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05.09.18

El Museo Nacional, la casa de muchos argentinos

(La Nación) No se quemó un Museo brasilero. Las llamas nos arrebataron un templo de la cultura, un lugar sagrado para la memoria y la identidad de Brasil, un espacio de encuentro afectivo e intelectual para miles de personas. Y allí van, parte del aire.
Por Nicolás José Isola

(La Nación)  SAN PABLO. La desidia carboniza la cultura. El Museo Nacional es la institución científica más antigua de Brasil. Sería muy difícil encontrar otra institución brasilera que signifique tanto para tantos argentinos. Este año, ironías del destino, conmemoraba doscientos años. Fue un cumpleaños trágico.

La situación económica del Museo era precaria. En los noventa, se había inundado y en enero de 2015 había tenido que ser cerrado por falta de dinero. Las autoridades expresaban "impotencia delante de la total insensibilidad de la política". Esa insensibilidad nos abofeteó groseramente este domingo.

El Museo no contaba con un sistema contra incendios. Actualmente, se estaba intentando revalorizar este espacio cultural que hoy prácticamente no existe más: arte, historia y ciencia asados. Lo escribo. No lo creo.

En 2015, el profesor Luiz Fernando Dias Duarte, coordinador de las actividades por los doscientos años y hoy Director Adjunto del Programa de Postgrado en Antropología Social del Museo Nacional, de la Universidad Federal de Río de Janeiro (PPGAS-MN/UFRJ), expresó que luchaban para que esa conmemoración, en 2018, no fuera dramática y triste. Se quedó corto. Fue apocalíptica.

Cuando el domingo, el periodista de O'Globo le preguntó que sentía, Dias Duarte fue sintético: "una profunda rabia". No era para menos.

Hay responsables políticos de estas llamas. Indoloros, ellos supieron darle la espalda a uno de los mayores emblemas nacionales de su país, desfinanciándolo hasta la pauperización. La política sabe muy bien como matar de inanición a la cultura y a la ciencia. Hay que tener cuidado con estos sicarios: la desnutrición cultural es un proceso lento, imperceptible, pero mortal.

Desde los años setenta hasta hoy, el Museo Nacional tuvo estrechos lazos con los científicos sociales argentinos. A fines de los años ochenta, la Argentina contaba con escasos postgrados y una carrera científica muy precaria. En esos tiempos, decenas de antropólogos argentinos hicieron su maestría y doctorado en el PPGAS-MN/UFRJ. Tenían beca del Estado brasilero, algo en aquel tiempo impensable en nuestro país: que estudiar fuera remunerado. Brasil los acogía.

En esas aulas, con profesores de un calibre intelectual de primer nivel mundial, los estudiantes argentinos pudieron experimentar un cambio substancial en la manera en que comprendían los fenómenos sociales. Formarse en el Museo Nacional era la oportunidad de insertarse en una conversación intelectual internacionalizada que excedía en mucho a la especificidad brasilera. El Museo era una prestigiosa plataforma de despegue.

Luego de esa circulación profesionalizante, esos argentinos tuvieron un rol destacado en los procesos de institucionalización de los postgrados en Antropología Social de nuestro país.

Entrevistando a decenas de ellos, pude ver en sus rostros un profundo agradecimiento por haber sido recibidos en ese espacio. Era recurrente que ante la pregunta "¿qué te dio el Museo Nacional?", contestaran, sonriendo: "todo".

Hay que haber recorrido la bellísima Quinta da Boa Vista para comprender el dolor que tuvimos en el pecho quienes observábamos arder ese palacio. La impotencia inexplicable de ver hecha cenizas la cultura majestuosa.

En la noche del domingo, el fuego cenó recursos no renovables: colecciones etnográficas; bibliotecas; momias egipcias; estatuas de la Antigua Grecia; piezas de la civilización etrusca; el esqueleto del mayor dinosaurio encontrado en Brasil; el cráneo de Luzia, el más antiguo de América, con más de 12.000 años de antigüedad; y podríamos seguir.

Mientras la televisión mostraba ese fuego fílmico devorador, perplejo sentía que esa letra escrita por Vinícius de Moraes e inmortalizada por Tom Jobim era dolorosamente profética: tristeza não tem fim, felicidade sim.

No se quemó un Museo brasilero. Las llamas nos arrebataron un templo de la cultura, un lugar sagrado para la memoria y la identidad de Brasil, un espacio de encuentro afectivo e intelectual para miles de personas. Y allí van, parte del aire.

Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina)