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13.02.13

De cambiar el mundo a cambiar las veredas

(FoxNews Latino) En América latina y el Caribe hay un cambio de actitud hacia la política, recuperada en los ochenta ante la inminente caída de las dictaduras militares como fichas de dominó, vilipendiada en los noventa en coincidencia con el vuelo propio que adquirió la globalización en todo el planeta y reivindicada en la década siguiente después de varias crisis en diferentes países. La política, en desmedro de los partidos tradicionales, comenzó a enmarañarse en los Estados nacionales hasta fusionarlos con los gobiernos de turno.
Por Jorge Elías

(FoxNews Latino) En 2004, el actual vicepresidente de Uruguay, Danilo Astori, reflexionó: “Queríamos cambiar al mundo y el mundo nos cambió a nosotros”. Cinco años después, José Mujica alcanzó la presidencia de su país y, en una entrevista, soltó otra frase memorable: “Antes queríamos cambiar el mundo; ahora queremos cambiar las veredas”. En 1995, el popular “Pepe” fue el primer diputado con pasado tupamaro (movimiento de izquierda radical en los sesenta y setenta incorporado al Frente Amplio en 1989). Al arribar al Palacio Legislativo, en una moto Vespa, un policía no lo reconoció: “¿Va a demorar mucho, don?”. Era por la moto, estacionada en el espacio de los legisladores. “Si no me echan, cinco años”, respondió.

En América latina y el Caribe hay un cambio de actitud hacia la política, recuperada en los ochenta ante la inminente caída de las dictaduras militares como fichas de dominó, vilipendiada en los noventa en coincidencia con el vuelo propio que adquirió la globalización en todo el planeta y reivindicada en la década siguiente después de varias crisis en diferentes países. La política, en desmedro de los partidos tradicionales, comenzó a enmarañarse en los Estados nacionales hasta fusionarlos con los gobiernos de turno. Ya no sorprende que un mensaje presidencial sea, en realidad, electoral.

Del otro lado, oposiciones fragmentadas cuestionan esa falta de transparencia, pero en algunos países, curiosamente, aplican el mismo método cuando administran provincias o municipios. Los gobiernos llamados a sí mismos progresistas ensalzan un socialismo difuso, emparentado con el nacionalismo sin divorciarse del capitalismo, y tildan de derecha a secas aquello que representa o parece representar el libre comercio de los noventa o neoliberalismo. La revaloración del Estado como eje de la vida pública deja tan poco espacio para la neutralidad como Bush antes de la guerra contra Irak: están con nosotros o contra nosotros.

Si uno está en el medio de la ruta, mientras los coches pasan a toda velocidad en ambas direcciones, ¿qué debe hacer? Como la neutralidad es prima hermana de la cobardía, quizá sea rozado por las etiquetas poco amables de oficialista u opositor, traducidas en el léxico despectivo del país correspondiente. Peor aún si es líder de opinión en un mundo en el que cualquiera con una cuenta en Twitter se arroga el derecho de ametrallarlo con insultos en forma casi anónima. El tono de las eventuales discusiones, a veces diálogos de sordos, refleja el estado de crispación de la sociedad.

En un estudio sobre el significado de la izquierda y la derecha en América latina y el Caribe para la Vanderbilt University, de los Estados Unidos, Elizabeth Zechmeister y Margarita Corral concluyen que “el 20 por ciento de la población de la región carece de una comprensión suficiente de estas expresiones” y que, descafeinados en centro izquierda y centro derecha, varían según los países. La gente se sitúa más a la izquierda en El Salvador, Nicaragua y Uruguay, y más a la derecha en México, Costa Rica y Colombia. En 22 países prefieren confluir en el medio de la ruta, más allá del peligro de ser atropellados.

La revalorización de la política en América latina y el Caribe concuerda, a su vez, con el escepticismo que despierta en otras latitudes. En España, sede de los indignados después de su aparición en Islandia, tres de cada cuatro personas piensan que la corrupción política está creciendo y que la justicia trata mejor a los políticos que al resto de los ciudadanos. El azote del desempleo, que golpea a uno de cada cuatro españoles, y la crisis económica, que golpea a todos, agudizan aún más esa percepción, nociva para la democracia.

En la Argentina, en 2001, era frecuente un latiguillo fácil: “Que se vayan todos”. De aquel desafecto hacia los políticos, como si no fueran el espejo de la sociedad, se pasó a la efervescencia entre un polo y el otro y, a falta de una oposición consolidada, a la diatriba contra determinados medios de comunicación como exponentes de los poderes que se beneficiaron en otros tiempos. Con matices, lo mismo ocurre en España, los Estados Unidos, Ecuador, Bolivia, Uruguay...

Los políticos que antes querían cambiar al mundo y ahora se contentan con cambiar las veredas también son más vulnerables a las críticas, quizá porque, en el medio de la ruta, uno advierte que la diferencia entre la izquierda y la derecha es menos tajante de lo que algunos presumen.

Fuente: Fox News Latino