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02.12.11

A propósito de la violencia narco en México: los rasgos arcaicos de las sociedades latinoamericanas

(Análisis Latino) Esta continua masacre que sufre México en el último lustro no puede explicarse solamente por los intereses de los narcos. Puede indicarse que la ´´mano de obra´´ narco, esa que llena de cadáveres las calles de sus ciudades, sale de los millones de jóvenes marginales que tiene el país. Pero esa miseria juvenil es más o menos general en América latina, así que esta explicación no alcanza. No, aquí hay algo más: un componente de tipo antropológico-sociocultural en estas matanzas masivas, que tienen su ritualización detallada, su sistematización y su código de señales. Casi el mismo nivel de violencia insana y descomunal se vive en la vecina Guatemala, infiltrada por los cárteles mexicanos.

Pero México no es el único país con una violencia interna crónica en la región, claro está. El último episodio que protagonizaron las FARC colombianas -la ejecución por la espalda de 4 secuestrados- deja claro que ni los 8 años de Alvaro Uribe en la Presidencia ni la reciente muerte del jefe de esa guerrilla, Alfonso Cano, harán desaparecer a este grupo terrorista, que además y aunque parezca increíble sigue contando con prensa amiga, como la cubana y la venezolana. También podríamos agregar las favelas copadas por los narcos y sus socios policías en Brasil, o el índice de asesinatos en la Venezuela bolivariana, que se disparó durante la década de Hugo Chávez al mando del país.

También países no considerados violentos históricamente están verificando una metamorfosis dramática. Argentina es hoy muchísimo más violenta que una generación atrás, por ejemplo (si descartamos claro está la violencia política de los 70s). El enorme cinturón de municipios que rodea a Buenos Aires, inagotable fuente de miseria y de votos para el peronismo, ha visto en estos años surgir una nueva violencia ligada al narcotráfico de los miserables: la venta del ´´paco´´, un residuo de bajo precio de la cocaína y de devastadores efectos neurológicos que está dejando a una generación de adolescentes de clase baja y marginal con daños irreversibles. Allí se ha implantado una subcultura delictiva muy parecida a las de las favelas brasileñas.

La violencia no siempre y solamente responde a la ´´injusticia social´´, como quiere la izquierda latinoamericana, sino que tiene raíces más profundas, de orden histórico-cultural y antropológico, que además es la causa última de la miseria.

Por Pablo Díaz de Brito

(Análisis Latino) México, segunda economía latinoamericana y con el magnate más rico del planeta (Carlos Slim) ve cómo una marea de cadáveres lo hunde implacablemente en la más primitiva barbarie. El 25 de noviembre se descubrió en Guadalajara un "cargamento" de 26 cuerpos abandonados en tres vehículos. Todos estrangulados, menos uno, decapitado. Era un "mensaje" de los Zetas a los gobiernos de Jalisco y Sinaloa y a los cárteles competidores. Apenas unos días antes en Sinaloa se habían registrado 24 muertos en una sola jornada. La mayoría de ellos aparecieron calcinados.  En las dos matanzas, las autoridades adoptaron el mismo tono tranquilizador: “Es una lucha entre las estructuras (narcos) y no con la población civil”, explicó un funcionario de Jalisco. Será así, pero en los últimos 5 años han sido asesinados más de 4 mil niños en México, según estimó el ombudsman de la capital mexicana, Luis González Palencia. Agregó un estimado de 3.700 huérfanos. Es que las represalias masivas entre narcos no discriminan entre adultos, niños, madres ni ancianos.

Esta continua masacre que sufre México en el último lustro no puede explicarse solamente por los intereses de los narcos. Puede indicarse que la "mano de obra" narco, esa que llena de cadáveres las calles de sus ciudades, sale de los millones de jóvenes marginales que tiene el país. Pero esa miseria juvenil es más o menos general en América latina, así que esta explicación no alcanza. No, aquí hay algo más: un componente de tipo antropológico-sociocultural en estas matanzas masivas, que tienen su ritualización detallada, su sistematización y su código de señales. Casi el mismo nivel de violencia insana y descomunal se vive en la vecina Guatemala, infiltrada por los cárteles mexicanos.

Pero México no es el único país con una violencia interna crónica en la región, claro está. El último episodio que protagonizaron las FARC colombianas -la ejecución por la espalda de 4 secuestrados- deja claro que ni los 8 años de Alvaro Uribe en la Presidencia ni la reciente muerte del jefe de esa guerrilla, Alfonso Cano, harán desaparecer a este grupo terrorista, que además y aunque parezca increíble sigue contando con prensa amiga, como la cubana y la venezolana. También podríamos agregar las favelas copadas por los narcos y sus socios policías en Brasil, o el índice de asesinatos en la Venezuela bolivariana, que se disparó durante la década de Hugo Chávez al mando del país.

También países no considerados violentos históricamente están verificando una metamorfosis dramática. Argentina es hoy muchísimo más violenta que una generación atrás, por ejemplo (si descartamos claro está la violencia política de los 70s). El enorme cinturón de municipios que rodea a Buenos Aires, inagotable fuente de miseria y de votos para el peronismo, ha visto en estos años surgir una nueva violencia ligada al narcotráfico de los miserables: la venta del "paco", un  residuo de bajo precio de la cocaína y de devastadores efectos neurológicos que está dejando a una generación de adolescentes de clase baja y marginal con daños irreversibles. Allí se ha implantado una subcultura delictiva muy parecida a las de las favelas brasileñas.

Detrás de todas historias hay en América latina una miseria crónica, que es la explicación más inmediata, como se ha dicho, pero también surgen unos rasgos arcaicos de nuestras sociedades, como señala mejor que ninguno el espeluznante caso mexicano. La cronificación del fenómeno de las FARC en Colombia tampoco puede explicarse sólo en base a la miseria secular del interior del país. Las sociedades latinoamericanas, o gran parte de ellas, mantienen un trasfondo de violencia premoderno, de tipo tribal y, por decirlo de algún modo, no-occidental. Porque son sólo las sociedades occidentales, o las occidentalizadas a fondo, las que han dejado atrás este tipo de violencia primitiva. Solo en base a valores modernos, o sea, occidentales, puede avanzarse del estadio de una sociedad jerárquica y feudal, agraria, en la que este tipo de violencia se "inscribe" (para usar un verbo favorito de la intellighentzia académica).

Otro ejemplo de este fenómeno retrógrado puede encontrarse en los valores arcaicos indígenas a los que Evo Morales ha dado en Bolivia status constitucional, y que incluyen el castigo corporal por parte de la "justicia comunera" vigente en las etnias andinas. Habría material para escribir diez libros sobre lo regresivo que es el proyecto de Morales desde el punto de vista de las libertades individuales y los derechos humanos. Su arcaísmo tiene puntos de contacto evidentes con el dogmatismo religioso de los fundamentalistas islámicos, que también aplican una Justicia penal no fundada sobre el derecho moderno sino sobre valores arcaicos (la Sharia, derivada de preceptos coránicos y los dichos de Mahoma, los hadiz).

La violencia, entonces, no siempre y solamente responde a la "injusticia social", como quiere la izquierda latinoamericana, sino que tiene raíces más profundas, de orden histórico-cultural y antropológico, que además es la causa última de la miseria. Porque, como se observa claramente en el caso de Bolivia, es esta matriz socio-cultural la que explica mayormente la miseria, mucho más que causas ad hoc como "el imperio" y el "capitalismo", según la reiterada explicación de Evo Morales, quien sinceramente cree que si sus campesinos andinos no viven como los suecos es por culpa exclusiva de las multinacionales y los Estados Unidos.

Pablo Díaz de Brito es redactor especial de www.analisislatino.com

La violencia no siempre y solamente responde a la "injusticia social", como quiere la izquierda latinoamericana, sino que tiene raíces más profundas, de orden histórico-cultural y antropológico, que además es la causa última de la miseria