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23.10.19

¿Qué pasó y qué viene ahora en Chile?

No hay una respuesta simple, aunque muchas de las razones detrás de la explosión social tienen que ver con la frustración causada por la ausencia de un proyecto social que fuera más allá del simple crecimiento económico y que corrigiera las tensiones e injusticias que se fueron acumulando. Como han mencionado políticos de distintas posiciones políticas, Chile sigue funcionando bajo un sistema creado para un país que estaba dividido entre ricos y pobres y que resulta disfuncional para el país de clase media en que se ha convertido.
Por Raúl Ferro

Chile pasó un fin de semana en llamas. La subida de la tarifa del metro llevó a los estudiantes secundarios a encabezar un movimiento de evasión al metro que provocó una estrategia represiva de parte de las autoridades que no hizo más que escalar el conflicto hasta el colapso de la red, el viernes 18 de octubre, que desencadenó una ola de malestar social que se generalizó en los días siguientes y que se tradujo no solo en simples protestas, sino también en saqueos e incendios. La infraestructura del metro de Santiago fue gravemente afectada, con más de 70 estaciones total o parcialmente destruidas. Se ignora cuánto tiempo tomará restaurarla totalmente. Pueden ser meses o años.

Esta explosión social –que desde la capital se extendió a casi todas las ciudades del país-- tomó a todo el mundo por sorpresa. A tres semanas de la Cumbre de la APEC –cita a la que estaban confirmados entre otros el presidente de EE. UU., Donald Trump; el presidente ruso, Vladimir Putin, y el presidente chino Xi Jinping—y menos de dos meses de la cumbre global sobre cambio climático COP 25, distintos puntos de Santiago se convirtieron en campos de batalla.

¿Qué pasó con el país que era visto como el más ordenado institucionalmente y el más exitoso de la región en términos de desarrollo económico?

No hay una respuesta simple, aunque muchas de las razones detrás de la explosión social tienen que ver con la frustración causada por la ausencia de un proyecto social que fuera más allá del simple crecimiento económico y que corrigiera las tensiones e injusticias que se fueron acumulando. Como han mencionado políticos de distintas posiciones políticas, Chile sigue funcionando bajo un sistema creado para un país que estaba dividido entre ricos y pobres y que resulta disfuncional para el país de clase media en que se ha convertido.

Hace más de 15 años, el ex presidente del gobierno español, Felipe González, reflexionaba, a propósito del éxito económico de Chile, de su propia experiencia en España: con el crecimiento del PIB per cápita, llegaba un momento en que la administración de expectativas de la ciudadanía se convierte en un problema complejo y delicado.

Chile parece no haber estado a la altura de ese desafío. Parte de la clase dirigente del país se quedó estancada en una engañosa zona de autocomplacencia y crecientemente desconectados de las ansiedades acumuladas en la ciudadanía, gestadas por temas que van desde la falta de acceso a servicios básicos como salud y educación de calidad al problema de un modelo de pensiones con graves limitaciones, que amenaza con el fantasma de la precariedad a una población en rápido proceso de envejecimiento, por mencionar unos pocos.

El gobierno, que ha sido torpe, por decir lo menos, en el manejo comunicacional de estos temas, no ha sido capaz de elaborar propuestas políticas para atender las preocupaciones de la gente. Su propuesta ha sido básicamente apostar al crecimiento económico. Una apuesta que no solo es insuficiente, sino que ha incluido una propuesta de reforma tributaria para reactivar la inversión que es percibida por la opinión pública como una rebaja de impuestos para los más ricos y alimenta la sensación de creciente desigualdad. Esta reforma ha quedado muerta tras las protestas de los últimos días.

La oposición, con mayoría parlamentaria pero confundida y dividida, tampoco ha estado a la altura de las circunstancias. Ha seguido una estrategia polarizadora y de crítica cerrada a las iniciativas del gobierno sin proponer alternativas serias y realistas.

Chile está enfrentando un momento crítico en su camino hacia una todavía lejana sociedad desarrollada. Tras los conflictos de octubre, los riesgos de una polarización se han instalado. El gobierno necesita recuperar el control político y para ello tendrá que renunciar a su visión excesivamente tecnocrática. La oposición también tendrá que poner de su parte y evitar la tentación de hacer leña con el árbol caído para forzar la imposición de soluciones demagógicas que pueden destruir parte de lo construido por ellos mismos desde el regreso a la democracia.

Una nota aparte respecto a la violencia excesiva vivida los últimos días. Esta responde a causas complejas. Una de ellas es una nueva generación de jóvenes que, como apunta el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, están huérfanos de orientación ideológica y, por tanto, sujetos a que la intensidad de sus creencias acerca de la injusticia del mundo valide cualquier conducta.

Abordar esta realidad con teorías conspirativas o con referencias a un estado de guerra, como el propio presidente Sebastián Piñera llegó a apuntar en un criticado mensaje al país, es tapar el sol con un dedo y causa más división en un momento en que se necesitan con urgencia gestos conciliadores.

El modelo de desarrollo chileno tiene muchas virtudes, pero necesita correcciones. Un poco menos de tecnocracia, mayor empatía y bastante más de visión de estado puede ser un buen principio.