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10.06.12

Ta ta ta

En la Argentina existe un abismo insondable entre la prédica de las virtudes transformadoras y la cotidiana realidad de la consolidación de una burguesía burocrática cuyos principales protagonistas se han acomodado en los vericuetos del Estado, donde prosperan como militantes de una gesta más empachada de retórica que de hechos. Bien entendido, todas las comparaciones suelen ser imperfectas y falibles, sobre todo si se evalúa la Argentina kirchnerista cara a cara con, por ejemplo, la Cuba gobernada por los hermanos Castro desde 1959, pero hay aspectos comunes en ambas realidades, más allá de sus diferencias obvias.
Por Pepe Eliaschev

La jocosa cháchara nacional sobre el destino de los dólares presidenciales deja un rico saldo de moralejas. Una de ellas es la asombrosa conversión del uruguayo Víctor Hugo Morales en marcador protagónico de las conductas del poder argentino. A su compatriota José Mujica no le puede bajar línea porque el presidente uruguayo es un modesto quintero del Cerro montevideano desprovisto de dólares. Pero en la generosa Argentina, Cristina Fernández se valió de Morales para aprender que la posesión de tantos dólares personales en el sistema financiero privado no “cierra” demasiado con un modelo nacional y popular basado en el énfasis sobre la economía productiva y la inclusión social.

Más importante que estas menudencias aldeanas es la poderosa certeza de que en la Argentina existe un abismo insondable entre la prédica de las virtudes transformadoras y la cotidiana realidad de la consolidación de una burguesía burocrática cuyos principales protagonistas se han acomodado en los vericuetos del Estado, donde prosperan como militantes de una gesta más empachada de retórica que de hechos. Bien entendido, todas las comparaciones suelen ser imperfectas y falibles, sobre todo si se evalúa la Argentina kirchnerista cara a cara con, por ejemplo, la Cuba gobernada por los hermanos Castro desde 1959, pero hay aspectos comunes en ambas realidades, más allá de sus diferencias obvias. Tiende uno a pensar que en las condiciones de extremo rigor monacal que aparentemente define al modelo comunista cubano instaurado hace casi 53 años, las picardías e ilegalidades de nuestro populismo doméstico son abrumadoramente más colosales. No es así. En un reciente texto publicado por Yoani Sánchez en su admirable y enclaustrado blog habanero (http://www.desdecuba.com/generaciony/), ella alude a la descomposición progresiva de las pretensiones del régimen, revelada por la campaña contra la corrupción lanzada por el general Raúl Castro, que “tiene en vilo a quienes se creyeron protegidos por el descontrol y la poca voluntad política para acabar con las ilegalidades”, según registra la indómita bloguera. “La razzia toca a la puerta de acomodados caciques de la construcción, poderosos directivos que manejaban a su antojo la importación de mercancías y otros que se llenaban el bolsillo con el negocio hotelero. Sólo se salvan del tribunal aquellos que pertenecen al núcleo duro del gobierno. Haber participado en las luchas de la Sierra Maestra o en los primeros momentos del proceso revolucionario, es hoy por hoy la mejor protección para no terminar encarcelado. Un uniforme verde oliva, unos grados de general o de comandante alejan cualquier indagación sobre malos manejos”, revela.

¿Quiénes son los principales exponentes de esa nueva burguesía cubana acrisolada en el núcleo duro de un poder omnímodo, un gobierno de partido único que conduce al país en nombre de los postulados marxista-leninistas? Yoani Sánchez advierte que “estos empresarios deshonestos acumulan símbolos de estatus, que van desde regalar casa y auto a las amantes, hasta pagarles los estudios a sus hijos en universidades extranjeras. Ya no se parecen en nada a lo que una vez fueron, ya no toman ron sino whisky o vino, el salmón ha desplazado en sus platos a la carne de cerdo. Cuando comenzaron en sus cargos llegaban repitiendo un férreo discurso de austeridad y disciplina, pero ahora se soban la barriga mientras fuman un habano. Algunos provenían de la esfera militar o de las estructuras partidistas, y se pasaron al sector de los negocios como quien cumple una misión de guerra… en el terreno del enemigo. Con el tiempo se fueron enriqueciendo y creyendo que los contactos con firmas extranjeras o los viajes comerciales por todo el mundo eran suficiente garantía de impunidad”.

Cuarentones nacidos tras la llegada de Fidel al poder “sólo conocían las normas del mercado por la satanización que de ellas hacen los libros de economía socialista y comunismo científico”, explica. ¿Qué pasó con ellos? “Fueron moldeados para ser el ‘hombre nuevo’ pero al final ni siquiera lograron ser un ‘hombre honrado’ libre del flagelo del robo y de la tentación del desfalco”, explica esta mujer cubana, cuyo contenido y bello uso de la lengua española, en el ostracismo interior de un régimen que no convalida diferencias ni respeta opiniones encontradas, le confieren a su pensamiento un poder especialmente devastador.

No hay dudas de que la formulación guevarista del “hombre nuevo”, en el contexto de una sociedad socialista ejemplarmente virtuosa y austera, no resiste equiparación alguna con las astracanadas de la corruptela nac&pop, de las que el principal emblema es el vicepresidente elegido por Cristina, Amado Boudou. Pero, sin embargo, hay sustancia valedera en postular una convergencia de situaciones. Los pupilos argentinos que han bebido de esos relatos de conmovedora frugalidad cívica también han sido sueltos de lengua para juzgar, despotricar, descalificar y tirar a la zanja simbólica a los sojeros destituyentes enamorados del dinero, viejos “amarretes” sólo obsesionados por preservar y aumentar sus tenencias de dólares, además de inculcarles a sus nietos la cizaña capitalista.

Por eso, la Presidenta, en un valeroso acto ético de renunciamiento (siempre hay un renunciamiento en el peronismo, como se verificó en 1951), acaba de alinearse con el modelo pedagógico del creador del ta ta ta, anunciando que, como consecuencia de la propuesta de Morales, ahora la consigna central debe ser, pues, a pesificarse, todos y todas, ella incluida.

Fuente: Perfil.com (Buenos Aires, Argentina)