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01.11.19

No hay que cambiar el modelo

(El Líbero) El descontento ciudadano reflejado en las marchas deja en claro que hay que avanzar mucho más rápido y decididamente en crecimiento y reducción de desigualdad. Pero el desafío no es cambiar la hoja de ruta que ha permitido que en Chile hoy las protestas reflejen demandas de una clase media emergente (y todavía vulnerable) y ya no sean, como antes, la frustración producto de la pobreza.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Por más rabia o frustración que tenga la gente que está protestando en las calles, no podemos aceptar que el debate sobre el país que tenemos y el que queremos tener se transforme en una ensalada de slogans y afirmaciones falsas dadas por ciertas. El modelo chileno tiene mucho espacio para mejorar —y la desigualdad que persiste representa un obstáculo para nuestro propio desarrollo y un incumplimiento de la promesa de igualdad de oportunidades sobre la que se legitima el modelo capitalista. Pero es falso sostener que hay mejores modelos alternativos de desarrollo y que hoy Chile está peor que antes o que somos el país más desigual del mundo. En tanto siga habiendo líderes políticos que argumenten que el modelo fracasó, que Chile es hoy más desigual que antes o que la calidad de vida de los chilenos no ha mejorado sustancialmente desde el retorno de la democracia, aquellos que de verdad están interesados en tener un país mejor deben insistir en argumentar, con los datos sobre la mesa, que Chile hoy está mejor que nunca en su historia moderna.

Aprovechando que el debate político que impulsó Trump desde Estados Unidos se basa en la idea de retornar a un mítico pasado —el paraíso perdido del Make America Great Again—, corresponde insistir en Chile en la pregunta sobre cuál ha sido la mejor época del país. Si bien algunos nostálgicos mencionarán el Chile pre 1973, la evidencia es más que concluyente respecto a los altos niveles de pobreza, la marginación social en la que vivía una amplia mayoría de los chilenos y la falta de oportunidades que reinaba. Si las cosas hubieran estado tan bien, entonces nadie hubiera querido reformarlo profundamente. Pero, comprensiblemente, en esos años la izquierda quería cambios radicales que se materializaron en la fracasada vía chilena al socialismo.

Hoy la realidad de Chile es mucho más auspiciosa. De hecho, ninguno de los críticos del modelo social de mercado se atreve a explicitar un modelo alternativo de desarrollo. Cuando se ven obligados a explicitar cuáles son los países a los que aspiran que Chile se parezca —más allá de la respuesta infantil de decir que vamos a superar el capitalismo, sin explicitar qué modelo vamos a adoptar—, los críticos apuntan a países altamente desarrollados del norte de Europa que tienen un generoso estado de bienestar y, por cierto, son capitalistas. Nadie señala a la Argentina de los Kirchner, al Ecuador de Rafael Correa, la Cuba de los Castro o la Venezuela de Chávez/Maduro. Para los chilenos, la tierra prometida es que Chile sea como Suecia.

Como la capacidad de otorgar derechos y subsidios depende tanto de la distribución como del nivel de desarrollo, la discusión debiera centrarse entonces no en el modelo al que aspiramos —ahí el debate está zanjado a favor de mantener el modelo social de mercado— sino sobre cómo vamos a crecer más y como vamos a distribuir mejor. La izquierda se centra mucho más en la distribución que en el crecimiento. Después de todo, es mucho más fácil intentar distribuir que saber crecer. Es cierto que muchas veces en el anhelo de distribuir rápido, podemos terminar matando la gallina de los huevos de oro. Pero sea como fuere, el punto central es que, por más que los nostálgicos del pasado o los idealistas infantiles hablen de terminar con el modelo, la calle está pidiendo a gritos que el modelo funcione mejor —tanto en su capacidad de distribuir como en su capacidad de hacer que la torta sea más grande para todos.

Aunque es evidente que la pobreza en Chile ha disminuido sustancialmente —lo que de por sí debiera ser suficiente para debilitar el slogan de que la gente lleva 30 años esperando ver los beneficios del modelo— los datos también muestran, de forma clara e incuestionable, que la desigualdad va a la baja. Es verdad que ha bajado solo marginalmente. Pero en un contexto de rápido crecimiento económico, y en un mundo donde la desigualdad ha tendido a aumentar, en Chile hemos logrado avances sustanciales en reducirla. El que haya líderes que impunemente repiten hasta el cansancio el slogan de que somos el país más desigual del mundo y que la desigualdad ha aumentado refleja no solo la mala fe de esas personas, sino también evidencia la falta de paciencia, coraje y/o convicción de aquellos que sabemos que Chile es un mucho mejor país.

El descontento ciudadano reflejado en las marchas deja en claro que hay que avanzar mucho más rápido y más decididamente en crecimiento y reducción de desigualdad. Pero el desafío es lograr avanzar más rápido, no cambiar la hoja de ruta que ha permitido que, en Chile, hoy, las protestas reflejen demandas de una clase media emergente (y todavía vulnerable) y ya no sean, como antes, la frustración producto de la pobreza. Porque estamos a las puertas de la tierra prometida, es momento de abrirlas. Los chilenos no quieren otra tierra prometida, quieren entrar a esta. En eso, para que vaya quedando claro, las demandas confirman el éxito del modelo.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)