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16.05.11

El referendo ecuatoriano: otro “correctivo” al eje bolivariano

(CADAL, Buenos Aires) - El dato de fondo es que Correa, con el referendo, sufre un frenazo en sus ambiciones de concentrar poder y más poder. Más allá de que esté ganando por poco, el dato estratégico que surge del voto es que Correa no tiene la mayoría social aplastante que pretende para imponer su régimen, que es lo que persigue con estas reformas. A esto hay que sumarle que si se revisan los hechos de los últimos meses en los países del eje bolivariano, el de Correa no es el único retroceso brusco.
Por Pablo Díaz de Brito

El referendo de 10 preguntas en Ecuador ha resultado una verdadera gaffe política y, por ende, un daño para las ambiciones del presidente Rafael Correa. Más allá del resultado final -al momento de cerrar esta columna y a 5 días de la consulta- había una ligera ventaja del Sí, pero muy lejos del resultado plebiscitario que descontaba el mandatario.

La magnitud del error de cálculo de Correa indica que puede estar perdiendo el olfato político, o que se deja llevar por encuestadores absolutamente deshonestos, como Santiago Pérez, quien le hizo proclamar la tarde del sábado que había ganado por 20 puntos. El dato de fondo es que Correa, con el referendo, sufre un frenazo en sus ambiciones de concentrar poder y más poder. El lunes, nuevamente envalentonado por datos parciales, ya había adelantado la aplicación de un “correctivo” a los medios y jueces, y a todo el que se pusiera en el camino de su “revolución”. Hoy parece claro que el que recibió un “correctivo” ha sido él.

Después de la rocambolesca rebelión policial del 30 de septiembre pasado, con secuestro del presidente incluida, Correa sufre otra derrota de imagen, esta vez a manos de los ciudadanos. Más allá de que esté ganando por poco, el dato estratégico que surge del voto es que Correa no tiene la mayoría social aplastante que pretende para imponer su régimen, que es lo que persigue con estas reformas.

No es la única derrota que sufre Correa últimamente: en el último mes debió tomar nota de la ruptura definitiva con la Conaie, la poderosa federación indígena que tuvo un rol clave en la caída de varios presidentes ecuatorianos. El 29 de abril, la Conaie le retiró a Correa el bastón de mando, símbolo que le había entregado en 2007. La Conaie llamó a votar por el No en el referendo y se adjudica el resultado.

Ahora bien, si se revisan los hechos de los últimos meses en los países del eje bolivariano, el de Correa no es el único retroceso brusco. Sobre fin del año pasado, en Bolivia, Evo Morales padeció el “gasolinaza”. Debió dar marcha atrás con el aumento de combustibles, después de padecer bloqueos y protestas violentas en todo el país. Fue una derrota humillante. Desde entonces cayó de manera brusca en todos los sondeos y no se recupera. Además, la guerra de guerrillas que le declaró la COB, la poderosa y radicalizada Central Obrera Boliviana, sigue sin descanso, como se comprobó en estas últimas semanas con las huelgas de maestros y otros estatales en reclamo de aumentos salariales superiores al 10% ofrecido por el Ejecutivo. La ruptura con la central obrera es total, así como con las organizaciones sociales que giran en torno a ella.

Evo ya había sufrido otra derrota en julio/agosto de 2010, cuando la provincia de Potosí se rebeló en reclamo de una serie de beneficios, algunos -como la construcción de un aeropuerto internacional-, verdaderamente desmesurados. Morales fue vencido luego de una larga puja llevada adelante con bloqueos de rutas y masivas huelgas de hambre. El presidente boliviano está sufriendo en carne propia su propia metodología, y aplicada por sus antiguos aliados: su camino al poder se jalonó mediante la acción directa, con la que derribó al “neoliberalismo”. Ahora la padece como presidente y, claro, no la puede deslegitimar fácilmente, ni mucho menos reprimir, dado que los que la ejercen son sus ex socios, organizaciones de insospechable origen “popular” y antiimperialista.

Algo parecido y a la vez diferente se observa en la Venezuela chavista, país cabecera del eje bolivariano. Allí no hay una COB ni una confederación indigenista que se le rebelen contra su jefe natural. Pero las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre pasado demostraron que Chávez ya no tiene la mayoría. La oposición logró un 52% de votos y sacó, pese a la manipulación de los distritos electorales, 67 del total de 165 bancas. Y esto pese a la enorme desventaja de los competidores electorales ante el abrumador aparato propagandístico y clientelar del régimen. La oposición se unió, por fin, pero el factor aglutinante frente al régimen chavista es el movimiento estudiantil. Otro actor social que, como los obreros bolivianos y los indigenistas ecuatorianos, debería, a priori, ser un ariete de la revolución, pero que resulta en los hechos su principal adversario.

Más allá del rol de los estudiantes, el descontento social crece por factores bien prosaicos: la inflación galopante, la decadencia de la petrolera estatal PDVSA, esa caja hasta ahora inagotable de Chávez (ni con el barril por encima de 100 dólares puede trazar un plan de inversiones serio, por lo cual produce cada vez menos); la inseguridad ciudadana que, paradoja de paradojas, un régimen militarista no sabe combatir.

Porque el de Chávez es, efectivamente, un régimen militarista, donde proliferan milicias y uniformados de toda clase, pero a la vez resulta tremendamente caótico, desordenado y, claro está, muy corrupto. Está pagando ese desorden con el hartazgo de los propios sectores sociales que lo votaron todos estos años. Habrá que ver si la oposición está a la altura del desafío y logra presentar una oferta alternativa en 2012 que no sea sospechada -y justificadamente sospechable- de restauradora, que sepa transmitir a la sociedad que los beneficios sociales que trajo la era chavista no serán eliminados, no al menos aquellos que son legítimos.

Por todas estas razones, todas diversas y locales, el eje bolivariano en cuestión de pocos meses tuvo tres derrotas, y de las que duelen. La última es la del fallido referendo correísta, pero seguramente no será la última. La Historia parece haber tomado una de sus curvas, y cuando esto ocurre no hay “correctivo” ni perorata kilométrica que cambie el destino.

Pablo Díaz de Brito es columnista de www.analisislatino.com