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06.06.12

Doctor Reposo: mentir, ¿importa?

Daniel Reposo falseó reiteradamente su currículum. Concedámosle con magnanimidad que un rebelde teclado de su computadora lo llevó a equivocar fechas y nombres, a olvidar si lo vio a Ban Ki-moon o no y que el corrector ortográfico le hizo poner “disertante” en vez de “presentador” de cursos o seminarios. Pero invocar como único pergamino de especialización académica un posgrado no completado en su asistencia o en su examen final sólo es producto del deseo de ocultar la verdad.
Por Luis Novaresio

(Infobae.com/Argentina) Daniel Reposo tiene al alcance de la mano hacerle un favor al "modelo": renunciar a su postulación de procurador general de la Nación. Si de verdad, como él mismo dijo ayer, está "en un todo con este modelo de inclusión", debería evitarle a la Presidente tener que seguir contemplando con incómodo silencio el debate, por momentos grotesco, que demuestra que no merece ese cargo.

Para ponerlo en palabras de una senadora nacional que vota casi siempre con el oficialismo a pesar de haber llegado a la Cámara alta con un discurso de oposición, "si Reposo quiere un poco a Cristina debería optar por desaparecer de la escena diciendo que lo secuestraron los extraterrestres o dando un paso al costado vestido con un traje de dignidad". Y, ya se sabe, después de haberle hecho sintonía fina al currículum del postulante, ni Fabio Zerpa le firmaría un certificado al actual titular de la SIGEN confirmando que fue visto acompañado de un alienígena.

Cualquier cargo público debería obtenerse con basamento en condiciones personales y profesionales indiscutibles. El de procurador general especialmente. Mentir en una declaración jurada tendría que obligar a terminar la cuestión y ni siquiera entrar a analizar la formación académica del aspirante. Cuando el fiscal Starr leyó los 11 cargos contra el entonces presidente Bill Clinton se encargó de decir que debía ser destituido porque había mentido respecto su relación con Monica Lewinsky. No analizaba el fondo sexual de la cosa (si no había violencia moral o física y ambos eran mayores, el problema pesaba más sobre Hillary que sobre la nación americana) y señalaba que si alguien, ante la evidencia, no dice la verdad sobre una infidelidad conyugal, es apto para ser mendaz en el manejo de la “gran cosa pública”.

Daniel Reposo falseó reiteradamente su currículum. Concedámosle con magnanimidad que un rebelde teclado de su computadora lo llevó a equivocar fechas y nombres, a olvidar si lo vio a Ban Ki-moon o no y que el corrector ortográfico le hizo poner “disertante” en vez de “presentador” de cursos o seminarios. Pero invocar como único pergamino de especialización académica un posgrado no completado en su asistencia o en su examen final sólo es producto del deseo de ocultar la verdad.

Nadie que ha rendido un examen se olvida de haberlo hecho. El estrés de semejante experiencia es siempre el mejor tónico para la memoria. No fue secretario de ninguna asociación de abogados judíos como firmó dando fe ni completó especializaciones en encuentros que organizaba la misma repartición pública que hasta ahora dirige. Eso solo ameritaría para abandonar la pretensión de ser el jefe de los fiscales federales de todo el país en quienes reposa la obligación de representarnos a todos a la hora de perseguir un delito y hacer cumplir la ley. Porque eso es un procurador.

La voz social ante la maquinaria judicial. Pero hubo más. Ayer en la sesión de debate del Senado, el doctor Reposo fue deliberadamente insincero. Con haber dicho “no sé, no conozco” hubiese quedado en el grupo de los que ignoran y no en el de los que falsean. Dos preguntas certeras del senador Ernesto Sanz demostraron que el candidato propuesto por el Ejecutivo afirmó saber de algo elemental para su cargo y no pudo siquiera explicarlo. ¿Era necesario ver balbucear al síndico general de la Nación para tapar una ignorancia flagrante?

Los romanos decían que nadie puede alegar su propia torpeza pero no obligaban a hacer ostentación de ella. Debatir sobre la formación académica de Daniel Reposo es superfluo. Indicar que tiene experiencia prácticamente nula en la profesión liberal de abogado y ningún respaldo académico en el ejercicio judicial o en el paso por alguna universidad es un dato menor. En todo caso, es una causa más de indignación para los que creen que el talento y el esfuerzo intelectual de formarse, estudiar, prepararse con esfuerzo personal y económico propio es el modo de progreso. Pero es un dato secundario al fin.

Reposo podría ahorrarnos tan perverso escenario. Y está en condiciones de hacerlo. Porque se lo conoce como una buena persona que supo trabajar con dedicación en la SIGEN a pesar de que tampoco se ganó el lugar con legitimidad académica. Le bastaría con escribir en una hoja A4 “renuncio por convicciones personales” y firmar al pie. Se ganaría el respeto de muchos que hoy no se lo tienen y aliviaría a quien lo propuso.

¿Qué pasará por la intimidad de quien supo impulsar con valentía juicios por “verdad y justicia” viendo a alguien que subalterna el primero de esos valores?

El juez Raúl Zaffaroni dijo que no lo conoce a Reposo ni en la academia ni en la Justicia. ¿Sentirá que se usa ahora el mismo criterio que el utilizado cuando junto con Ricardo Lorenzetti o Carmen Argibay llegaron a la Corte? De lo que se trata hoy es de saber si el perjurio pesa y cotiza en el mercado oficial de la política. O en el paralelo de la gente. Si la pelea a todo o nada incluye en ese todo no decir la verdad.

En suma, si el fin de obtener una victoria en una batalla, aun innecesaria, admite cualquier medio aunque sea mendaz. En suma, es saber si en la Argentina de hoy mentir importa. ¿Importa?

lnovaresio@infobae.com

Fuente: Iinfobae (Buenos Aires, Argentina)