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24.09.10

El Mono Jojoy: hijo de La Violencia y fósil viviente

Dicen que empezó como pinche de Marulanda, que era hijo de campesinos liberales; llegó aún joven al Secretariado, pasando rápidamente por los grados de jefe de frente y de bloque; fue brillante en la técnica militar, así como primitivo en el análisis político y brutal en el uso de la violencia.
Por Pablo Díaz de Brito

Fue un hijo de La Violencia. El Mono Jojoy (a quien ninguno de sus subalternos se atrevía a llamar así en su presencia) salió de ese campesinado curtido en la guerra civil entre conservadores y liberales (1948-53), combatida entre una guerrilla campesina liberal-comunista (sic) y bandas armadas de los hacendados conservadores.

Aquel período se conoce como La Violencia, una guerra civil y de clases con cientos de miles de muertos, un genocidio que marcó a fuego a Colombia y le dejó de legado una violencia endémica, una violencia con minúsculas que sigue hasta hoy y previsiblemente seguirá en el futuro. Otro ejemplo de guerra de clases que sólo sirvió para lacerar y dañar para siempre a la sociedad que la protagonizó, probando, una vez más, que ése no es el camino, que por ahí la Historia solo va a parir monstruos y nunca paraísos.

En esa época y en ese mundo de La Violencia nació Jojoy, en ese contexto histórico se explica su biografía, o sea, el conjunto de elecciones políticas y personales de este personaje caído bajo una lluvia de bombas.

Dicen que empezó como pinche de Marulanda, que era hijo de campesinos liberales; llegó aún joven al Secretariado, pasando rápidamente por los grados de jefe de frente y de bloque; fue brillante en la técnica militar, así como primitivo en el análisis político y brutal en el uso de la violencia. Su vida entera la vivió aislado en el monte, lo que hizo de él y de las Farc -o al menos del ala dura de las Farc, que los colombianos llaman el ala terrorista- un verdadero fósil viviente. Como esos tiranosaurios rex que aparecen en valles escondidos en las peliculas de Hollywood.

Fijado de por vida en una rústica formación política hecha en el monte con el fusil al hombro, en los años 60, cuando el modelo cubano aparecía como el futuro dorado de la humanidad, Jojoy murió en otro mundo, el de la globalización capitalista, del que poco y nada sabía, pese a la notebook que utilizaba. El anacronismo era él mismo, su propia vida. Como su idolatrado Marulanda. Siempre en las sierras selváticas, estos hombres hacen recordar a esos soldados japoneses que, aún bien entrados los años 70, todavía creían resistir al enemigo estadounidense en islas perdidas del Pacífico.

Sin embargo, en algo sí se actualizó Jojoy: en los 90 hizo la asociación con el narco, estrategia de la que fue líder dentro del Secretariado; y en el uso de armas de gran poder de destrucción contra la población civil, como los temidos “cilindros”, morteros caseros hechos con garrafas que en esos años arrasaron caseríos enteros. Eran operaciones de castigo que Jojoy ordenaba contra el campesinado cuando este no era dócil a su dominio. Delitos de guerra y de lesa humanidad, los tipificó Naciones Unidas (porque al derecho internacional humanitario poco le importa que un crimen contra la población civil lo perpetre el Estado o una banda armada).

Esa doble estrategia, de alianza con el narco y de uso brutal del poder de fuego contra la población civil, fue también el golpe de gracia para el ya deteriorado arraigo de las Farc en el campesinado y en los sectores urbanos pobres. El repudio popular cuajó políticamente con el uribismo, tumba militar y política de las Farc.

Jojoy, por aquellas elecciones brutales, estaba distanciado, dicen en Colombia, de Alfonso Cano, número uno del Secretariado designado por Marulanda para sucederlo y jefe del ala política de unas Farc que parecen haber entrado definitivamente en su último capítulo. De ellas en el futuro solo puede esperarse a unas bandas aisladas dedicadas al narcotráfico y el secuestro, sin mando centralizado ni reales objetivos políticos.

Acá también viene a cuento un paralelo histórico, entre varios posibles: el de los bandidos ultramontanos del sur italiano que luchaban contra el ejército del Risorgimento, allá por 1860, en nombre de un mundo feudal-clerical que había desaparecido.

Pablo Díaz de Brito es periodista y analista del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).