidencia imperial propaga el poder en las instituciones.

Y no se trata de eludir los conflictos, pero sí de no hacer de la confrontación (y su retórica y estética, que tanto nos gustan), ni de la lógica mayoritarista (tan argentina como el mate), las marcas distintivas del Gobierno. Un espíritu de composición debería reinar al precio de que la gestión reciba el mote de conservadora, que será notoriamente injusto si nuestro Presidente, sin arrogancia, es capaz de dar los pasos iniciales en un camino que conjugue las condiciones capitalistas de la prosperidad, las condiciones republicanas de la libertad y las condiciones democráticas de la igualdad.

Fuente: Clarin (Buenos Aires, Argentina)