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09.11.05

La caída del muro de la vergüenza

Por La Gran Epoca (Nueva York, Estados Unidos)

El 9 de noviembre de 1989 es una fecha que ha quedado grabada en la historia. Ese día, Günter Schabowski, miembro del politburó del Partido Socialista Unido de Alemania en Berlín, anunció la nueva ley que liberalizaba el viaje al extranjero, lo cual se tradujo en la apertura inmediata de los pasos fronterizos en Berlín: la caída del muro.

Aquella noche se vivieron escenas de júbilo indescriptibles en los pasos entre ambas partes de la ciudad y en el paseo Kurfürstendamm de Berlín-Oeste, donde la multitud se congregó para celebrar la caída del Muro. Una frase del alcalde de Berlín, Walter Momper, resume el estado de ánimo en toda Alemania durante aquellos días: "Los alemanes somos ahora el pueblo más feliz del mundo".

Los acontecimientos previos que derivaron en la caída del Muro en Berlín fueron rápidos y asombrosos.

El verano de 1989, Hungría abrió sus fronteras a los ciudadanos que querían abandonar ese territorio, gracias a lo cual miles de personas consiguieron llegar a la República Federal Alemana (FRD, Alemania Oeste) a través de Austria. A partir de entonces, las estructuras de la República Democrática Alemana (RDA, el régimen comunista) entraron en una vorágine imparable.

Esta desobediencia del Pacto de Varsovia animó a cada vez más personas a organizar protestas en la Alemania comunista (RDA). Cuando a principios de octubre en 1989 la cúpula de la RDA celebró aparatosamente el 40° aniversario de la fundación del Estado, se organizaron las primeras manifestaciones multitudinarias en contra del sistema, sobre todo en Leipzig, bajo el lema "Nosotros somos el pueblo". Esta pacífica "revolución de terciopelo" en la Alemania comunista ocasionó una suerte de parálisis en los órganos del Estado.

A diferencia de lo ocurrido en 1956 en Hungría, en 1968 en Praga y en 1980 en Polonia, la Unión Soviética no desató una represión violenta. La presión sobre el viejo sistema continuó aumentando precipitadamente y nada pudo frenar el desplome, ni siquiera la dimisión de Honecker al frente del partido y del Estado y las promesas de "cambio" de su sucesor, Egon Krenz.

Bajo la presión de los acontecimientos, dimitieron en bloque el Consejo de Ministros y el politburó del SED (siglas alemán del Partido Socialista Unido de Alemania). Dos días después, el 9 de noviembre 1989, la frontera que separaba a las dos Alemanias, al igual que el muro de Berlín, perdían su significado.

La felicidad de los alemanes de ese día se contagió rápidamente, pues, el 9 de noviembre de 1989 no sólo cayó el Muro Berlín, 28 años después de su construcción-, sino que fue el comienzo del vertiginoso fin de los demás regímenes comunistas en Europa Oriental.

16 años después

En 1848, Marx escribió que "un espectro está merodeando Europa: el espectro del comunismo". Con la caída del muro Berlín, este espectro en el viejo continente vio su fin. Aquel momento mostró al mundo el rechazo generalizado hacia el adoctrinamiento comunista. Al mismo tempo, puede decirse que en ese entonces la historia decidió eliminar esa maldad comenzando por la raíz.

Hoy, los únicos países controlados por un partido comunista son China Popular, Cuba, Corea del Norte y Vietnam, ninguno de los cuales se mantiene mediante legítimas elecciones. En magnitud, los últimos tres regímenes son meros acompañantes del perverso Partido Comunista Chino (PCCh), cuyo interés en mantenerlos pasa por no quedarse completamente solo en su lucha por sobrevivir en el poder.

Aunque el ímpetu del PCCh por abrir mercados y obtener riqueza "liberalizando" la economía no encaja con la doctrina del comunismo, sus políticas de supresión, de control, de destrucción de la cultura tradicional, de matanza, las campañas políticas donde el propósito verdadero es eliminar a los "enemigos" del Partido, sí se ajustan a las doctrinas de lucha del comunismo.

Hoy, el PCCh no se presenta al mundo como lo hizo el comunismo históricamente (pregonando engañosamente la lucha de los pobres por la igualdad), sino aparentando ser un gran líder de un país con riquezas y gran mercado, prometiendo estabilidad para inversores, ostentando ciudades maravillosas llenas de lujos y tentaciones como Shanghai. Detrás del escenario, concentra sus mayores esfuerzos en colocar debajo de la alfombra el descontento de ochocientos millones de pobladores rurales, las protestas diarias en la plaza Tiananmen (las cuales son censuradas sin excepción con arrestos y represión) el encarcelamiento de periodistas, escritores, disidentes y abogados que se atreven a hablar por el pueblo, los genocidios contra grupos de creencias como los tibetanos y los practicantes de Falun Gong -un sistema antiguo chino de meditación y cultivación espiritual-, etc.

El mencionado accionar detrás del escenario es el verdadero rostro del Partido Comunista Chino. No es que el mundo no lo sepa, es que el mundo está tentado por la ilusión del gran mercado y está dispuesto a sacrificar la conciencia por la codicia. El pueblo chino ha soportado pasivamente hasta ahora temiendo por su vida, pero ¿cuánto más aguantará? Cuando el pueblo ha sufrido hasta el punto en que no tiene más que perder, el miedo por su vida está dejando de restringirlo.

Con la distribución masiva del informe editorial 9 Comentarios sobre el Partido Comunista Chino en todo el territorio chino, a partir de su primera publicación en noviembre 2004 -por el diario Da Jiyuan (La Gran Época)-, el pueblo comenzó a publicar declaraciones de renuncia al PCCh, las cuales ya han superado los 5 millones.

Para muchos especialistas, las renuncias significan también la esperanza de una disolución pacifica del comunismo, esta vez en China. Estas renuncias desesperan más al PCCh porque reflejan directamente la voluntad del pueblo y el corazón de la gente, el cual no es controlable con armas ni, hasta cierto punto, con matanzas.

A diferencia de la reacción relativamente pasiva de la URSS ante la revolución de terciopelo alemana, el régimen comunista chino, en su lucha por sobrevivir, ha tomado tajantes medidas para suprimir las renuncias. Estas medidas incluyen amplias movidas políticas de readoctrinamiento de sus miembros, centradas en una campaña llamada "Mantener el avance del Partido", arrestos, interrogaciones y represalias a disidentes. Sin embargo, el progreso de las renuncias se mantiene firme e imparable, a razón de 20 mil por día.

La Gran Época concuerda con muchos observadores en que los chinos, con estas renuncias en masa, están camino a soltarse de ese espectro europeo que se apoderó de China hace 55 años. Hoy, en un momento en que los chinos, entre otras cosas, están comenzando a diferenciar "el gobierno", de "el país", la disolución del partido es inevitable.

Fuente: La Gran Época, 8 de noviembre de 2005. www.lagranepoca.com