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18.10.19

Avergonzarse por ser de derecha

(El Líbero) Al menos en Chile en los últimos 15 años, los gobiernos de derecha han producido mejores resultados que los de izquierda. Es hora de que comience a mostrarse orgullosa de los valores que defiende.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Si la derecha no comienza a demostrar orgullo por los valores que históricamente ha defendido —y que han sido mayoría en dos de las tres últimas elecciones presidenciales— difícilmente la coalición Chile Vamos podrá mantenerse en el poder después de marzo de 2022. Porque, al menos en Chile, en los últimos 15 años los gobiernos de derecha han producido mejores resultados que los de izquierda, es hora de que comience a mostrarse orgullosa de los valores que defiende y la forma en que ha liderado al país.

Cada vez que alguien de izquierda se queda sin argumentos para criticar al gobierno de Sebastián Piñera, aparece el comodín del apoyo que dio mayoritariamente la derecha chilena a la dictadura. Aunque ésta terminó hace 30 años, ese sector sigue aferrándose al plebiscito de 1988 como herramienta para afirmar una superioridad moral. De poco sirve que la mayoría de los chilenos no tenía edad para votar en el plebiscito o que buena parte de ella reniegue hoy de la alternativa política que logró construir una abrumadora mayoría electoral en los 90.

Pero el tiempo es implacable, y los recuerdos de la dictadura cada vez tienen menos peso en las decisiones del electorado. De ahí que la izquierda ahora esté comenzando a usar la estrategia de la superioridad moral con argumentos distintos, como que mientras ella aspira a la justicia social y a los derechos universales, la derecha defiende el neoliberalismo y el individualismo. La simpleza de ese burdo argumento debiera ser suficiente para hacerlo electoralmente ineficaz. Pero ya que la derecha muchas veces parece aceptar que la izquierda tiene el monopolio de las demandas de justicia social, el mensaje de la izquierda produce réditos electorales.

La evidencia es concluyente respecto a que el monopolio de la justicia social no está en ningún sector político. Es más, muchas veces, las políticas que promueve la izquierda producen más pobreza y más desigualdad.  Desde la gratuidad en la educación superior hasta las demandas por un sistema de pensiones basado en el reparto, varias de sus propuestas confirman que el camino al infierno está plagado de buenas intenciones. Ya sea porque las principales desigualdades en el acceso a la educación están en la educación prescolar y básica —y, por lo tanto, concentrar la mayor parte del gasto adicional en la educación superior solo perpetúa las desigualdades que ya existen— o porque los sistemas de reparto tienden a favorecer a las personas con más esperanza de vida— que en general pertenecen más a los estratos altos que a los estratos bajos—, la izquierda a menudo propone soluciones que solo empeoran los problemas que ese sector dice querer aliviar.

Por cierto, la derecha también muchas veces propone soluciones que van en contra de los principios que dice defender. Muchas veces, aunque dice querer defender a los mercados, termina promoviendo políticas que ayudan al empresariado y que cohíben la libre competencia. Aunque dice promover la libertad, muchas veces se obsesiona con obligar a la gente a que se amolde a determinadas formas de vida y determinados valores religiosos. Pero como hay evidencia de inconsecuencia en ambos lados del espectro político, no hay razón para que la derecha acepte tácitamente que la izquierda tiene superioridad moral y que ese sector posee el monopolio de la defensa de la justicia social.

Con un modelo de libre mercado con énfasis en la inclusión social y la reducción de la pobreza, Chile ha logrado convertirse en el país más desarrollado de América Latina en los últimos treinta años. La desigualdad en Chile es alta, pero nunca fue más baja de lo que es ahora. Es más, si en los últimos quince años el país hubiera puesto un mayor acento en promover el crecimiento, la desigualdad sería aún menor.

La derecha a veces parece no darse cuenta —y ciertamente no sentirse orgullosa— de que la sociedad comparte sus valores de libre mercado, competencia y propiedad privada. Incluso en el actual debate sobre la reforma de pensiones, la izquierda ha pasado de promover la idea de un modelo de reparto a defender la tesis de que los fondos de pensiones son de propiedad individual. Cuando la izquierda defiende la propiedad privada de los dineros de las AFP, la derecha no debiera sentir que el modelo está bajo amenaza. Al contrario, no hay mejor antídoto para la tentación del populismo en política de pensiones que la convicción de que tenemos un sistema de ahorro individual y que cada persona es dueña del dinero acumulado —así, nadie jamás logrará pasar a un sistema de reparto juntando todos los dineros en un pozo común para repartir entre los pensionados.

La política es un campo en que se disputan el poder distintas concepciones de sociedad. En un país donde el modelo neoliberal ha producido notables resultados —nunca Chile estuvo mejor de lo que está hoy— la derecha chilena no debiera sentirse avergonzada del exitoso país que ha ayudado a construir.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)