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24.07.09

Honduras: las viejas oligarquías no aprenden

Ninguna de las manifiestas ilegalidades sucedidas en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua fue sancionada ni denunciada por el sistema interamericano. Ante esta evidencia, y cuando Zelaya se proponía seguir el mismo camino de sus mentores, los sectores conservadores de Honduras decidieron hacer lo que hicieron: dar un golpe, nada menos.
Por Pablo Díaz de Brito

Honduras sirve como papel de tornasol. Más allá de las aristas grotescas del episodio, deben buscarse las líneas de falla, los movimientos de las placas tectónicas de la historia que se dan bajo la superficie, y que el caso denuncia.

Veamos: por un lado, el bloque del Alba creció estos años a fuerza de ilegalidades, de violaciones sistemáticas del Estado de Derecho. La Constitución de Evo, sancionada en un cuartel de Sucre sin las mayorías necesarias; el llamado a otro referendo por Chávez cuando había perdido el primero, pese a que su propia Constitución lo prohibía; las brutales persecuciones a la prensa y a la oposición que se dan por estos días en Venezuela; las elecciones municipales en Nicaragua, manifiestamente fraudulentas; la complicidad con las Farc, que, ahora se supo, financiaron la campaña de 2006 de Correa.

Podríamos seguir un rato largo. Ninguna de esas ilegalidades manifiestas fue sancionada ni denunciada por el sistema interamericano. Ante esta evidencia, y cuando Zelaya se proponía seguir el mismo camino de sus mentores, los sectores conservadores de Honduras decidieron hacer lo que hicieron: dar un golpe, nada menos. Sirviendo así en bandeja al bloque del Alba el rol de vestales agraviadas del templo de la Constitución y la ley y poniendo a la defensiva a Washington y sus aliados, justo cuando la llegada de Obama había logrado reabrir la relación hemisférica.

En suma, parece que a la ilicitud sistemática de la izquierda populista, las derechas latinoamericanas decidieron decir basta a su viejo modo. Ocurre que ellos también son setentistas. No por casualidad esto sucede en un país tan atrasado como Honduras. Acá viene otro punto clave, el verdadero trasfondo del asunto: la popularidad de los populistas, de su causa y, sobre todo, de su persistencia.

Porque Evo y Chávez pueden ser violadores seriales de la legalidad democrática, sin discusión alguna. Pero reiteradamente logran aludes de votos. Y si en el caso venezolano se puede argumentar que ya no existe posibilidad objetiva alguna de confrontación democrática, por el grado de sometimiento y hegemonía que ha logrado el régimen chavista, está claro que antes de este predominio, como ocurre aún en Bolivia, el régimen ganó elecciones con amplitud y limpieza, una y otra vez. Se dirá que los populistas ganan así, gastando dinero público a raudales con total irreponsabilidad. Es cierto, y es cierto que tarde o temprano el consenso se les viene abajo (ver: https://www.cadal.org/informes/nota.asp?id_nota=2947 ). Leí con alivio este informe de Cadal. Con un sentimiento de "por fin comienza a agotarse el ciclo", ciertamente largo, de los populismos de izquierda.

Pero aunque aún está por verse cómo será esa decadencia, y aún dándola por descontada, los sectores democráticos deben plantearse una discusión seria sobre qué hicieron mal para que haya surgido una enfermedad tan grave y tan persistente. Me parece claro que encerrarse en las propias certezas pro-mercado no alcanza ni sirve. Si volvemos a dar la leccioncita noventista, los populistas la tendrán fácil: vótenlos a ellos, ya van a ver, dirán a las desorientadas masas.

Argentina puede ser un caso aparte, porque acá el consenso de Washington fue realmente popular con Mendez Carlos y porque se venía del trauma hiperinflacionario causado por el agotamiento extremo del modelo estatista peronista-desarrollista. Pero en países como Bolivia, Paraguay, Venezuela, el pasado indica que lo único que recibieron las masas fue miseria y más miseria, más una vaga y jamás cumplida promesa de bienestar. Veamos el caso de Gonzalo Sánchez de Lozada en Bolivia, el de la oligarquía colorada en Paraguay.

Las clases altas latinoamericanas siempre han sido particularmente arrogantes y obtusas, y ahora se está pagando esa prolongada cerrazón. Para que esto no vuelva a ocurrir, los Sánchez de Lozada, los Micheletti, los Alsogaray, deben ser erradicados terminantemente y sustituidos por una clase dirigente moderna, progresista, que entienda que el liberalismo y la democracia de mercado exigen hoy mucho más que esperar el derrame mientras ellos juegan al golf.