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07.03.18

Una carta que abraza al Papa, por el aborto y sus errores políticos

(TN) El gesto parece ser muy razonable y oportuno, pero ¿será eficaz? La pregunta no interpela tanto a los firmantes como al propio Francisco. ¿No ha quedado acaso en una posición cada vez más incómoda por no haber viajado a su país en estos años, y esa posición no ha empeorado acaso ahora que la sociedad y la política argentina se internan en un debate profundo sobre la cuestión que menos quisiera él que se discuta?
Por Marcos Novaro

(TN) Indiferentes a la grieta, un conjunto de políticos argentinos de muy distintas banderías firmaron una carta de celebración y apoyo por los cinco años de papado de Francisco que se acaban de cumplir. La misiva expresa admiración por su tarea en varios temas que han absorbido la atención de Francisco en estos años, habla también de la larga espera para que visite el país “que se producirá cuando sientas que es el mejor momento”, pero no hace alusión, claro, al tema que subyace a todas las discusiones de estos días sobre la relación entre la sociedad, el Estado y la Iglesia católica: la despenalización del aborto, respecto a la cual los firmantes tienen muy distintas posturas, y evidentemente es el motivo de que hayan decidido enviar este abrazo simbólico al Papa.

El gesto parece ser muy razonable y oportuno, pero ¿será eficaz? La pregunta no interpela tanto a los firmantes como al propio Francisco. ¿No ha quedado acaso en una posición cada vez más incómoda por no haber viajado a su país en estos años, y esa posición no ha empeorado acaso ahora que la sociedad y la política argentina se internan en un debate profundo sobre la cuestión que menos quisiera él que se discuta? ¿No revela esta situación que un “Papa político” como él ha cometido ya unos cuantos errores políticos?

El sambenito se lo cargaron sus propios admiradores, así que no hay que descartar que a él mismo le agrade. Algunos que lo aprecian y quieren matizar dicen que “además de político es pastor”, así que no habría que reducir su papado a las intervenciones mundanas. Pero por cierto que estas abundan: casi no hay tema del que no haya opinado, en el que no esté interviniendo en forma polémica, economía, migraciones, conflictos armados, protección del medio ambiente, etc.

Puede que por eso de que “quien mucho abarca poco aprieta” Francisco ha enfrentado obstáculos serios para ser eficaz con sus intervenciones. Y lo más curioso es que estos obstáculos se concentran en América Latina, la región del mundo que se supone conoce mejor, y giran en torno a conflictos eminentemente políticos, frente a los que se manejó con una llamativa falta de cintura. El resultado ha sido en más de una ocasión que una Iglesia ya desde antes dividida se dividió aún más. Veamos los casos más llamativos.

El que se lleva las palmas es, claro, Venezuela. La apuesta por moderar a los chavistas resultó del todo inconducente. Maduro y su banda de gangsters populistas le tomaron el pelo a él y a sus emisarios durante años, mientras ganaban tiempo para sobrellevar la crisis económica, se procesaba la represión a las protestas y el ajuste social vía emigración y empobrecimiento. Y ahora, una vez quebrada la resistencia opositora, esa a la que el Papa despreció por años por considerarla expresión de los ricos y liberales, ya a nadie le importa el diálogo que pueda ofrecer el Vaticano, ni siquiera a la Iglesia venezolana, profundamente dividida y debilitada entre la desconfianza de la mayoría de los fieles y los reproches por no haber encontrado un rol menos equívoco que el de ir a los tumbos en medio del descalabro del país.

Tal vez Francisco se dejó llevar por el éxito que estaba teniendo al mismo tiempo en el caso de Cuba. Pero si fue así resultó de un grave error de apreciación: en Venezuela el castrismo está recién instalándose, así que no puede permitirse el lujo de una moderación, ni siquiera una simulada, que en cambio en la isla es posible, y ciertamente el Vaticano supo aprovechar, también porque Obama en sus últimos tiempos en la Casa Blanca estuvo dispuesto a hacer esfuerzos y correr riesgos en ese mismo sentido.

Le siguió el episodio chileno que reveló a falta de uno, dos problemas: la poca contundencia de su papado en la condena y el combate de los abusos sexuales por parte de sacerdotes, y el peligro de presentarse como un “cura de los pobres” cuando no es fácil conmover ni convocar a las masas desde una institución desgastada. Porque, ¿qué peor situación que la de un populista sin gente detrás? Y por cierto que en Chile se movilizó muy poca gente para asistir a sus misas al aire libre. Y las pocas palabras que dedicó a los casos de abuso fueron entre equívocas y lisa y llanamente disculpatorias, queriendo surfear el problema más que resolverlo.

Probablemente quiso repetir en este caso la experiencia que había hecho en México en 2016 con relativo éxito, con la ayuda de una Iglesia local más conservadora (tanto que sigue luciendo en el ingreso a muchas iglesias el rostro de Juan Pablo II, no el de Francisco) y abroquelada en una autodefensa corporativa que está bastante ausente en la chilena. Pero no le funcionó. Y de vuelta quedaron en evidencia problemas de diagnóstico, de tonos y tal vez de exceso de confianza en su capacidad de sortear problemas serios con poco más que palabras. De haberse hecho un poco más cargo de que lidera una institución con muchos déficits, con unos cuantos cadáveres en el placard y muy dividida respecto a cómo lidiar con ellos, tal vez no estaría sonando tan mal que pretenda enseñarle al resto del mundo cómo manejar los suyos.

Pero la frutilla del postre la ofreció en su propio país: haber demorado una visita durante cinco años contribuyó enormemente a un equívoco cada vez más problemático, en el que se extremaron los ánimos de sus adeptos populistas por aprovechar su ausencia para convertir su figura en expresión de todo lo que ellos sueñan, la condena del capitalismo de Macri, la exaltación de una supuesta guerra de clases entre ricos y pobres y hasta el repudio virulento del “sistema judicial” cuando persigue la corrupción de líderes “populares”. Mientras se enajenaba con equivalente eficacia la simpatía de muchos de los fieles más moderados y liberales, sobre todo pero no únicamente de las clases medias.

Encima todo empeoró desde que Macri destrabó el debate sobre el aborto, en el que no se sabe si el gobierno tiene algo que ganar pero seguro Francisco lleva las de perder. Porque si ya no vino ahora no se sabe si va a encontrar oportunidad conveniente para hacerlo hasta dentro de bastante tiempo. Y pierde si la ley se aprueba, porque su propio país aparecerá dándole la espalda, y también pierde si la ley es rechazada, porque a medida que el debate avanza está cada vez más claro que quienes se oponen son la mayoría del sistema político, no la mayoría de la sociedad.

Tal vez la opción por demorar un viaje a su país de origen en principio tuviera alguna lógica. Pero cuando la inesperada victoria de Macri sobre su hijo predilecto (el inconfeso abortista) complicó las cosas, le hubiera convenido acelerar en vez de seguir estirando los tiempos. ¿Por qué no cambió de actitud? Puede que también él haya pensado que el pueblo iba a terminar repudiando al intruso que aguó con su presencia la esperada fiesta de comunión. Mala idea. Y una que otra vez dejó expuesta su falta de cintura política y su condición de populista sin calor de masas. Peor ahora con la nueva agenda de derechos en danza: obligado a apelar a los representantes del statu quo, los senadores y diputados más conservadores, lo más rancio de la iglesia local, para imponer sus puntos de vista, ha perdido la iniciativa frente a esa Argentina laica que injustificadamente menosprecia, pero que se las está arreglando bastante bien para salir adelante.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)