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21.02.18

Liderazgo presidencial y calidad de la democracia

(El Observador) El presidente es como el director de la orquesta. No hace la partitura. No toca todos los instrumentos. La partitura y su ejecución dependen esencialmente de su partido. Pero el presidente da el tono, imprime su sello. Sus gestos, sus señales, sus aciertos y sus errores, influyen decisivamente sobre los ejecutantes. El presidente es un símbolo y un generador de símbolos. La calidad del debate público depende en gran medida de lo que haga y deje de hacer.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Los libros del futuro dirán, supongo, que fue un verano caliente. Irrumpieron de golpe en el ágora los autoconvocados y la partidocracia volvió a crujir (¿tomaremos nota?). Muy poco después la discusión sobre partidos políticos y nepotismo se instaló en la agenda pública, en el medio de crecientes sospechas sobre la idoneidad moral de la "clase política". ¿Qué dirán esos mismos libros sobre el liderazgo presidencial? Acaso, que emitió señales contradictorias: que demoró, que reaccionó, que ayudó, que complicó. Esto vale para los dos asuntos que han elevado la temperatura de nuestra siempre animada olla de grillos.

Empecemos por los autoconvocados. Recae sobre Tabaré Vázquez, si mi interpretación es correcta, la mayor parte de la responsabilidad sobre el súbito incremento de la temperatura política veraniega. El presidente debió anticipar el reclamo y tener un gesto de sensibilidad. Tendría que haberse reunido con los productores rurales antes de fin de año. Recién cuando advirtió el humo del incendio reaccionó y decidió escuchar las demandas. Es cierto: aunque demoró, reaccionó. Se reunió con las gremiales del campo y con los autoconvocados. Instaló una mesa de diálogo. Adoptó, como podía esperarse, medidas sectoriales. Ahora anuncia un mensaje de radio y televisión para explicarle a la ciudadanía las políticas públicas del gobierno en esta materia. Ojalá use un tono apropiado y no arroje más leña al fuego.

Desde mi punto de vista se quedó corto. Es evidente que todo gobierno tiene tantas demandas sociales como restricciones materiales. También es cierto que la receta de "divide y reinarás" es tan vieja como eficaz. Pero, para entender los límites de la reacción presidencial, además de restricciones y cálculos, hay que tomar en cuenta lo que genéricamente puede etiquetarse como ideología frenteamplista. La izquierda de hoy, como el batllismo de los primeros tiempos, no puede disimular su arraigada desconfianza hacia el interior (excluyo a José Mujica y al MPP de esta generalización). El reciente episodio callejero del presidente discutiendo en plena calle con productores rurales el lunes pasado es, en ese sentido, muy elocuente de la falta de empatía con los asuntos del campo. Dicho sea de paso, en términos de calidad del debate público, constituyó una pésima señal y un estímulo infeliz a la polarización reinante.

Sigamos con el grave problema (hay que asumirlo, es grave) del nepotismo. Quisiera empezar por elogiar la reacción. El presidente hizo lo correcto, emitió la señal apropiada, cuando destituyó a la cúpula de ASSE la semana pasada. La opinión pública estaba precisando gestos de severidad, de intransigencia en el plano moral. De todos modos, con todo respeto por las personas y por sus respectivas investiduras, pero también con toda sinceridad, considero que, al menos en parte, la epidemia de nepotismo que estamos padeciendo deriva de una decisión equivocada del propio presidente. Me refiero a la designación de su hermano en altas tareas de gobierno durante sus dos mandatos (prosecretario de la Presidencia, más tarde subsecretario del Interior). Que quede claro. No se trata de evaluar el desempeño concreto de Jorge Vázquez en los cargos que le confiara su hermano. Considero que es una persona competente. Pero me inclino a pensar que todo hubiera sido muy distinto si Tabaré Vázquez, hace 13 años, hubiera adoptado una posición tajante en lo referido a los familiares en los cargos.

Me quiero detener, en ese mismo sentido, en la reciente opción por Marcos Carámbula para presidir ASSE. Considero que fue un error. Lo digo, otra vez, con el enorme respeto que me merece el jerarca designado. A nadie se le escapa que el presidente tiene un margen de maniobra estrecho. Es evidente que lidia con constreñimientos políticos: debía tomar en cuenta la cuota parte de poder y de participación en cargos de gobierno del Partido Comunista. También es cierto que el país tiene restricciones desde el punto de vista de sus recursos humanos: no sobran personas suficientemente calificadas para enfrentar los complejos desafíos de la gestión pública. Pero, ¿acaso no sabía el presidente que también el nuevo presidente de ASSE podía ser cuestionado por haber designado familiares en altos cargos durante su gestión como intendente de Canelones? Que quede muy claro, por favor. No estoy juzgando ni la idoneidad moral de Carámbula ni la idoneidad técnica de los familiares que nombró en su momento en el gobierno canario. Creo que es un error del presidente porque es, otra vez, una mala señal para el "hombre de la calle". En todos los casos pero, muy especialmente, en el contexto político actual.

El tema de fondo, como resultará obvio, es que el presidente juega un papel decisivo en la calidad del debate público y en la salud del sistema democrático. Es cierto que, en Uruguay, es mucho menos poderoso que en otras democracias de la región y mucho menos influyente de lo que, en general, se suele creer. Sin embargo, sus gestos son fundamentales. El presidente es como el director de la orquesta. No hace la partitura. No toca todos los instrumentos. La partitura y su ejecución dependen esencialmente de su partido. Pero el presidente da el tono, imprime su sello. Sus gestos, sus señales, sus aciertos y sus errores, influyen decisivamente sobre los ejecutantes. El presidente es un símbolo y un generador de símbolos. La calidad del debate público depende en gran medida de lo que haga y deje de hacer.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)