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17.08.18

Néstor Kirchner va perdiendo el bronce

(TN) Una ola de repudio a la figura y de rediscusión de la memoria del fundador del kirchnerismo se extiende por el país y fuera de él. Los kirchneristas la sufren, la rechazan. Pero si fueran de verdad fieles a la tradición revisionista, deberían no solo entenderla sino darle la bienvenida: finalmente, revisar y repensar los hechos históricos es el corazón de esa tradición que dicen abrazar, y que se ha pervertido cada vez que dejó de revisar y se dedicó a consagrar nuevas ortodoxias.
Por Marcos Novaro

(TN) La ola comenzó, curiosamente, fuera del país, en Ecuador: su parlamento, apenas estalló el escándalo de los cuadernos de las coimas, decidió por amplia mayoría sacar la estatua del expresidente argentino de la entrada del edificio de la UNASUR que se levanta en su capital. Fue para ellos la gota que derramó el vaso y también una buena excusa para resolver una querella doméstica: hace tiempo que vienen tratando de alejarse del populismo radicalizado, neutralizando la influencia remanente de esa corriente política en su país, y hacerlo a través de la demolición de la memoria de Kirchner resultó seguramente muy tentador y económico. Finalmente, la única figura histórica argentina casi universalmente presente en las capitales latinoamericanas es San Martín.

En las últimas semanas, la ola se extendió en varias provincias y también en Buenos Aires. Los concejales de San Rafael, en Mendoza, votaron sacarle el nombre de Kirchner a su terminal de ómnibus. ¿Una disputa de pueblo chico, sin trascendencia? Lo más interesante del caso fueron los argumentos que usaron, de corte historiográfico y apuntados al corazón del problema de la memoria y su relación con la lucha política: criticaron el apuro con que se había honrado a un político cuyo desempeño en el poder aún era poco evaluado, en muchos aspectos incluso desconocido. Ese apuro fue lo que condenó al kirchnerismo. Porque reveló el carácter efímero que los propios kirchneristas reconocían tenía hasta entonces su paso por el poder. Sólo que en vez de acomodarse a él se desesperaban por burlarlo. Mala idea.

Algo similar está planteándose ahora en la rediscusión del caso del Centro Cultural Kirchner, también apresuradamente planteado por algunos antikirchneristas fanáticos a fines de 2015, pero que ahora es posible resolver con más calma y mejores criterios. Porque de lo que se trata no es de hacer lo mismo que el kirchnerismo pero al revés, sino de hacer mejor las cosas.

No se trata de combatir una, muchas o pocas memorias, sino de encontrar la forma de compartir alguna. Y eso requiere de instrumentos distintos a los que estamos habituados a usar, como ser la exaltación y la defenestración.

Claro que, en cualquier caso, háganse las cosas bien o mal, los kirchneristas van a sentirse defenestrados. Pero eso, por su propio error: porque se expusieron a una caída desde muy alto. Y como se sabe, el dolor de ya no ser es más profundo que el de no haber sido nunca.

Se entiende entonces que la devaluación de la memoria histórica de Kirchner, que ingresó en una fase aguda con el escándalo de los cuadernos, esté afectando en su amor propio y su sentido de la realidad a sus herederos y los sacerdotes del culto. Y que luchen denodadamente contra esa realidad, pese a que los instrumentos con que cuentan para moldear una paralela y desconectada de la enorme masa de evidencias sobre el saqueo, sean cada vez más precarios.

Esperan de todos modos que la falta de pruebas físicas más contundentes, que no aparezcan nunca las bóvedas repletas ni los depósitos u otros bienes millonarios en el exterior, los pueda salvar de la ignominia e indignidad más completas. O los salve de una condena social lapidaria un mayor deterioro económico en el país, por el que bregan con más desesperación que nunca. O que la fe inquebrantable de ese núcleo duro de gente que pase lo que pase va a seguir creyendo que lo mejor que les pasó en la vida fue Néstor y Cristina siga aguantando en la tormenta.

Y puede que al menos alguna de esas esperanzas no se frustre. Pero igual ya no les va a alcanzar para sostener las altísimas expectativas de perduración y legitimidad que ellos mismos se habían impuesto.

Una operación que se montó el mismo día de su muerte y no descansó ni se detuvo ante nada desde entonces. En la que se invirtieron enorme cantidad de recursos del Estado. Participaron miles de representantes políticos y funcionarios. Y muchos miles más de militantes que usaron todos los instrumentos a su alcance: un aula, un medio de comunicación, cualquier política pública, para cultivar el culto al héroe. ¿Y todo para qué? ¿Para volverlo “indiscutible”?

Si hubieran sido más modestos, y aceptado que como cualquier otro presidente hizo cosas buenas y cosas malas, tal vez la caída no hubiera sido tan dolorosa y no hubiera tenido los efectos alienantes que está teniendo en su propio ánimo. Pero pedirle al kirchenrismo que evitara los riesgos de la desmesura es, ya se sabe, como pedirle peras al olmo.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)