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06.08.09

Reivindicación de Graciela Fernández Meijide

El repudio generalizado del establishment de los derechos humanos criollos es un buen indice. Porque indica, precisamente, lo bien encaminada que está Graciela, moralmente hablando y no sólo en el terreno fáctico de los números y la investigación de campo. En suma, lo que ella hace es romper el discurso hegemónico de los DDHH en Argentina.
Por Pablo Díaz de Brito

Reapareció Graciela Fernández Meijide. El asunto es importante y serio, aunque un poco fuera de agenda. Con el país concentrado en el Congreso, las retenciones y el gas, muy pocos le prestamos verdadera atención a la reaparición de Graciela. Yo la vi el lunes 3 de agosto a la noche en el programa de Joaquín Morales Solá y me impresionó su firmeza. Contó que, como en la Secretaría de Derechos Humanos de Eduardo L. Duhalde no le daban el número exacto de desaparecidos comprobados, se tomó el trabajo de contar caso por caso, en base siempre a las fichas online de la Secretaría. Fácil imaginarse la que se le venía, y ella lo sabía. ¿"No son 30 mil? ¿Y cómo lo sabe? ¿Con qué derecho niega la cifra? Etc, etc". "Alarmante", calificó Carlotto, la madre, o sea, la abuela.

Desde el más rancio kirchnerismo a sectores de la Coalición Cívica se le tiraron encima. Total, es gratis. Mientras, insisto, el país está en otra cosa. Pero para mí el debate vale lo mismo. Graciela defendió el prólogo original del Nunca más, y el trabajo hecho con la Conadep. El único serio que se hizo en la Argentina, y que, como ella subrayó, sirvió de modelo en muchos otros países. Es que el repudio generalizado del establishment de los derechos humanos criollos es un buen indice. Porque indica, precisamente, lo bien encaminada que está Graciela, moralmente hablando y no sólo en el terreno fáctico de los números y la investigación de campo. En otro país, pongamos Chile o España, Fernández Meijide sería una prócer nacional. Acá es una especie de marginal de los Derechos Humanos, una inclasificable. La derecha no la puede ni ver, como todo lo que suene a derechos humanos; la izquierda, menos. Le aplica el peor de los calificativos de su estrecho y violento universo ético: traidora. Los menos se apiadan: pobre, se quedó en los 80, en la Conadep y su teoría de los dos demonios. Los piruchos tipo Unión-Pro ni se molestan en criticarla: ¿quién me decís? Aaaaah, ¿era ministra de De la Rúa, no?

Pero ocurre que la "pobre Graciela" es la única figura pública en Argentina que dice las cosas como son o como fueron y que no lo hace desde una posición reaccionaria o sospechable de tal (salvo que uno sea un trosko insanable). Hasta su propuesta de ofrecer rebajas de penas a los milicos para que hablen, tan repudiada, es acertada: eran los tenientes y capitanes los que hacían el trabajo sucio, no los generales. Que hablen, que hasta ahora no lo han hecho, y el tiempo pasa. Es una propuesta de una mujer de 78 años. Ella escribe detalladamente por primera vez sobre su hijo desaparecido a los 17 (hoy tendría ¡50 años!: imagino cómo debe sufrir al hacer este cálculo). En suma, lo que ella hace es romper el discurso hegemónico de los DDHH en Argentina, y desde una posición muy difícil de descalificar. Hace en resumidas cuentas, lo que moralmente siente que debe hacer, aunque quede, políticamente hablando, en perfecta soledad.