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13.07.18

Macri impone su explicación de la crisis: realismo fiscalista

(TN) Alrededor de dos tercios de la población cree lo que el gobierno dice sobre las razones de la corrida cambiaria y financiera: que el Estado gasta demasiado y mal. Sin embargo, solo un tercio confía en que él resuelva el problema.
Por Marcos Novaro

(TN) De todos modos, la confianza en la oposición es aún menor. Mientras esto siga así, no hay programa alternativo ni “shock de consumo” que valga y el macrismo tiene chances de salir airoso del segundo valle de lágrimas de su gestión. O dicho más precisamente: si no lo logra será por sus propios déficits, no porque la “resistencia social” o la oposición se lo impidieron.

Lo han destacado ya numerosos análisis, la crisis de confianza que se desató a raíz de la escalada del dólar ha sido sorprendente no solo por su velocidad y profundidad, sino por su exhaustividad: la sociedad desconfía de todos sus dirigentes, nadie se salva. De hecho, hoy por hoy, no hay ninguna figura política que tenga más imagen positiva que negativa, cosa que no pasaba desde 2002.

¿Quiere decir esto que la opinión pública no discrimina y está a las puertas de otro “que se vayan todos”? No tanto. Para empezar, porque la sensación general es que nos asomamos al abismo, no que caímos en él. Por tanto, de lo que se trata es de caminar en la dirección correcta, para alejarse del peligro. Y al respecto, el Gobierno corre en principio con cierta ventaja, porque las elecciones están lejos y por tanto dependemos de que él acierte. Si no lo hace, ya habrá oportunidad de cambiarlo. Pero en el ínterin, la percepción de amenaza, de que podemos perder mucho más si no se le encuentra la vuelta al despiole económico reinante, es suficiente para que se le mantenga un mínimo crédito.

Esto es lo que explica que aunque Macri y sus colaboradores han caído en la estima del público desde diciembre a esta parte, a partir de mayo, justo cuando el deterioro económico se aceleró, él al menos se mantuvo más o menos estable.

Y probablemente, también ayude a entender que sus argumentos sobre los motivos del descalabro cambiario y financiero hayan sido de momento aceptados por la mayoría de la opinión: según una reciente encuesta que Opinaia realizó en todo el país, el 67% de los encuestados comparte la idea de que “el gasto del Estado es insostenible” y el acuerdo sube al 81% cuando se los consulta si la presión impositiva es alta.

Claro que la oposición aporta su buena cuota de involuntaria colaboración para que esto sea así. Sus críticas al acuerdo con el FMI no han hecho demasiada mella: 46% opina que ese recurso da “previsibilidad al programa económico”. Y algo similar sucede con las objeciones al ajuste de tarifas: 45% comparte la idea de que fue “necesario para la sustentabilidad económica”.

Parte del problema que enfrenta la oposición es ideológico: el discurso populista y antiimperialista parece haber hartado a buena parte de la sociedad hasta tal punto, que ni siquiera la crisis alcanzó para rehabilitarlo. A lo que se suma una objeción más puntual a la lógica con que se comporta el peronismo: otra encuesta de los últimos días, de la empresa Taquion en este caso, revela que una porción mayoritaria de la opinión estima que lo único que le interesa a los opositores es volver al poder: solo el 21,4% de los entrevistados cree que “les preocupa el futuro de los argentinos” (el gobierno sale un poco mejor parado, aunque no tanto: 33,5% cree que ese es su interés).

Se suele decir que el problema que enfrenta el gobierno, más allá de su persistente ventaja frente a la oposición, es que se han derrumbado las expectativas sobre el futuro que lo venían acompañando hasta principios de este año, cosa que confirman absolutamente todas las encuestas. Aunque eso es solo en parte un problema.

Lo es en el sentido de que tanto en 2015 como en 2017 fue entre los optimistas que cosechó la mayor parte de sus votos. Pero dado que lo que tiene ahora para ofrecer es mucho menos de lo que prometió en esas ocasiones, se entiende que el ajuste de expectativas sea para él tan esencial como domeñar al dólar.

Y ese ajuste de expectativas parece haber sido extraordinariamente veloz, casi automático: a diferencia de otras épocas en que había que tocar fondo para que se asumiera la necesidad de un cambio de rumbo y se aceptaran costos mayores a los esperados, en esta oportunidad bastó con un buen susto, las promesas de inflación a la baja y crecimiento al alza se dejaron caer y el realismo fiscalista se impuso.

Sin un nuevo argumento que nos conecte con un futuro deseable, que no se va a dejar evocar solo con el descarnado guarismo declinante del déficit fiscal, va a ser difícil ganar elecciones. Pero el Gobierno tiene tiempo para reconstruir su promesa. Y mientras tanto sigue compitiendo consigo mismo.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)