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20.12.19

La derecha y el No al proceso constituyente chileno

(El Líbero) Buena parte de los altos personeros de gobierno aparecen ahora interesados en facilitar el avance del proceso constituyente. Pero, como todo converso reciente, caen en el error de subestimar los riesgos y hacer vista ciega a los efectos perversos que implica la incertidumbre de derribar una casa sin tener un plano de la nueva casa que queremos construir.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Si damos validez a las encuestas de opinión que han circulado hasta hoy, una amplia mayoría de los chilenos votará a favor de iniciar un proceso constituyente en el plebiscito del 26 de abril de 2020. Muchos en la derecha sugieren que, dado que el proceso parece inevitable, es mejor subirse a esa ola para tratar de administrar el avance del proceso. Pero ya que el 26 de abril solo se decide si se inicia el proceso, parece mucho más razonable que aquellos que quieren mejorar el país (no hacerlo de nuevo) voten por rechazar el inicio del proceso constituyente. Solo así podrá escucharse fuerte y claro el mensaje de que hay una oposición fuerte a la idea de empezar todo desde una hoja en blanco.

Después de haber ganado la contienda presidencial —no la parlamentaria— de 2017 con un mensaje de más crecimiento para hacer el modelo social de mercado más inclusivo, el gobierno del Presidente Piñera rápidamente perdió la brújula al llegar al poder. En vez de sumar al gabinete a alcaldes de derecha -que, teniendo calle, pudieron implementar las herramientas del modelo de libre mercado y habían ganado elecciones gracias a los buenos resultados-, optó por uno de tecnócratas. No resultó sorpresivo que, al poco andar, se encontrara entre la espada y la pared, liderando una economía sin dinamismo y con altos niveles de desaprobación. Cuando se produjo el estallido social del 18 de octubre, ya era demasiado tarde para reaccionar.

En estos dos meses, el gobierno ha sufrido un trauma. Eso lo lleva a tener sentimientos de culpabilidad, negación y rechazo hacia los otros. A veces, estos sentimientos se mezclan. Como el trauma ha sido prolongado, y como las manifestaciones sociales —pero también la violencia— han forzado al gobierno a abandonar su hoja de ruta y a administrar una serie de reformas a las que siempre se opuso (y que fueron derrotadas en la elección presidencial de 2017), al menos algunos miembros del gobierno ahora parecen haber desarrollado también el síndrome de Estocolmo. En vez de seguir luchando por los valores que, presumiblemente, inspiran a la derecha —la libertad, la ampliación y profundización de mercados competitivos, el fortalecimiento de un estado pequeño pero eficiente en su capacidad regulatoria— hay muchos miembros del gobierno que parecen más interesados en satisfacer las vociferantes demandas de la calle y no en cumplir las promesas a esa mayoría electoral que los votó.

Por eso, buena parte de los altos personeros de gobierno aparecen ahora interesados en facilitar el avance del proceso constituyente. Después de haber criticado el intento de impulsar una nueva constitución durante el mandato de Bachelet y de haber hecho campaña contra la idea misma de ello, esos líderes de derecha se exceden en destacar las bondades del proceso constituyente. Y, como todo converso reciente, también caen en el error de subestimar los riesgos y hacer vista ciega a los efectos perversos que implica la incertidumbre de derribar una casa sin tener un plano de la nueva casa que queremos construir.

En su exitosa biografía, el ex Presidente Bill Clinton recomendaba que los únicos dos buenos motivos para presentarse a una elección eran porque se tenían buenas posibilidades de ganar o buenas razones para perder. Después de haber mantenido por 30 años que la constitución de 1980 —con todas sus modificaciones posteriores— sentó las bases para construir la democracia actual y para convertir a Chile en el país más desarrollado en América Latina y el más exitoso en reducir la pobreza (e incluso ser uno de los pocos en la región que ha logrado reducir la desigualdad), muchos en la derecha de pronto se han convertido en defensores acérrimos de un proceso constituyente. Pero más que convicción, esa conversión repentina evidencia oportunismo. Pensando que proponer reformas a la constitución actual es una batalla perdida, han optado por subirse a la ola.

La decisión no es solo inconsecuente con su postura histórica —y poco creíble ante un electorado que ya duda de la derecha—, sino que además es insensata por varias razones. Primero, porque no hay necesidad de subirse a la ola antes de que exista. Si llega a producirse el proceso, la derecha debiera demostrar disciplina y presentarse unida a la elección de la convención constituyente que se producirá a fines de octubre de 2020. Segundo, porque la forma en que llegamos a este punto legitima el uso de la violencia para avanzar una agenda política —o al menos, menosprecia la importancia de las elecciones como instancias para decidir la hoja de ruta. Tercero, y más importante, porque en abril la derecha puede plantar la bandera de la sensatez y llamar a votar que no a la hoja en blanco. Después de todo, al menos a partir de lo que ha dicho la derecha estos 30 años, la constitución es una casa que necesita mejoras permanentes, pero no ser derribada para empezar a construir otra desde cero.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)