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08.10.10

Vargas Llosa: el escándalo de un gran novelista liberal

Un escritor standard y en carrera se aseguraría el ostracismo y el exilio interno si se declarara liberal contundente, como hace Vargas Llosa. De hecho, estamos asistiendo a un caso que difícilmente se repita en el futuro.
Por Pablo Díaz de Brito

Nobel inesperado para Mario Vargas Llosa. ¿Cómo reacciona el campo popular? Silencio mortal desde la costosa expedición oficial de la Argentina a Frankfurt. Ni un tweet, siquiera. Pero resulta fácil imaginar los comentarios entre una arribista de la cultura como Cristina Kirchner y un resentido eterno como Héctor Timerman. Pero dejemos al "campo popular" argentino y sus rencores. Se trata de provincianismos sin importancia ni alcance.

Veamos un poco más lejos. El País de Madrid, por ejemplo. El diario socialdemócrata, que ha tenido a Vargas Llosa de columnista por años, le ha hecho una edición on line "por todo lo alto", con profusión de firmas, notas, fotos, editoriales. Entre las muchas columnas, hay una de un crítico literario, J. Ernesto Ayala Dip, titulada "Una obra que no tiene límites". El autor, luego de hacer una muy elogiosa recorrida por las novelas del premiado Vargas Llosa, termina con una consideración a sus posturas "neoliberales", señalando: "Las ideas políticas de Mario Vargas Llosa, su defensa de ciertas políticas neoliberales pueden que no lo hagan demasiado simpático a mucha gente. Podríamos decir, como Marx decía de Balzac, que el autor de La casa verde es políticamente conservador pero en el terreno del arte de la ficción es progresista". O sea: en lo que realmente importa, en la literatura, Vargas Llosa es uno de los nuestros, un progresista, uno de izquierda, en lo demás, que cuenta poco y nada, es un detestable "neoliberal", un conservador.

El caso de Ayala Dip se repitió en cientos de casos, a medida que el Nobel de Literatura a Vargas Llosa provocaba reacciones. "Gran novelista; ahora, sus ideas políticas, bueno, no tienen nada que ver con su obra", etc.

Es interesante observar cómo la izquierda, el progresismo, habituados a ser los dueños únicos de la cultura -y especialmente de la literatura- quedan desconcertados y traman argucias de reapropiación, como la de Ayala Dip. Así que Vargas Llosa es un progresista, aunque él no lo quiera. Todo lo bueno, lo excelso, en el terreno de la cultura, debe ser, guste o no guste su autor, de izquierda.

Seguramente, Vargas Llosa le respondería al español que él es efectivamente progresista, pero nunca "conservador", que es lo opuesto a liberal. Porque si algo es un liberal es progresista; pero claro, no en la acepción hoy corriente.

Por eso vale la pena detenerse en este sobreentendido de la izquierda sobre su total dominio del campo de la cultura, y de cómo, cuando uno que, claramente, no es de izquierda destaca en ese terreno, debe hacer algo para, o descalificarlo, o apropiárselo. Como la enorme estatura literaria de Vargas Llosa no es materia de discusión para nadie, se elige la estrategia de la apropiación: es un progresista, no un conservador, aunque el no lo sepa o no lo quiera saber. Porque hoy, en el terreno de la cultura, no hay lugar para novelistas liberales; eso es un escándalo moral que no se puede permitir. Literalmente: no puede ser.

En tiempos pasados no era así. En la alta cultura había autores de gran calidad en todos los campamentos políticos. Había filósofos y escritores socialistas, o decididamente marxistas; pero también los había, y muchos, liberales. Y luego estaban los conservadores, generalmente católicos de misa diaria; y, por último, estaban los de la extrema derecha.

Esto fue así durante casi todo el siglo XX. Había variedad ideológica en la cultura, y la posición ideológica y política no era motivo o criterio de juzgamiento de la calidad de un autor, era apenas una opción personal. Los ejemplos son archiconocidos: Thomas Mann, por ejemplo, era un liberal típico; en filosofía, Husserl y sus colegas eran liberales; Proust era un conservador; Virginia Woolf era feminista radical, pero ferozmente clasista; luego estaban los de extrema derecha, como Celine o Heidegger, o nuestro Leopoldo Lugones. Los de izquierda eran numerosos, y se dividían entre socialdemócratas, comunistas y anarquistas. En fin, había de todo, como en el campo de la política, pero nadie pretendía que pertenecer a un sector político-ideológico en especial diera una suerte de credencial para ingresar al club de la alta cultura.

Esta pluralidad se mantuvo, más o menos, hasta la primera mitad del siglo pasado, es decir, hasta la generación que vivió su juventud bajo el primer peronismo. Las cosas cambian en Europa en los 60, y, en la Argentina, en los 70.

Sartre es la figura emblemática de este avance. La hegemonía de la izquierda se vuelve en pocos años casi total, y los liberales y conservadores que vienen del período anterior son vistos como sobrevivientes de un mundo que se extingue. Todo el mundo se hace marxista.

A partir de los 80 cambiarán las teorías hegemónicas de moda: la semiótica y el estructuralismo mixturado con el psicoanálisis sustituirán a Marx y sus discípulos y seguidores, como Luckaks (había que leer su "Historia y conciencia de clase"). Lo que no cambiará más es la hegemonía de la izquierda en la cultura.

En el caso de la literatura, cambiará –arbitrariamente- el canon, según el gusto de la gente que tiene el poder para conformarlo, pero lo que no cambiará es esa hegemonía. Por ejemplo, Cortázar, un hombre de la izquierda más ortodoxa y dura, está hoy saliendo del canon, o al menos bajando drásticamente en el ránking. Pero lo que importa es que, para ser escritor, artista, filósofo o teórico de las ciencias sociales, se debe ser, como conditio sine qua non, de izquierda. A partir de ahí, y sólo de ahí, se permite cierto pluralismo.

Algunos polítólogos, por ejemplo, podrán inclinarse por la socialdemocracia (pero esta es una tendencia más de los 80 y 90, y hoy parece estar en retirada ante una nueva ola radicalizada, como la moda Laclau). También se permiten los extremistas de derecha, pero sólo si se los rescata del pasado, como es el caso de Carl Schmitt. Como regla general, hay que hacer profesión de fe anticapitalista, lamentar y condenar los males del capitalismo, para poder moverse con cierta confianza, hacer carrera y tener éxito, acceso a las cátedras más preciadas, etc.

El escritor está sometido a la misma horca caudina que el investigador y docente universitario. Sólo un Vargas Llosa se puede permitir ser escandalosamente liberal. Un escritor standard y en carrera se aseguraría el ostracismo y el exilio interno si se declarara liberal contundente, como hace Vargas Llosa. De hecho, estamos asistiendo a un caso que difícilmente se repita en el futuro. Vargas Llosa ya pertenece a una generación que es rigurosamente de izquierda: recordemos que él logra la consagración internacional cuando aún era de izquierda, un dato no menor. Su viraje lo hizo cuando ya habitaba el Olimpo literario. Los otros casos de grandes escritores liberales latinoamericanos pertenecen a generaciones anteriores, formados cuando existía aquél pluralismo perdido (Octavio Paz, por ejemplo). Hoy no se imagina a un escritor en sus 40, con un par de novelas con buena crítica editadas por una editorial de prestigio, haciendo un viraje semejante.

Pablo Díaz de Brito es periodista y analista del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).

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