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22.01.13

Para el Gobierno, ¿lo peor ya pasó?

(TN) Si Cristina sigue siendo el principal, sino único, capital político del oficialismo, que la escena se pinte como una batalla entre ella y el resto del mundo no sería mal negocio para el Gobierno. Permitiría que se hable menos de todos esos complejos problemas en los que el crédito oficial es bastante más bajo.
Por Marcos Novaro

(TN) Sin demora arrancó el año electoral. Y bien desde el comienzo, el Gobierno se está esmerando para que abunden en él las buenas ondas y las noticias reconfortantes. Tanto como durante 2012, sobre todo al final de ese año, abundaron las malas. ¿Lo logrará? ¿El obstáculo que enfrenta es climático, revertir la tendencia a la decepción respecto a sus políticas y sus líderes que se fue extendiendo en los últimos 12 meses, o se trata de problemas algo más “sólidos”, tendencias económicas y políticas que no se dejan impresionar fácilmente por los discursos y la propaganda?

Si se tratara de lo primero, entonces con más actos masivos que agiten el ánimo nacionalista y tuits simpáticos desde Cuba, Vietnam o algún otro de los destinos turísticos que todavía tiene disponibles nuestra primera mandataria, tal vez alcanzaría. Al menos durante el verano y para empezar. Finalmente, Cristina Kirchner sigue pudiendo actuar un personaje atractivo y convincente para una porción nada desdeñable del electorado: aunque más de 70% de la opinión pública rechaza la re-reelección, el cepo al dólar, las presiones contra la justicia, la inflación y la inoperancia frente a la inseguridad o en materia de servicios, alrededor del 40% todavía cree que la Presidenta es una persona corajuda, afectiva, que como ella misma dice, “dice lo que piensa” y trabaja sin descanso por resolver los problemas del país. En suma, si Cristina sigue siendo el principal, sino único, capital político del oficialismo, que la escena se pinte como una batalla entre ella y el resto del mundo no sería mal negocio para el Gobierno. Permitiría que se hable menos de todos esos complejos problemas en los que el crédito oficial es bastante más bajo. Y tal vez con suerte y el marketing adecuado alcance para reflotar el optimismo y contagiarle algunas de esas virtudes que la caracterizan a sus políticas y sus colaboradores.

En el segundo terreno, el de la economía y la política duras y puras, las cosas son algo más complicadas, aunque el oficialismo tiene en su poder todavía unas cuantas cartas. La idea general que guió sus pasos fue dar todas las malas noticias a las que no iba a poder escapar durante el año que pasó, para poder dejar sus efectos indeseados en el olvido al remplazarlas con otras buenas durante el año electoral. Así hizo, sobre todo, con los asuntos que involucraban acumulación y distribución de recursos fiscales: de allí la demora en actualizar el mínimo no imponible de ganancias, el retraso en las partidas para obra pública y para solventar gastos de las provincias y municipios, el cepo al dólar y a las importaciones para no perder reservas, etc.

El problema es que con estas apuestas logró bastante menos de lo que se proponía, y agravó algunos otros problemas colaterales, para los que no hay ahora soluciones sin costos. De allí que empiece el año electoral todavía obligado a hacer unos cuantos sacrificios, o dicho de otro modo, a elegir entre malas noticias alternativas.

Demorar la actualización de ganancias y las transferencias a provincias y municipios le permitió hacer caja, pero no toda la que necesitaba, y encima redundó en mayores problemas de consumo y actividad, como se está viendo en la flaca temporada turística, sin que por ello se redujera en lo más mínimo la inflación, que incluso tendió a acelerarse en los últimos meses. Cambiar ahora drásticamente de actitud podría comprometer aún más la situación de las cuentas públicas, y de las empresas, sin que ello redunde en un salto de la actividad tanto como otro más de la inflación. Sobre todo porque del lado empresario, así como en el caso de muchas administraciones locales, en el ínterin se ha resentido la confianza en un futuro venturoso y por tanto la capacidad o disposición a invertir en él.

Finalmente, la clave estará en estas expectativas, y no sólo en las económicas, sino también en las políticas. Si los actores económicos no creen que las cosas vayan a cambiar en el corto plazo no abandonarán su indisposición a invertir. Si creen que cambiarán pero sólo a condición de que el Gobierno sea derrotado en las urnas, entonces esperarán esa derrota, y algunos de ellos tratarán también contribuir a ella. El juego es más o menos similar del lado de los actores políticos: si nadie cree que el Gobierno pueda salirse con la suya e imponer la re-reelección, la disposición a colaborar electoralmente con él disminuirá, y la carrera por la sucesión se acelerará; si más y más de esos actores creen que el Gobierno no cederá, es decir no negociará con los aspirantes a la sucesión, la perspectiva de una transición conflictiva crecerá, y también el estímulo a actuar como su verdugo.

Como se puede ver, ambos terrenos, el político y el económico, se realimentarán. Puede que no en forma explosiva, pero de seguro que de un modo muy distinto, y bastante más complicado para el vértice oficial, que todo lo conocido hasta aquí en el ciclo kirchnerista. De allí que las comparaciones con el 2009, más aun las ensayadas por algunos con lo sucedido en 2007, suenen a precarias aproximaciones.

Fuente: TN, Buenos Aires, Argentina