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13.05.13

«Mafiosos del mundo, uníos»

(TN) El kirchnerismo parece haber llegado en los últimos tiempos a la conclusión de que la ambigüedad y el simulacro le estaban costando cada vez más esfuerzo y le proveían cada vez menos respetabilidad. Así que ha optado por buscar confianza y colaboración entre los que no necesitan nada de eso para confiar y colaborar, porque son de su misma condición.
Por Marcos Novaro

(TN) Las dos grandes iniciativas anunciadas últimamente por el Gobierno, la destinada a domesticar del todo a la Justicia y la que permitirá blanquear todo tipo de fondos ilegales, siempre que estén en verdes, se enhebran entre sí con una madeja de intereses fácil de percibir: y  es que tienen en última instancia el mismo objetivo, terminar con toda simulación y edificar un estado bandido, uno que agrega al “Vamos por todo” un grito de guerra suplementario: “malandras, venid a mí”.

El oficialismo parece haber llegado en los últimos tiempos a la conclusión de que la ambigüedad y el simulacro le estaban costando cada vez más esfuerzo y le proveían cada vez menos respetabilidad. Así que ha optado por buscar confianza y colaboración entre los que no necesitan nada de eso para confiar y colaborar, porque son de su misma condición.

En este sentido, la advertencia de los críticos del blanqueo en cuanto a los riesgos morales asociados al perdón que se extiende a los evasores se queda corta. Porque en verdad el ojo del Gobierno está puesto en otros dineros, de origen mucho más comprometedor, y cuyos propietarios tienen mucho menos que temer por quedar registrados en la AFIP o cosas por el estilo.

Imaginemos a una próspera banda de narcotraficantes con operaciones en cualquier país de la región. El costo que debe afrontar para lavar sus ganancias en cualquier otro país es de un 30 a un 50%. Ahora podrá traerlas a Argentina, si no es que ya están acá, y convertirlas casi sin costo en propiedades, y esperar a que llegue el fin del cepo para hacerlas de nuevo líquidas, ya legalizadas; o bien pesificarlas y reconvertirlas en lo inmediato en divisas, a través del contado con líquido, que le permite de paso enviarlas a cualquier lugar del mundo perfectamente lavadas. Si algún medio de comunicación o gobierno extranjero llegara a posar los ojos en sus operaciones, la banda en cuestión podrá contar con un certificado de buena conducta extendido por la UIF de Sbatella, los fiscales de Gils Carbó o los jueces que responderán disciplinadamente al kirchnerismo.

En medio de la polvareda que seguramente habrá de levantar esa manada, pasarán desapercibidos los amigos del poder abocados a completar la operación de convertirse en honestos capitalistas. Pero eso, para el resto del mundo, será lo de menos: lo peor va a ser que Argentina se habrá convertido en un santuario para todos los delincuentes habidos y por haber que ellos se desvelan por combatir en sus territorios.

¿El nacionalismo argentino alcanzará para justificar, con sus trilladas fórmulas victimistas, también esta defraudación internacional? Al menos lo intentará: dado que el mundo nos impone tantos costos para ser readmitidos como miembros respetables del club, a través del FMI, el Ciadi, la OMC, el Club de Paris, la SEC norteamericana y varias otras siglas detrás de las que operan las plutocracias imperialistas y neoliberales, es del todo razonable que lo ignoremos y hagamos la nuestra.

Para el ladriprogresismo todo cierra: si la propiedad es un robo y ninguna fortuna viene del esfuerzo, sino de estafar y explotar a los demás, quienes hacen tanto escándalo por este tema del lavado no son sino bandidos que compiten con nosotros, y encima son hipócritas.

Detrás de ello, advirtamos, no sólo opera un cálculo de oportunidad frente al mundo, sino uno que se espera aún más rendidor de cara a la competencia electoral: los que quieran volver a ser parte de un país decente ahora tendrán no sólo que explicar cómo piensan desandar todo el camino recorrido en la dirección opuesta, sino hacerse cargo de lo que nos va a costar, lo que cada argentino tendrá que poner de su bolsillo para que nos dejen de criticar, excluir y castigar desde afuera.

La mafia tiene esa gran ventaja, que la convierte en una versión extrema del espíritu de cuerpo que el nacionalismo sólo provee a medias: protege a los suyos, les ofrece seguridad y convierte cualquier duda o autocrítica en una muestra imperdonable de traición. Para un gobierno de bandidos que ya no puede disimular su condición, no queda otra que intentar que todos los demás cedamos y sellemos el pacto. O corramos con todos los riesgos por no hacerlo.

Fuente: (TN - Buenos Aires, Argentina)