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10.01.13

Hebe y Cristina, dos mujeres desbordadas

(Clarín) Un largo camino ha llevado a la confluencia de estas dos aguerridas mujeres. Hoy sólo las diferencia un matiz: el vocabulario soez, que Bonafini usa libremente y la Presidenta sólo orilla ocasionalmente.
Por Luis Alberto Romero

(Clarín) Hebe de Bonafini habló y muchos pensamos: “Otra vez se desbordó”. Una patología previsible.

Pero unos días después, los 22 tuits de la Presidenta ratificaron punto por punto los dichos de Hebe, con un tono apenas un poco menos virulento. Indudablemente, por la voz de Hebe había hablado el Gobierno.

Un largo camino ha llevado a la confluencia de estas dos aguerridas mujeres. Es sabido que la trayectoria de la Presidenta es distinta de la de la señora de Bonafini. Hebe trajinó la Plaza de Mayo, jugándose la vida, y contribuyó, tanto o más que nadie, a consagrar a los derechos humanos colocándolos más allá de la política y del Estado. Unos derechos humanos que remiten a las Naciones Unidas, a la Revolución Francesa o, más esencialmente, al quinto mandamiento: “No matarás”.

Hebe de Bonafini no se llevó bien con la democracia. Mantuvo con ella la misma militante intransigencia que había tenido con la dictadura. Miró con desconfianza el Juicio a las Juntas. Muchos la acompañaron en su repudio a la ley de Obediencia Debida y los indultos. Su público empezó a cambiar cuando defendió a los jóvenes idealistas de los setenta, y sobre todo cuando reivindicó la lucha armada, los asesinatos y el terrorismo, todo muy lejos del quinto mandamiento. Cada vez más desmesurada, defendió a cuanta organización terrorista apareció en el mundo: la ETA, Al Qaeda o los iraníes. Pero no importa lo que dijera, Hebe seguía siendo el símbolo de los derechos humanos.

Siempre estuvo fuera de la política y en la vereda de enfrente de los gobiernos.

Hasta 2003, cuando los Kirchner -que habían llegado a los derechos humanos por otra vía, más rápida- la convocaron, la homenajearon, la beneficiaron. Entonces Hebe descendió a la política y aportó al Gobierno un capital moral que, aunque desgastado, seguía siendo considerable. Su identificación ha llegado a ser tan plena que hoy es una más entre los voceros de la Presidenta.

Ésta, a su vez, ha adoptado el extremismo verbal y el tono destemplado de Hebe. Hoy sólo las diferencia un matiz: el vocabulario soez, que Bonafini usa libremente y la Presidenta sólo orilla ocasionalmente.

Hebe abandonó su propia agenda y asumió cada uno de los combates presidenciales: contra la oligarquía, los periodistas, Clarín. Hoy la emprende contra los jueces, el Estado de derecho y las instituciones de la República. Cree que puede hacerlo, pues el “pueblo” se expresa a través de su voz. Se trata de motivos ideológicos parecidos a los de los jacobinos, el fascismo o el peronismo clásico, que los tuits presidenciales retoman, cuando proclaman que el Poder Judicial amenaza la democracia.

Su glorificación de la violencia enlaza la gesta guerrillera con la intimidación, los escraches y la amenaza de pasar a los hechos. Las venerables ancianas de pañuelos blancos no son una amenaza, pero detrás de ellas pueden estar los “vatayones” militantes, las barras bravas y otros contingentes que quizá sean a la postre la última carta del grupo gobernante.

Finalmente, las une la corrupción.

En rigor, antes de 2003 la señora de Bonafini manejaba fondos de cierta magnitud, provenientes de distintas organizaciones internacionales. Alrededor de ella se congregó un conglomerado de militantes, aventureros y prebendados, con ganas de ser Schoklender. De modo que en 2003 no había ya mucha inocencia que perder.

Lo que quedaba de ella fue arrasado cuando Hebe y su organización se incorporaron al vasto aparato de los subsidios del Estado. Allí convivieron con empresarios amigos, sindicatos, organizaciones sociales y toda una cadena de funcionarios, que alimentaban la caja negra y se alimentaban de ella.

El involucramiento de Madres de Plaza de Mayo es tan descomunal como es asombrosa su impunidad.

Nada muy distinto otra vez de lo que ocurre en el ámbito del Gobierno.

Hoy, cuando el modelo se resquebraja, aparecen fisuras también en el frente ideológico, donde opera Hebe. El Gobierno se enreda en sus contradicciones y no encuentra cómo justificar lo que la política lo obliga a hacer.

Heroicamente, Hebe de Bonafini los sigue y se entierra en el mismo pantano discursivo.

Hebe ha anunciado que sacará al sol los trapitos sucios de los miembros de la Corte. Pero no quiere involucrar al juez Zaffaroni, aliado del Gobierno, y declara que es el único probo. Sin embargo, Zaffaroni es el único de ellos que ha sido “juez de la dictadura”, algo inaceptable de acuerdo con las premisas de Hebe. Para peor, sus virtudes privadas no son intachables. ¿Habrá trapitos más sucios que los suyos?

En otras circunstancias, el “asado” en la ESMA habría sido un tema formidable para Hebe.

Pero en rigor, ella misma ya se había sumado a la Disneylandia instalada en la ex ESMA, donde mucha gente ha encontrado su manera de mojar el pan en la salsera del Estado. Hoy Hebe aprueba todo lo que se hace allí, inclusive los asados. Llegó la hora de honrar la vida, nos dice, y pone en juego su autoridad moral. Pero otros tienen tanta o más autoridad que ella, como Victoria Donda, nacida allí.

Reclaman que el lugar de culto ha sido mancillado, y ven en el “asado” una suerte de macabra eucaristía, que conmemora horribles sacrificios.

La contradicción aflora en un discurso hasta ahora capaz de explicar, justificar y glorificar cada acto político.

Hebe y Cristina, que ya hablan al unísono, no se arredran y prometen muchos más asados. Esperemos que no se trate de una alegoría de nuestro futuro.

Fuente: Clarin (Buenos Aires, Argentina)