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12.02.12

La re-elección presidencial indefinida nos alejaría más del desarrollo

Sean populistas de derecha o izquierda, la intención de todos aquellos que buscan cambiar las reglas de juego en beneficio propio, incluyendo perpetuarse eternamente en el poder es, precisamente, alterar la forma republicana de gobierno que pone límites y controles al ejercicio del mismo.
Por Gabriel C. Salvia

El principal argumento de los gobernantes elegidos democráticamente para perpetuarse en el ejercicio del poder, mediante reformas constitucionales que les permitan la re-elección inmediata o indefinida, es la supuesta necesidad de garantizar la continuidad de sus políticas.

Por ejemplo, en el año 1993, con la firma del Pacto de Olivos, Carlos Saúl Menem logró su propósito de acordar una reforma constitucional con el objetivo de permitirle aspirar a la posibilidad de una re-elección inmediata. El argumento del menemismo –muy olvidado hoy día en la Argentina- era la necesidad de consolidar las políticas económicas pro mercado, algo que finalmente contó con el apoyo político y ciudadano –incluyendo al cortoplacista establishment empresarial- respaldando la reforma constitucional de 1994 y luego la candidatura presidencial del riojano en 1995, donde triunfó en primera vuelta.

Obviamente, sean populistas de derecha o izquierda, la intención de todos aquellos que buscan cambiar las reglas de juego en beneficio propio, incluyendo perpetuarse eternamente en el poder es, precisamente, alterar la forma republicana de gobierno que pone límites y controles al ejercicio del mismo.

Así, la erosión de la forma republicana de gobierno es el denominador común de todos los gobiernos populistas y, por supuesto, de las diversas corrientes internas del peronismo. Pero no se trata de ninguna novedad, pues ya lo advertía Juan Bautista Alberdi (1810/1884) al señalar que “la esencia de la república reside en la renovación constante y periódica de los depositarios del poder”, agregando que: “donde el personal del gobierno se mantiene siempre el mismo, la república deja de existir”.

Irónicamente, uno de los personajes políticos que más claramente analizó las motivaciones y nefastas consecuencias de la re-elección presidencial fue Juan Domingo Perón en un discurso ante la Asamblea Legislativa pronunciado el 1º de mayo de 1948: “Un punto resulta indudablemente crítico en la reforma que el ambiente público ha comenzado a comentar: es el referente a la modificación  del artículo 77, a fin de que el presidente pueda ser reelecto sin periodo intermedio. Mi opinión es contraria a tal reforma, y creo que la prescripción existente es una de las más sabias y prudentes de cuantas establece nuestra Carta Magna. Bastaría observar lo que sucede en los países en que tal inmediata reelección es constitucional. No hay recurso al que no se acuda, lícito o ilícito, es escuela de fraude e incitación a la violencia, como asimismo una tentación a la acción política por el gobierno y los funcionarios”.

El hecho de que un año más tarde se reformara totalmente la Constitución Nacional, posibilitando la re-elección presidencial, es uno de los tantos ejemplos del estilo demagógico del General Perón: “En mi concepto, la reelección sería un enorme peligro para el futuro político de la República y una amenaza de graves males que tratamos de eliminar desde que actuamos en la función pública”.

Y por si quedan dudas, quien creó un movimiento que lleva nada menos que su nombre, “peronismo”, afirmaba en el mencionado discurso: “El actual personalismo, que lucho por anular desde el gobierno, dejando actuar a las fuerzas populares, debe evolucionar hacía una organización estable y consolidada de las fuerzas y los valores personales. Seria peligroso para el futuro de la República y para nuestro movimiento si todo estuviera pendiente y subordinado a lo pasajero y efímero de la vida de un hombre”.

En cualquier caso, más allá del tipo de políticas públicas que se implementen, para que las mismas se mantengan, consoliden y profundicen, gracias a su eficacia y el consecuente respaldo popular, es fundamental que sean aplicadas por distintas personas y partidos mediante la alternancia en el poder. Nuevamente, en lugar de mirar a los países y caudillos autócratas del ALBA, hay que seguir el ejemplo de Chile, Uruguay y Costa Rica, los cuales no por casualidad encabezan todos los rankings de América Latina que miden la calidad democrática y el desempeño económico e institucional y donde la Argentina retrocede año a año.

Gabriel C. Salvia es Director General del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).