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25.10.18

Las clases medias como enigma

(El Observador) Difícil resulta responder la pregunta de cómo reaccionarán las clases medias luego de tres mandatos consecutivos del FA. Hace cien años el batllismo pagó caro su afán reformista, su estilo jacobino y su vocación de vanguardia moral. Su derrota en la elección de convencionales del 30 de julio de 1916 fue interpretada, en la época, como una señal de «alto» a las reformas. Vale la pena tener presente la simetría.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Hace unos días, explicando las razones del gran signo de interrogación que planea sobre el próximo ciclo electoral, argumenté que el Frente Amplio tiene dos desafíos serios: corre el riesgo de perder votos de centro y apoyos en el interior. A esos dos enigmas quisiera, hoy, agregar otro al que los politólogos uruguayos solemos prestar menos atención de la debida: el del comportamiento electoral de las clases medias. 
Antes de ir al grano permítanme decir dos palabras sobre las razones de cierto desinterés en los enfoques “clasistas” por parte de la politología vernácula. La primera razón de este sesgo tiene que ver con la dinámica teórica y metodológica de la ciencia política en el mundo durante las últimas décadas del siglo XX. El individualismo metodológico y la lógica del cálculo electoral, propios de la economía, reemplazaron el énfasis en los grupos sociales y sus intereses, característicos de la sociología.

La segunda razón tiene que ver con la evolución doméstica. Los politólogos uruguayos, buscando legitimar la nueva disciplina, nos hemos esforzado por demostrar que la política es un objeto de estudio con grados significativos de autonomía respecto a los procesos económicos y sociales. Nos alejamos, de este modo, de los enfoques “economicistas” y sociocéntricos.

Poco a poco, y en buena medida gracias a la evidencia aportada por la política regional, estamos volviendo a interesarnos en la sociología política. Durante la década del boom de los commodities, las izquierdas gobernantes favorecieron el desarrollo de las clases medias. Éstas, a su vez, recompensaron electoralmente a las izquierdas. En efecto, una de las razones del ciclo de predominio político de las izquierdas en la región es que, gracias a la combinación de crecimiento económico con políticas sociales y normas laborales que protegieron a los trabajadores, lograron atacar la pobreza y atender demandas redistributivas postergadas. De este modo, en países tan distintos como Brasil y Uruguay, para citar apenas dos ejemplos, las clases medias volvieron a crecer. 

Ningún apoyo electoral dura para siempre. El romance entre clases medias e izquierdas gobernantes no fue la excepción. El caso de Brasil ofrece, en este sentido, algunas pistas analíticas de interés. La centralidad que adquirió, en los últimos dos años, el problema de la corrupción no debería hacernos perder de vista que el principio del fin de la hegemonía del PT fue, precisamente, la llamada “rebelión de las clases medias”. Todos recordamos las manifestaciones masivas durante los meses previos al campeonato Mundial de Fútbol. Las protestas, en ese momento, tenían que ver esencialmente con la baja calidad de los servicios públicos (como transporte, educación y salud). No hubo dos opiniones. Los analistas concordaron en que la frustración de las expectativas de las clases medias estaba en la base de los masivos movimientos de protesta.

No han estallado entre nosotros protestas urbanas como las de Brasil. Sin embargo, también en Uruguay, a su manera, es posible advertir señales de frustración y fastidio en las clases medias. La economía ya no genera empleo: lo destruye. Los jóvenes que no tuvieron la fortuna de acceder a una formación de excelencia tienen crecientes dificultades para conseguir trabajo. La baja calidad de algunos servicios públicos, como la educación liceal, obliga a las familias a migrar hacia la oferta privada haciendo un esfuerzo económico adicional. La combinación de tarifas e impuestos altos frustra las expectativas de ahorro y progreso personal. El incremento del tamaño y de la influencia de las organizaciones sindicales exaspera a quienes carecen de este resguardo. La inseguridad, desde luego, pone su cuota parte en el clima de malhumor.

A la hora de intentar anticipar el comportamiento electoral de las clases medias en relación al FA, a los amenazas de orden material que acabo de repasar, hay que agregar el efecto de algunas políticas de alto impacto de la agenda post-materialista. Cuando se pase raya se dirá que ni el Fonasa ni el IRPF, ni el plan Ceibla ni la instalación de la ANII, fueron los cambios más relevantes de toda la era progresista. Lo que realmente sacudió la estantería levantando polvareda fue la “revolución de los derechos”. El fuerte incremento del poder político de las mujeres manifestado, entre otras decisiones, en la ley de interrupción voluntaria del embarazo, la consagración del matrimonio igualitario y el combate frontal a toda forma de discriminación (la “Ley Especial para Personas Trans”, aprobada la semana pasada, es la última perla de este collar), entre otras medidas de similar inspiración, despiertan simpatía y generan apoyo en una parte de la sociedad. Sin embargo, al mismo tiempo, generan fuerte rechazo en otra. 

Con Danilo Astori batiéndose en retirada, no es posible anticipar si, entre Daniel Martínez y Mario Bergara lograrán contener la eventual emigración de votantes centristas. Tampoco sabemos si, dado el nuevo contexto económico y social (caída de la producción y del empleo, crecimiento de la “sensación de inseguridad”), el partido de gobierno logrará evitar la fuga de sus nuevos votantes del interior. Más difícil resulta todavía responder rápidamente la pregunta de cómo reaccionarán las clases medias luego de tres mandatos consecutivos del FA. Hace cien años el batllismo pagó caro su afán reformista, su estilo jacobino y su vocación de vanguardia moral. Su derrota en la elección de convencionales del 30 de julio de 1916 fue interpretada, en la época, como una señal de “alto” a las reformas. Vale la pena tener presente la simetría. 

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)