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03.05.12

¿Qué hacer con el tema Malvinas?: La posición de América Latina frente al reclamo por las islas

(LA NACION, Buenos Aires) Todos quieren mostrarse diferentes a la Argentina y eso hace cada vez más difícil esperar que la solidaridad por las Malvinas sea absoluta. Hoy, el conflicto por las islas simboliza todo aquello que la región no entiende de la Argentina. Los gobiernos despliegan su retórica de hermandad, pero ante los hechos ni ellos ni sus pueblos comprenden el problema, ni la estrategia diplomática desplegada, ni la efervescencia popular que acompaña el reclamo por las Malvinas. Más bien les resulta desconcertante.
Por Tomas Linn

(LA NACION, Buenos Aires) Montevideo.- Tanto el presidente colombiano como el uruguayo no dudaron en recordarle al mundo que en su país las inversiones extranjeras no se expropiaban. Marcaron así una clara diferencia con la Argentina tras la estatización de YPF. Ya antes, el colombiano Juan Manuel Santos, en su discurso inaugural de la Cumbre de las Américas en Cartagena, había olvidado referirse a las Malvinas, tema que para alivio de muchos ni siquiera fue incluido en la declaración final.

Todos quieren mostrarse diferentes a la Argentina y eso hace cada vez más difícil esperar que la solidaridad pro las Malvinas sea absoluta. Hoy, el conflicto por las islas simboliza todo aquello que la región no entiende de la Argentina. Los gobiernos despliegan su retórica de hermandad, pero ante los hechos ni ellos ni sus pueblos comprenden el problema, ni la estrategia diplomática desplegada, ni la efervescencia popular que acompaña el reclamo por las Malvinas. Más bien les resulta desconcertante.

El actual conflicto por las islas es el más serio desde la invasión al archipiélago en abril de 1982. No es que Cristina Fernández de Kirchner pretenda llegar a una guerra, pero su ofensiva es fuerte y al igual que en tiempos de Galtieri, exige la solidaridad de los países vecinos. Da por sentado su apoyo, sin haberse preguntado si estaban en condiciones de darlo. No explica su táctica ni plantea sus objetivos. Apenas ofrece hechos consumados. Cree que el apoyo vendrá como la cosa más natural, porque no hay otro conflicto tan central al mundo como el suyo.

Sin embargo, durante un reciente encuentro del primer ministro británico, David Cameron, con el presidente norteamericano, Barack Obama, el tema de las Malvinas tomó estado público recién cuando un periodista se lo preguntó. Y la respuesta fue muy franca: "Discutimos el tema brevemente". Cameron ni siquiera fue preciso en su interpretación de lo hablado y ello obligó a alguna posterior aclaración de Obama. Los temas que importaron en esa reunión fueron Afganistán y la crisis económica.

El ombligo del mundo no está en las Malvinas.

Para los países vecinos, lo nuevo es corroborar signos de disenso interno, como antes no había. A su vez, frente a esta nueva escalada, los latinoamericanos que en 1982 defendieron a la Argentina con encendida retórica anticolonialista hoy se muestran prudentes respecto a la población isleña, pues consideran que ella no debe ser aislada del debate.

La "disidencia" más significativa fue la publicación en 2007 del libro Sal en las heridas , de Vicente Palermo. Para los que no son argentinos, el texto es muy esclarecedor. Allí se explica un fenómeno más cultural que político, que responde a una "causa nacional", no racional, ligada a un nacionalismo territorialista en la que además la Argentina se asume como víctima. Esa visión es llamativa para chilenos, peruanos, uruguayos y brasileños, no por ser ellos menos nacionalistas, sino por serlo de un modo diferente.

Uruguay, un país de escasa diversidad geográfica, donde las fronteras están a mano, define su nacionalidad según valores compartidos más que por su territorio. Por eso el recordado líder político Wilson Ferreira Aldunate solía definir a su país como una "comunidad espiritual". Ahí aparece una primera dificultad uruguaya para comprender el arraigado sentimiento de los argentinos. Parten de supuestos muy diferentes.

Para los argentinos, según Palermo, su país debió tener el mismo espacio que marcó el rey Carlos III cuando creó el virreinato del Río de la Plata. El surgimiento de Bolivia (Alto Perú) y Paraguay como naciones fue visto como una pérdida. Pero lo que más duele, además de las islas Malvinas, es el desprendimiento de la provincia que se transformó en Uruguay, en 1828. Sin embargo, esas naciones se ven a sí mismas como el resultado de procesos históricos naturales: nunca se les ocurrió que el Virreinato debía estar destinado a permanecer intacto.

También fuera de fronteras tuvo impacto el documento preparado por un grupo de intelectuales argentinos, muchos de ellos conocidos al menos en Uruguay y Chile, con una mirada diferente y marcando la necesidad de considerar el principio de autodeterminación de los isleños.

Ese es el punto que cambió desde la guerra y que complica a los países amigos de la Argentina. El Consejo de Seguridad de la ONU condenó la invasión de 1982, incluso con apoyo de países del Tercer Mundo. Durante años, la Asamblea General venía sosteniendo que la Argentina y el Reino Unido debían negociar el destino de esas islas dentro de un programa de descolonización. Pero en 1982 hubo que precisar el concepto. Para el Consejo de Seguridad, había colonialismo cuando una población no europea, en un territorio fuera de la metrópoli, era dominado por un país europeo. La Argentina ocupó un territorio con una población que no quería ser argentina; por lo tanto, hubo países tercermundistas del Consejo que no lo vieron como una liberación.

La pregunta que se hacen muchos uruguayos (incluso muchos que fueron fervientes defensores de la causa de 1982) es por qué en aquella ocasión los isleños habrían querido estar bajo las órdenes de un Galtieri. ¿Por qué hoy querrían ser gobernados por Cristina Fernández de Kirchner, que tanto los maltrata? La repuesta es más fácil de entender para los vecinos de la Argentina que para los argentinos mismos.

El resto de América latina sabe que la escalada de la Presidenta no ofrece salida ni para ella ni para su país. No la podrá sostener hasta el infinito y por eso corre peligro de perder el control sin desearlo. Eso podría llevar a los umbrales de una guerra que nadie quiere. Por lo tanto, la apuesta es alta, pero las posibilidades de una nueva frustración lo son aún más. Es como si para la Argentina, la situación perfecta fuera el llanto constante por la pérdida de las islas, y no la obtención definitiva de su soberanía sobre ellas.

En 1982, Chile simpatizó con el Reino Unido, porque tenía planteado un casi bélico conflicto fronterizo con la Argentina. Perú se declaró neutro. Uruguay fue solidario, pero dejó que los heridos británicos llegaran por mar a Montevideo para luego ser trasladados por avión a Londres. No había tanto entusiasmo y no lo hay hoy. Ayer y hoy, los hechos los provoca un país que nunca preguntó si les venía bien a los demás entrar en esa escalada. Dio por sentado que sí.

¿Nunca pensó la Presidenta que los otros países tienen sus propias agendas y diseñan sus prioridades de acuerdo con intereses que no son los de la Argentina? Uruguay y Chile tienen una histórica buena relación con el Reino Unido y les importa mantenerla. ¿Por qué debe Chile ceder a la presión de que no salgan vuelos desde Punta Arenas a las islas? ¿Por qué debe Perú entrar en un juego de marchas y contramarchas por una fragata británica? ¿Por qué debe Uruguay arruinar un delicado tramado de muy buenas relaciones para ceder a las demandas de Cristina Fernández? De hecho, Uruguay aceptó impedir que pesqueros con la bandera británico-malvinense atraquen en su puerto, tal como lo viene haciendo con buques de guerra destinados a las islas. Pero sí permite que entren barcos con cualquier otra bandera británica y que operan en las Malvinas. Tampoco parece interesado en sumarse a un mayor estrechamiento del cerco sobre las Malvinas.

El canciller uruguayo Luis Almagro visitó Londres hace un año para ratificar una relación que definió como "estratégica". En ese entonces, no había ruido por las islas Malvinas. Uruguay tiene buenas razones para no descuidar sus relaciones con los británicos tanto a nivel político, comercial, como cultural. Chile también.

Cada país tiene sus problemas que atender y los resolverá de acuerdo con sus prioridades y con las estrategias más adecuadas. Los vecinos tienen derecho a preguntar por qué no se les consultó antes de lanzar la escalada y por qué a tantos otros problemas se les suma este que no fue buscado. Más cuando ellos saben que una y otra vez, estos toreos por las Malvinas llevan a sucesivas frustraciones, resultado de una diplomacia que prefiere el efectismo a lograr algo sólido. En ese contexto, los costos de la solidaridad son demasiado altos.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1469276-que-hacer-con-el-tema-malvinas